En la contracubierta de El balonazo se dice que es una novela para mayores de ocho años. Cumplo, pues, el requisito. Como librero que soy ―microlibrero debido a que mi librería es quizá la más pequeña del mundo―, he de leer libros infantiles para poder recomendarlos.
«Las historias de ficción son historias que alguien se imagina y muchas veces tratan de cómo nos gustaría que fuera la vida. Porque si solo tratarán de cómo es, seguramente no leeríamos tantos libros».
Me lo he pasado bien con este Balonazo que reflexiona sobre la verdad y la mentira, sobre lo justo y lo injusto, y sobre el poder de la amistad. También he disfrutado con las ilustraciones de Oriol Vidal, siempre a la altura del texto.
«El balonazo en el fondo no había sido tan importante. Pero Daniel no tenía un buen día. Además, le daba rabia que no se vieran estrellas. “Los libros otra vez”, pensó. Empezaba a estar muy harto de los libros. Nada de lo que contaban era verdad».
Belén Gopegui se pone los zapatos de la niña que fue para contarnos una historia en la que probablemente responde a las preguntas que aquella niña se hizo. Por eso El balonazo sabe a ceño infantil. Por eso huele al sentido común que algunos niños buscan infructuosamente en sus libros de texto.
«Me gusta bastante leer, pero creo que los libros son un lío. Yo tengo muchos libros de piratas, y mi hermana pequeña, todavía más. También tengo varios libros sobre Robin Hood. A todo el mundo le gusta Robin Hood y le gustan los piratas. Sin embargo, debajo de mi casa hay un pirata de verdad, y resulta que a mucha gente le parece mal lo que hace».
A través de las semblanzas que encontramos al final del libro, descubrimos que al niño Oriol Vidal le encantaba ir a buscar los balones que sin querer tiraban fuera del colegio, y que la comida preferida de Belén Gopegui son los macarrones con tomate.
«Tampoco usted ha dicho toda la verdad. Porque la verdad a veces es muy grande. Es tan grande que no cabe dentro de este despacho. Usted, por ejemplo, no ha dicho que Maxama no hace daño a nadie. Y que las leyes están para ayudar a las personas y no para hacer que su vida sea desgraciada».
El niño que por fortuna aún vive en mí ha disfrutado con este Balonazo que se lee sin esfuerzo. El adulto que ahora soy incluso se ha conmovido con algunos pasajes. El escritor que trato de ser ha leído, como de costumbre, de manera crítica, profundizando, y ha cerrado el libro con esa sonrisa interior que suelen dejar los buenos libros.
«Daniel oyó la risa de Maxama. Era la primera vez que la oía. Sonaba como una cascada de balones cayendo sobre un suelo metálico, era una risa que parecía nacer del estómago, profunda y alegre, y también contagiosa».