Quienes leemos a Alena Collar asiduamente, sabemos que tiene estilo. Alena publica en Facebook un día sí y otro también y reconocería cualquier texto suyo en cualquier muro (aunque no llevara su firma). Para una escritora, tener estilo es tener posibilidades, pues un texto impersonal no es Literatura.
Empiezo a leer El chico de la chaqueta roja. Enseguida descubro a la Alena irónica, ingeniosa, original. La prosa es compleja en su estructura, muchas aclaraciones e incisos y diálogos que a veces cuentan con su raya larga y otras ni siquiera con un mísero punto y aparte.
Estamos ante una novela narrada con gran sensibilidad, profunda, escrita en una tercera persona casi obsesiva que consigue intimidad desde una distancia simbólica. Aunque la narradora no pierde en ningún momento la ironía, esta no consigue (o no quiere) ocultar el drama (o la realidad) personal.
Se dice en la contraportada que El chico de la chaqueta roja es un juego literario. Discrepo. Y no discrepo. Toda obra literaria debe ser juego literario. Pero esta no lo es más que otra. No hay juego de ningún tipo en la amargura de Carlos (que es una amargura universal). No hay juego en la ironía que reflexiona sobre la realidad social. El chico, más que un juego, es una llamada de socorro. Una confesión, un intento de encontrar lo que nos falta. Es una novela para reír pero también para llorar. Es un repaso a lo que somos, a por qué somos lo que somos, a lo que podemos llegar a ser y a lo que podríamos haber sido. Es soledad. Nostalgia. Es una reflexión sobre lo poco que nos conocemos. Es un “hola, ¿me entiendes?”, es una pregunta y también una afirmación. Es una confidencia. Es poética espontánea.
El chico de la chaqueta roja contiene dos momentos memorables. Estas dos escenas son para mí la esencia de la novela. La primera la protagoniza Carlos y empieza y acaba con un saltamontes. La segunda la protagoniza Nuria y compone el inicio de la segunda parte.
Como “maniático” que soy de la estética literaria, diré que la de Alena no me desagrada, es original, franca, pero requiere más repaso que otras. Me inquietan los errores y erratas que he encontrado, los vocativos “desnudos” (así los he sentido sin sus comas). Me inquieta también la irregular puntuación, la falta de poda técnica, la ausencia del editor (a quien no he visto por ningún lado).
Considero que la novela ganaría mucho perdiendo algo de peso en manos de un editor de los de antes.
Después de escribir esta crítica, me pongo en contacto con la autora para preguntarle:
―Alena, El chico de la chaqueta roja es un ejercicio metaliterario muy espontáneo, entrañable: ¿cómo surgió?
―En realidad el libro surge de una anécdota, aunque el tema del libro llevaba años latente. Siempre me he preguntado como lectora por qué creemos al autor de una novela, cuál es la razón de dar ese asentimiento a lo que dice, por qué entramos con los ojos cerrados y aceptamos lo que se nos presenta, por qué aceptamos el juego que propone. La anécdota es sencilla: yo muy a menudo miro por la ventana, y una tarde de noviembre en la que diluviaba vi llamar al telefonillo a un muchacho con una chaqueta roja en el portal de enfrente. Con insistencia. Al cabo, bajó una muchacha con aire de enfado, rubia, y admonitoria, que empezó a señalarle con un dedo mientras él retrocedía. Pensé: aquí hay un cuento. Inicié un cuento y al poco tiempo me di cuenta de que el tema al que me refería se estaba haciendo visible y que me exigía mucho más trabajo. Reestructuré, borré, taché, y me encontré con un juego en el que desde el inicio si se lee con cuidado se advierte que estoy buscando que el lector/a se interrogue sobre lo que está leyendo, su veracidad y sobre “quién” está contando lo que leemos.
―No esperaba esta respuesta, Alena. Ahora me estoy imaginando: que el chico de la chaqueta roja lee esta crítica-entrevista y ―entonces― se acuerda de aquella muchacha rubia, de su vieja chaqueta roja ―que aún conserva― y de la lluviosa tarde novembrina. Alena, ¿has vuelto a escribir metaficción, te atrae especialmente?
―Bueno, no siempre las respuestas son lo que las preguntas esperan que sean… Es muy posible que si el chico de la chaqueta roja lee esta crítica-entrevista se sonría. Al fin y al cabo, él siempre quiso “salir en los papeles”… pobre…
De momento no he vuelto a escribir metaficción; es decir, no con el ánimo de desarrollar un libro en ese sentido. Me divierte mucho la metaficción, sí, la literatura dentro de la literatura; pero como “tema”, es decir, una vez que he escrito la novela que quería y como quería, el tema ya está ahí; así que la novela que publiqué después no tenía nada que ver. Y la próxima tampoco. Volviendo a lo que preguntas: la literatura puede ser un juego: un juego perfectamente serio pero algo lúdico, cuando menos. Como lectora sí que me interesa seguir leyendo obras de ese estilo, aunque no en exclusiva.
El chico de la chaqueta roja está ahora en manos de mi novia. Se habrá leído una tercera parte. Le pregunto:
―¿Qué, te gusta?
―Sí ―responde en el acto―, me gusta mucho. Y es muy original.