Hay mucha literatura en estos Diarios, pero también mucha broza, Chirbes no los hubiera publicado así, cierro el libro pensando en la supuesta traición.
«Cada vez que repaso las páginas que llevo escritas, cargadas de retórica, de eso que llama Marsé prosa sonajero, pienso: ten en cuenta que es la última novela que vas a escribir. No tengas prisa. Mejor no acabarla que acabarla mal».
¿Se puede podar la obra de un muerto? Esa es la pregunta. ¿Sería ético? ¿Y quién lo haría? En este caso, alguien cercano al difunto. Alguien que conociera bien su obra. Alguien con talento.
«Si para algo sirven estos cuadernos es para demostrar que Chirbes no tuvo el don de la prosa, y muy ajustado el de la observación; que lo que pudiera haber de interés en lo que publicó fue fruto de un gran esfuerzo, de un ejercicio de violencia al que se sometió él mismo».
Sí tenías el don de la prosa, querido amigo, y también el de la observación, ¡qué mirada la tuya!, nadie dijo tanto con tan pocas palabras.
«Otro día que se va, que se esfuma, mientras paso al ordenador estos cuadernos […] lo complicado vendrá luego, cuando intente darles cierta corrección, y aún más si aspiro a que acaben teniendo alguna coherencia, componiendo un libro».
Y si para ti era complicado, cómo encomendar ese trabajo a otro, aunque con un poco de ojo no es difícil distinguir el grano de la paja.
«Querría ordenar, darle forma a cuanto tengo escrito, disperso. Me da miedo que todo se quede a medio hacer».
Dice Chirbes que la escritura es ―y mucho― trabajo, y Carmen Martín Gaite lo ratifica en el prólogo de Mimoun, poda su prosa de excrecencias innecesarias y vive sin prisas una etapa ascética de aprendiz exigente.
«Leo páginas de la novela, y pienso en que debería tener el valor de abandonarla de una vez».
Me ha dolido leer a Chirbes al desnudo, o al completo, leer sus textos sin limpiar, a medio hacer.
«Anoche no dormí y hoy me he pasado el día con la novela, convencido de que no tiene solución».
No sé si él tenía planes para estos Diarios, la primera entrega me pareció más acabada, la tercera no pienso leerla.
«Tres y media de la mañana. Toda la tarde con la novela: vacía, hueca, un galimatías, pura nebulosa».
Sabemos de qué novela hablaba, sabemos lo que sufrió para redondearla, sabemos que el talento tiene mucho de insistencia.
«Paso todo el día peleándome con la novela, cuya prosa me irrita aún más que la que destilo en estos cuadernitos en los que escribo a vuela pluma».
Este Diario es, en realidad, la novela de su vida, pero sin pulir.
«Decido que la novela no tiene salvación. La dejo».
No la dejó, claro. Y ese libro, que tantos quebraderos de cabeza le diera, habría de convertirse en su obra más conocida.
«Creo que tengo el orden definitivo de la novela. Queda, sobre todo, cortar y ajustar en la primera parte, donde se me va de las manos, y reescribir los dos últimos capítulos de Rubén Bertomeu, que exigen vaselina, porque entran a tropezones».