Lo primero que encuentras al abrir una novela es su prosa. En la primera página, la novela es solo prosa. A mí me gusta paladearla. Saborear la musicalidad de las frases. La contundencia del contenido.
Me da igual lo que me cuenten. Si me lo cuentan bien, me da igual. Valoro la sinceridad. La naturalidad. La neutralidad. La precisión. Valoro la coherencia. El ritmo. La fluidez. Las reflexiones. La sutilidad.
También me dejo subyugar por la técnica. Por la originalidad de la trama, de la estructura, de la forma. Por esas voces personales que me cuentan las historias de siempre como nunca me las habían contado.
Dejo un libro cuando el autor abusa de los tópicos, de los modismos, de las locuciones populares. Dejo un libro cuando la voz es vulgar, precocinada, previsible. Cuando el autor escribe como todos.
Dejo un libro cuando la prosa es farragosa. Recargada. Pueril. Impostada. Dejo un libro cuando el autor utiliza muchas palabras para no decir nada. Cuando ni él mismo se cree lo que está escribiendo.
La Literatura es un arte. Las frases deben buscar la perfección. Cada párrafo debe llevarte al siguiente sin que lo adviertas. Cada capítulo debe ser indispensable, y el todo, más que la suma de las partes.
Las palabras raras son la pimienta de la Literatura. Las expresiones ingeniosas son la sal de la Literatura. Un poco de sal y pimienta mejora el guiso, pero si abusas, lo estropeas.
Lo rimbombante, tan de moda hoy, no es sal ni pimienta, aunque el escritor inocente suele pensar lo contrario. La artificiosidad tampoco adereza. Ni lo enfático. Ni lo obvio. Ni los excesos.
Cada historia requiere un tono, una atmósfera, una manera de contar. Las buenas historias son esas que puedes leer una y otra vez. Los buenos libros son esos que puedes leer en voz alta sin atascarte.
Hay una regla en toda Literatura o debería haberla. Hay que romper las reglas. A la Literatura le encanta romper los viejos moldes. La Literatura encapsulada pierde su mayúscula inicial convirtiéndose en literatura.
Convirtiéndose en literatura precocinada. Esta mal llamada literatura solo es apta para lectores inocentes. Decía Constantino Bértolo en La cena de los notables:
«Detrás de la expresión “lectura inocente” se esconden dos reproches más autodefensivos que ofensivos: por una parte, “el lector inocente” intenta despegarse de lo que él llama el lector con prejuicios: “Ay, hijo, tú es que te fijas en unas cosas”, “Pero bueno, eso tampoco es tan importante”, “Tú es que todo lo ves desde el mismo lado”, “A todo le pones pegas”, “Pero ¿a ti te gusta alguna novela?”; y por otra, frente al lector “profesional”, denuncia su mirada “técnica”: “Yo no leo fijándome, ni falta que me hace, si es un narrador en primera o un narrador invisible o un narrador apoyado. Yo leo lo que leo y punto”.
»Sobre estos “discursos de la inocencia” es conveniente hacer algunos comentarios. De la inocencia como actitud de no exigencia baste decir que en realidad esconde una exigencia muy fuerte: la de no ser molestado o cuestionado, actitud que, por mucho que se disfrace de simpatía positiva, oculta resignación, conformismo y, sin duda, autocomplacencia.
»No deja de ser llamativa la inocencia que a veces se reclama para la lectura, y que acaso oculta algún tipo de culpa. Como Pilatos, el lector inocente se lava las manos».