“El enigma de Kaspar Hauser”
(Cada uno para sí, y Dios contra todos; Dir. Werner Herzog, 1974)
“Madre, estoy tan lejos de todo”
El «delito contra el alma es separar a un hombre de los otros seres racionales y de la naturaleza, dificultar su acceso a un destino humano y privarle de alimentos espirituales. Es el más criminal de los atentados puesto que va dirigido contra el patrimonio más auténtico del hombre, su libertad y su vocación espiritual».
Anselm von Feuerbach
¿Se puede morir dos veces? ¿Se puede matar el alma?
Es Alemania, principios del siglo XIX, un joven llamado Kaspar ha pasado su vida encerrado y aislado en una cueva. No sabe de lenguaje ni posee capacidad para relacionarse con otros, otras. Cuando es abandonado en Nuremberg con apenas una carta dirigida a la autoridad local, pasa de convertirse en una peculiaridad del entorno, una particular atracción de feri, para más tarde ser una curiosidad científica y social. Esto es el film de Herzog, el cual me lleva a preguntar y repreguntar de modo inevitable.
Recorro lecturas apart, tales como “Memorias de un enfermo de nervios” (2008)[1], “El loco impuro”(2003)[2] y, en este orden, “El asesinato del alma”(1986)[3], afirmo entonces que en esta cinta basada en una historia real, asistimos a un doble asesinato: el hombre en su primer descubrimiento, encadenado, recordando el mito de la caverna de Platón, y a quien vemos tomar un pequeño caballo de madera como única propiedad y objeto afectivo, una suerte de caballo de troya por el que se cuela su infancia perdida y lo lleva a otro espacio determinado por su captor: “jinete, como tu padre…” Y el otro asesinato, el del hombre que ha descubierto el arte, que se afana en tocar el piano, en sembrar su nombre con flores que tras ser mancilladas le provocan un dolor indescriptible.
Una tras de otra caen los fotogramas en mi mente de la gran película de Herzog que han mal llamado: “El enigma de Kaspar Hauser”, y digo que han mal llamado porque el título original es el adecuado, a saber: Cada uno para sí, y Dios contra todos. Cada instantánea del filme es una evocación, cada una y en unidad, revisten una tonalidad diferente en mi memoria, pero una a una tienen el rostro descubierto de Bruno S, el joven que viviera en una cueva, el joven con un caballo de madera.
Luego de ver la película me acometió una pregunta que por su sencillez, también me pareció ingenua: ¿quién sonríe en la película? Sin embargo, la considero tan larga como el equivalente a preguntar: ¿quién en verdad es Kaspar Hauser?, ¿qué representa?, ¿tiene otro lugar en otro universo que no sea el de Herzog? Irremediablemente asistimos a un asesinato del alma y no sólo ocurre en el momento de la muerte propiamente dicha de la película, sino que podemos observar las facetas del crimen en variados momentos y no sólo en el primer intento mientras Kaspar Hauser come un huevo como una pequeña travesura, un gusto que se permite dentro de su libertad.
El crimen quizá ocurre en el momento en que es sometido a ver cómo un gallo se aquieta al pintarle una raya, o bien sucede cuando siente por primera vez el dolor de la llama, ese pequeño objeto luminoso, bello, pero doloroso, como la vida, como la convivencia humana, como el intercambio social con quien desea “educarlo” que lo “domestica” con lo que “debe de ser” y no lo que “desea” o es.
Al filme se le pueden ubicar referencias tanto bibliográficas como fílmicas en torno a la socialización, que van desde “El Emilio” de J. J. Rousseau, y de modo más cercano como “El niño salvaje”(Wild Child Dir. Francois Truffaut, 1970); y frente a ello es posible destacar la maestría de Herzog observada directamente en la ejecución histriónica sin paralelo de Bruno S.
No admite punto de comparación la agonía en su mirada o lo provocador de sus manos frente al piano que intenta una y otra vez tocar, sin conseguirlo, tal pareciera que ha elegido este instrumento como catalizador de su alma, de aquello que posee y al mismo tiempo lo desposee.
Escribir entorno a la película de W. Herzog es asistir a una mezcla de emociones posteriores a su proyección; preguntarse de modo persistente cuántas personas sonríen en esa película, constituye también afirmar cabalmente que es prácticamente imposible separar al personaje Kaspar Hauser, de la persona – la representación rebasa el histrionismo para dar forma, color y humanidad al propio mito. Bruno S., quien al parecer puede palpar su propia historia y afirmar sin mayor reflexión: “Madre, estoy tan lejos de todo”. Porque en este filme, como en pocos, el bien y el mal no se pueden definir, pero el dolor… el dolor cabe como el primer dolor que tiene la inocencia, la primera inocencia, la única inocencia. Y la muerte no es una agonía constante es el futuro y como tal –inexistente- es el presente.
Sin duda damos razón a quien afirma que este es el caso de un doble asesinato[4], pues durante el filme ya se dibuja la creencia que Kasper era hijo ilegítimo de la casa real de Baden, apartado y mantenido encerrado a favor de otro heredero.
Una nota importante a mi parecer surge en la escena previa al final, Kasper aparece sangrando por múltiples heridas de arma blanca, en los pulmones y el hígado, afirmando que un extraño lo ha atacado, el mismo que antes de herirlo, le había entregado una nota en la que escribió: “soy de la orilla del río… mi nombre es MLO”, más tarde Kasper muere, no sin antes decir: “No lo hice yo”.
Es desde cualquier punto un doble asesinato: del alma inocente y del hombre que ha adquirido conciencia de su presencia en el mundo. Damos razón a que se puede matar el alma, pero soslayamos cualquier interpretación inmediata de carácter psicológico, que por inmediata podría conseguir que nos apartáramos de la mirada pétrea y al mismo tiempo etérea de Kaspar S.- Bruno Hauser, quien sumado en una misma esencia parece que con su existencia nos repitiera como un rezo la vida es así: Cada uno para sí, y Dios contra todos.
[1] SCHREBER, Paul. Memorias de un enfermo de nervios. Tr. de Ramón Alcalde, Sexto Piso, Madrid, 2008
[2] CALASSO, Roberto. El loco impuro. México, Sexto Piso, 2003.
[3] MORTON, Schatzman. El asesinato del alma. México, Siglo XXI, 1986.
[4] En las memorias de Anselm Von Feuerbach. un famoso abogado que estudió el caso de Kasper Hauser. El autor echa pronto de menos la mención de un delito hasta entonces nunca registrado: el que atenta a fondo contra el alma de un hombre. En el estudio de Feuerbach se constatan dos delitos perpetrados en la persona de Kasper, el de detención ilegal y el de abandono.