Ha resguardado las manos en las bolsas frontales de su pantalón y las frota dentro de la tela. Todos conocemos el gesto y las razones.
Esta tarde es verano pero, al parecer, nuestra amada y olvidada madre naturaleza no fue informada y le acomoda más el otoño y sus lluvias.
Él no entiende mucho de cambio climático, erosiones, contaminantes y basura acumulada en calles, andenes y banquetas. En este momento solo percibe el abrupto descenso de la temperatura y se maldice por no haber atendido las indicaciones de la mujer cuando, antes de cerrar la puerta en casa, le pidió llevar una chamarra o algo. Solo se alejó con una sonrisa burlona.
Acudió a la entrevista con predisposición y dudas, demasiadas: “¿y si no me contratan?, ¿y si llega alguien recomendado?, ¿y si no puedo?, quizá ni vale la pena el traslado y el gasto del transporte, pero ya voy para allá…”. Detuvo sus pensamientos al recordar las palabras de su cuñado.
“No, mi hermano, las cosas no son así. Cambia el chip. No puedes andar por la vida con esa actitud. Mira, por ejemplo. Yo no pido, ni ruego, ni rezo en lo bajito. Yo me repito en cuanta oportunidad tengo: llegaré a mi casa, voy a agarrar las llaves de mi camioneta, una Raptor de la Ford, pero no de las gastalonas, es una 6 cilindros con doble cabina y turbo. Automática con pantalla digital, controles al volante y un tamaño que te mueres. Una hermosa máquina creada en 2017 y chula por donde la veas. No llegó del cielo, nadie me la regaló. Trabajé duro por ella y ahí está, estacionada en la casa, esperando que me decida a pasear en ella”.
—¿Cuál camioneta, de qué me hablas?
—Mi camioneta, la que me está esperando y en la que te llevaré al trabajo.
—Pero si ni coche tienes…
—Eso lo dices tú, yo sé que tengo una camioneta blanca y la usaré cuando me plazca. ¿Entiendes la diferencia? Tú solo deseas cosas, yo las veo ahí, tangibles y al alcance porque son mías desde ya.
Podría o no haber diferencia en los sentires, los haceres y las esperas, lo cierto sin lugar a dudas, es que esta lluvia va para largo, que seguramente se volverá a inundar la avenida y que regresará a casa empapado pero con una estúpida sonrisa de fingido optimismo en espera de recibir la ansiada llamada.
La gente alrededor mira con curiosidad al hombre caminar, recibir las primeras gotas y apretar sus brazos al tórax para contrarrestar en algo la brizna y el frío. No entienden por qué sonríe, pero seguramente será algo lo suficientemente bueno como para ignorar la mala tarde.
Él ríe sin importarle las burlas dentro de su cabeza…
***
Ya separó las semillas buenas.
Hay de ajíes, de esos conocidos como “serranos”, y de frijol negro, limón y cilantro. Esos son las fuertes, dice. Se trata de plantas dispuestas a crecer donde sea siempre y cuando tengan agua y suficiente luz.
En otra bolsa decidió llevar simientes de chile habanero, jitomate y hasta un enorme hueso de maguey que no se atreve a abrir pero está hueco, el ruido que produce al moverse lo confirma. No sabe por qué.
Hace meses preparó macetas. Las fue llenado con material biodegradable, unos cuantos pedazos de papel y restos de comida licuada porque al fin y al cabo son nutrientes, solo se deben desechar los cítricos, esos no son buenos pa’las plantas.
Los receptáculos a usar están dispuestos alrededor de su favorita, una enorme mata de apio, riquísimo en caldo de pollo o arroz rojo y chiles verdes. Un tiempo la usó como preparado matutino, pero el extractor se descompuso y no se ha decidido a arreglarlo.
Con toda la disposición y las herramientas necesarias se dispone a sembrar pero observa en una de las macetas una fina capa de vida cuyo verdor se ha abierto paso entre la tierra.
No recuerda bien si lo hizo en esa precisamente. Aquella vez, mientras se preparaba el té, recordó haber leído en algún lugar que esa especie podía arrojarse sin mayor problema sobre la tierra y ahí olvidarla, al cabo de unos días la manzanilla germinaría y en unas cuantas semanas tendría una hermosa planta con flores de pétalos blancos y vívidos amarillos al centro. Quién sabe.
Con todo cuidado colocó, resguardó y cubrió las semillas, agregó agua y continuó con la siguiente. En la última, un poco más grande que el resto, arrojó sin mayor destreza las otras, las separadas, las de “a ver si salen”.
Luego regresó al interior y se ocupó el resto de la tarde y los días subsecuentes y también todas las lluvias que llegaron durante semanas, apenas enfrentadas por esporádicas apariciones de un astro rey mermado y a veces oculto.
Entonces recordó y regresó al patio y sonrió. El apio seguía en pie y solo en dos macetas había plantas: la manzanilla sin flores, pero fácil de reconocer, y en la otra enormes hojas verdes con frutos redondos en proceso de crecimiento y un tallo de inconfundible olor a jugo mañanero con fuertes e hirientes defensas.
No miento, el árbol de naranja tiene espinas…
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La península de Yucatán es una tierra maravillosa, con mares y selvas y animales majestuosos. Ni hablar de la cultura, la historia y la gastronomía. Maravillosos. Este pedacito de mi adorado México es, desde ya, tu hogar…
Twitter: @aldoalejandro