La ventana está abierta. Alejandra bebe su café con la televisión encendida sin poner atención al comentarista en turno quien, con todo tacto y para evitar meterse en problemas con sus jefes o los jefes de sus jefes, da cuenta del tremendo e inverosímil pleito que el Presidente enfrenta con el titular del INE.
El estadista, el responsable de gobernar una Nación de millones de habitantes y amante del béisbol, segura en su queja mañanera que el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral pretende “cancelar” sus matutinas apariciones públicas y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para evitarlo. El aludido rechaza la acusación y revira: nadie habló de cancelación, solo de suspender su transmisión íntegra durante las campañas políticas, es decir, por ahí del 4 de abril.
El personaje de las noticias recuerda a la audiencia que este año se renovará la Cámara de diputados federal, 15 gubernaturas, 30 congresos locales y mil 900 ayuntamientos y juntas municipales en el país. Las estimaciones de la autoridad electoral refieren la ideal participación de 94 millones 800 mil personas inscritos en el padrón y la instalación de alrededor de 161 mil casillas el 6 de junio, día de la elección.
Ella ni entiende ni escucha los argumentos. Sus pensamientos y preocupaciones están en el hogar paterno y en un hospital de la ciudad. Su padre, un adulto mayor que sobrepasa las ocho décadas de vida, está grave a consecuencia de la diabetes y el coronavirus. Ya no alcanzó sitio en ningún hospital y lo llevaron a casa, donde adecuaron una de las recámaras para recibirle y atenderle. Hay dos tanques de oxígeno a su disposición y todo un grupo de personas dispuestas alrededor “por lo que se ofrezca”. Es el patriarca, el responsable de la gran y amorosa familia formada hace al menos 60 años.
En las mismas condiciones están uno de sus hermanos, una sobrina y su hermana. Ella sí quedó hospitalizada por sus problemas de presión y el diagnóstico no es muy alentador. La familia se deshizo de algunos bienes materiales y ya gastaron la mayor parte de sus ahorros en atención médica, equipo de respiración, tanques de oxígeno y alimentos. Son muy unidos, ni duda cabe.
En la sección deportiva del noticiero dan cuenta del rechazo del entrenador en jefe de los patriotas, Bill Belichick, quien se rehusó a recibir una medalla de su presidente, allá en Estados Unidos, y también de las críticas al arbitraje en el inicio de alguno de los incontables torneos de soccer en el país. No mencionan nada sobre la millonada destinada por la Federación al estadio de béisbol de los Guacamayos de Chiapas, el equipo del hermano del Presidente.
En su mayoría dedicados al comercio en pequeño (tiendas de abarrotes, ferreterías y una papelería), tienen la posibilidad de echar mano de algo para atender la emergencia. Solo en esos cinco casos han erogado poco más de 60 mil pesos en conjunto y las alcancías empiezan a vaciarse. Nuevamente se confirma la sabiduría popular: “en este país no hay dinero que alcance”. Los únicos ingresos disponibles para todos en este momento provienen de los abarrotes… la pandemia acabó ya con las otras posibilidades.
Odia recordarlo pero debe hacerlo. Ella tiene los papeles del espacio familiar en el panteón local, donde esperan su madre y dos hermanos. Todo está en orden.
Intenta terminar el líquido ya tibio y justo cuando se dispone a ello escucha las últimas cifras sobre la enfermedad en el país: en 24 horas, 14 mil 395 nuevos casos y mil 314 muertes.
Alejandra hace un esfuerzo para evitar las lágrimas.
Es responsable de administrar los gastos y de atender todas las cuestiones relacionadas con el estado de salud de su gente porque los demás no son tan fuertes. Su cuñado se soltó a llorar con el diagnóstico de la esposa y le ofreció disculpas. Le dijo que le gustaría tener su fortaleza pero no puede, nunca podrá.
Está sola y tiene que cerrar la ventana y preparar la jornada del día siguiente porque debe ir al hospital y dejar dinero para el oxígeno. Suspira.
Su mirada está perdida en el líquido al fondo de la taza y su mente divaga: es demasiada responsabilidad para una persona.
Como ayer y el día anterior, se convence otra vez. Debe hacerlo. Sin darse cuenta se abraza al acomodar el suéter en su espalda. No está dispuesta a reconocer que se siente sola. Se levanta de la mesa y no pone atención cuando el locutor despide el informativo nocturno recordando que este 13 de enero es el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión…