“Diario de un Loco”, obra escrita por el ensayista, traductor y padre de la novela moderna china, Lu Hsun, plantea de manera (poco común) una crítica a la sociedad a través de dos símbolos primarios: la locura y el canibalismo.
La narrativa que el autor va desarrollando a través de una trama arquetípica de lectura deconstructiva, nos habla de un hombre que al volverse paranoico puede ver la locura de manera explícita en la sociedad, creyendo que todos lo quieren devorar.
Es un relato escrito a manera de un vaivén cargado de ficción pero que con las técnicas adecuadas proyecta una historia verídica. Engloba características que lo hacen más creíble en significado y autenticidad, por ejemplo, el hecho de haber sido escrito en lenguaje vernáculo. Todo esto apuntala una visión más crítica en contra de la sociedad confuciana y el feudalismo que tuvo lugar.
La similitud que guarda el canibalismo con el sistema feudal de la cultura china está basada en el salvajismo y lo prístino que conlleva a una representación acertada, no sólo de aquélla época sino de nuestra actualidad. De la naturaleza del ser humano que recoge la entrañable sentencia de que nada es suficiente. Unus non sufficit orbis ¿Será verdad que un mundo, una realidad… no es suficiente o será que siempre necesitaremos alimentar nuestra ambición (cualquiera que fuese) a costa de otros?
Para responder a esta interrogante, el relato nos embarca en la mente de un esquizofrénico-paranoico muy cuerdo. Tal como un oxímoron que encaja perfecto en esta sociedad que señala a aquellos que se atreven a levantar la voz y a observar lo que la mayoría no puede percibir.
Eso que llaman locura, no ha sido más que la excusa ideal para imponer un sinfín de castigos y etiquetas inverosímiles que ocultan la maldad cosechada por la incertidumbre de seguir aparentando ser “normal”. Esa beligerancia que nos destruye es el canibalismo encarnado del que todos somos partícipes de alguna manera. Homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre), como enunció Plauto, intrínseco a nuestra especie. Nos destruimos unos a los otros, a través de la indiferencia y la sumisión que se impone dando zarpazos a los que la obstaculizan.
La antropofagia, devoradora de convicciones, ya se ha hecho un hábito a través de la pérdida de la capacidad de asombro. De la negación hacia lo que acontece a nuestro alrededor. De la opresión que nos aplasta si intentamos escapar. O que nos ofrece ser partícipes y perpetuar el regreso a un estado de “cordura” disfrazada, donde en realidad los enfermos mentales son los que deciden formar parte de este festín. Y el vecino, el hermano, el colega, el amante, el amigo… nosotros mismos despedazándonos una y otra vez.
Pero, talvez como los lobos que se introducen en un ecosistema para reestablecer el balance y recuperar el bienestar… talvez sólo así, como ellos lo hacen, el papel del ser humano pueda ser entendido y considerado como parte de una justificación vaga, de un proceso que tiene que ser vivido para reinventarse.
Es menester, meditar acerca de qué tan arraigada se encuentra la representación de lo que se concibe como verdad y cómo es que la fijación que llegamos a aceptar como propia ha sido instaurada en nosotros. Puede ser que la vía a seguir se encuentre implícita en el imperativo que nos regala Lu Hsun: “¡Salvad a los niños!” de la involución presente. Restituirlos… Quiushi (buscando la verdad).