«Uno acaba de escribir un libro y, al leerlo, es cuando descubre cuál era el asunto que quería contar. La idea y el estilo van surgiendo al mismo tiempo, son parte de la misma búsqueda, van de la mano».
Los Diarios de Rafael Chirbes van de verdades. Ese es el qué. Luego está el cómo, su cómo, un cómo que se desborda, el estilo de Chirbes está siempre a punto de desbordarse, no le cabía el alma en el cuerpo, vivió sufriendo sin conseguir bailar una balada romántica con la vida.
«Los SS que asaltaron el gueto de Varsovia eran, en su mayoría, ucranianos, lituanos y letones. La culpa debe ser repartida».
Creo que con estos Diarios consigue Chirbes terminar de sacar lo que tenía dentro, y creo que consigue también terminar de sacar lo que sus lectores tienen dentro.
«Descacharrante cena con la delegada del centro cultural español. Habla sin ton ni son. […]. Se empeña en contarme lo contenta que se siente esta noche porque por fin le han enviado del Cervantes a hombre serio, maduro, casado (se supone que ese soy yo)».
La ironía de Chirbes no pica, tampoco sus críticas deberían escocer, son demasiado sinceras, y si algún pero hay que poner, lo pondría en la condición póstuma de estos Diarios.
«Desde hace días no escribo, y los libros que he escrito me parecen lejanos, de otro».
Me he sentido cómplice de un Chirbes que ya se dio entero en sus novelas. Estos Diarios ratifican a un escritor que siempre escribió a cara descubierta.
«Cuidado con las modas, ojo a los halagos. Cuando volvemos a leer esos libros prestigiosos ya desprovistos del ruido que se creó en torno a ellos, resulta que apenas son nada».
Hablaba antes de la condición póstuma de estos Diarios, condición que Chirbes decide, y que es como decir ahí os dejo unos kilos de literatura para que no me olvidéis.
«Uno quiere la revolución, claro está, pero ya no la cubana, ni la china, ni la rusa, del mismo modo que uno quiere a la humanidad (y por ella hace casi todo lo que hace), pero no aguanta a casi nadie, y casi me sobra el casi».
He disfrutado con estos Diarios, también he sufrido, nuestro amigo Rafael sabe trasladar lo amargo al papel, y entonces es, efectivamente, como si estuvieras escuchando a un amigo.
«Todo aparece sobrecargado, sobreescrito, magníficamente sobrebienescrito y, sin embargo, acaba fallando. El exceso se come algo, se le come el alma a la cosa».
Que Chirbes es un genio, nadie lo puede discutir. Que Chirbes lo cuenta como nadie lo ha contado, tampoco nadie lo puede discutir. Espero, compañero, el segundo tomo. Ahí nos vemos.
«La fama, en la cocina, como en casi todo lo demás, es, en buena parte, ruido mediático, fruto de buenas relaciones aquí y allá. El tamtam y los que hacen sonar los tambores. No sería bueno creerse que en literatura no ocurre más o menos lo mismo».