Cada año muchas personas hablan de llegar a ciertas metas durante el nuevo año, es cierto que existen metas muy fáciles de cumplir, y otras que hasta parece son pensadas con la intención de no llevarlas cabo.
Nos referimos a las metas o propósitos de año nuevo que las personas se hacen cada año y en las que cada año fracasan: las dietas, el ejercicio, titularse, dejar de fumar, terminar el libro, ¡arriesgarse en una relación!
Son propósitos que precisamente tienen el propósito de no llevarse a cabo, o como se dice ahora, postergarlos nuevamente. Pareciera que de lo que se trata en sí, es de establecer metas para no cumplirlas.
En nuestra práctica clínica, escuchamos cotidianamente cómo la persona sueña con lograr ciertas cosas en su vida; el tema de los vicios por ejemplo es ilustrativo. Quieren dejar el cigarro, quieren dejar a determinada persona, quieren alejarse de las redes sociales, para pasar más tiempo con la familia.
Y la realidad es que por alguna extraña y ajena razón no se puede. Los sueños de mejorar, de ser diferentes, se convierten a corto plazo en terribles pesadillas que acorralan a la persona, pues ni pueden dejar de pensar en la meta ni pueden dejar de hacer lo que vienen haciendo desde tiempo atrás, o sea, no cambiar, no moverse.
En el fondo, se trata de una de las características primordiales de la neurosis actual: la postergación del deseo y del compromiso.
Hoy en día a ese fenómeno de la postergación se le ha denominado procrastinación, tal vez para tener un mejor manejo del concepto.
Se ha considerado a la procrastinación incluso como un fenómeno social, donde en efecto, el sujeto aplaza o posterga lo que tiene como meta realizar, alarga los tiempos en relación a los compromisos que tiene en puerta.
Para el sector de la salud mental, la procrastinación ha adquirido niveles alarmantes, pues cada vez tenemos más personas diagnosticadas con el problema de no poder llevar a cabo sus compromisos, derivando en diferentes sintomatologías.
Se habla pues de la procrastinación como síntoma pero también de la postergación de propósitos que cada año la persona se hace con todo el entusiasmo del mundo, y es en ese impasse que ubicamos lo que decíamos arriba, el sueño se torna pesadilla.
Una cualidad de la procrastinación sería que todo aquello aplazado, al no ser realizado, al no quedar resuelto, se torna fantasmático. Llevando al sujeto a la producción de ideas que martirizan constantemente ante su sola manutención en el imaginario.
Son esas ideas que conducen a la persona a la rumiante acusación, los pensamientos que en forma parasitaria se adueñan de la mente para generar dolores de cabeza ante su cada vez más alta fortaleza.
En otras palabras, lo que no se logra en lo simbólico, se re-produce en lo real, gracias a lo imaginario. Lo real en este caso, sería aquel registro en el sujeto donde no existe el sentido, donde no hay palabra que simbolice, de ahí el terror que resulta ante lo des-conocido, lo sin-nombre.
En un escenario más cotidiano, la persona que cae en el sistemático aplazamiento de sus deseos o de sus compromisos –de lo cual no vemos mucha diferencia-, no sólo está dejando de hacer y de ser, sino que además se enfrenta al retorno de esos deseos, propósitos o compromisos de manera acuciante, a través de la culpabilización.
Aquí obtendríamos una ecuación interesante: el sujeto se hace un propósito, posterga, falla, adviene la idea del propósito no realizado en un reverso desconocido, y surge entonces un fantasma que lo acorrala.
El malestar no se hace esperar, y la persona puede pasar el año entero enfermando, somatizando algo que sin saber fue predeterminado por sí mismo, a inicio de año, con toda la buena intención que pueda tener alguien que piensa en cambiar, en ser diferente.
Entonces tenemos un grave problema: si en el fondo, establecer propósitos de año nuevo, sirven en su lugar para generar malestar y culpa incluso, sería preferible no realizar el ritual.
Y es que de lo que se trata primordialmente, es de repetir un ritual con el cual se conjura la ecuación que definimos. Cada año lo que con toda la mejor intención hace la persona, es dar marcha a un proceso de enfermedad, de malestar sin saberlo.
Tener propósitos como signo de madurez pero al no cumplirlos, se vuelven en signo de incomodidad, y como dijimos, en algunos casos hasta de enfermedad.
Es la esencia de la neurosis: aplazar el encuentro con el deseo. Por lo tanto, hablando de los propósitos de año nuevo, la persona da marcha en el ritual a la procrastinación, pero además también intenta por medio de la misma, aplazar su encuentro con algo definitivo, con un deseo, que de suerte no quiere ver cumplido.
En definitiva, ¿se hacen propósitos para cambiar la posición del sujeto o para formar fantasmas que no dejan de perseguir en todo el año?