La violencia nos ha consumido. La toma de malas decisiones, de reformas mal implementadas, de promesas de campaña irreales por fantásticas, las carencias culturales a todos niveles, la corrupción y demás han transformado a este país.
Los malentendidos con relación al significado de varios puntos importantes a nivel social como la igualdad, la diversidad, los derechos de ciertas minorías, etcétera, tampoco ayudan; es decir, hemos adoptado y copiado tergiversaciones de carácter ideológico con respecto a temas fundamentales: permitimos hacer de ciertas verdades incontrovertibles, discusiones interminables, que desgastan y enconan.
Por ejemplo, el debate de la libertad femenina. En primer lugar, las libertades de las mujeres no están sino empujándose en una lucha necesaria para derribar costumbres y muros morales que por siglos se han establecidos; es decir, sus libertades luchan contra la propia historia; y ésta requiere una discusión mucho más profunda para que logre germinar y florecer en las sociedades, la nuestra, la del mundo que se empeña en llamarse –ingenuamente— moderna.
La discusión, hasta hora, se ha detenido en la libertad sexual y social, me refiero a iguales oportunidades de trabajo, iguales oportunidades de hacer con su sexualidad lo que les venga en gana –y está bien, pero inclusive aquí, liberarse tampoco tendría que ser una copia de la libertad del hombre, sino una libertad propia, femenina, con características únicas que las distancien (y con ello se logra la identidad) del otro género masculino. De otro modo, sólo se consigue lo opuesto a lo pretendido: la continuación de las diferencias, la confrontación, y la perpetuación del malentendido.
Bourdieu pensaba en que la libertad de la mujer se pensaba únicamente en los términos antes mencionados, a diferencia del hombre que se le veía desde una óptica metafísica, más profunda, más reflexiva y acaso, más entendible y por ende justificada, continuada y legitimada.
Así, como el debate de la libertad femenina debe ser repensada para reenfocarla en una dirección más sustancial, la correspondiente a la diversidad sexual, a los derechos de los animales, etcétera, también debe darse en lo que respecta a los temas que tienen que ver con las decisiones de los gobernantes (temas de corrupción, violencia, nepotismo y demás).
Discutir por discutir es banal: “La verdad por sí misma no puede hacer nada, no tiene poder” decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para que la verdad tenga efectos debe discutirse, con la finalidad de desarrollar mejores puntos que sirvan como protesta profunda y herramienta para lograr cambios fundamentales (logrando acontecimientos realmente importantes: maneras distintas de ver e interpretar el mundo); es decir, no basta con decir que tal o cual es corrupto, no basta con verlo llenándose los bolsillos de billetes, no basta con leer un titular sobre un desvió millonario, sino conseguir lo que yo llamo el acto de la verdad: conocer la verdad con el único fin de utilizarla y conseguir una conclusión sensible y práctica.
“No hay fuerza intrínseca en la verdad” escribió Spinoza, por ello la fuerza, el impulso de esa verdad está a cargo del individuo, de nosotros. Acaso el verdadero compromiso social que tenemos como entes políticos (individuos que se quiera o no reaccionan a temas sociales y se rigen por sus reglas) es el de ejercer y desarrollar la verdad, no desde la futilidad de las ideas torcidas o mal entendidas o superficiales o emocionales, sino desde la reflexión y cuestionamiento de cada punto que comprenda el tema dado.
Hacer patria, ser mexicano, tal vez, tenga que ver con esta forma de participación y no con confrontaciones externas que le competen a otras sociedades.