Vivir en una ciudad nos condiciona a reaccionar de una manera cada vez más hermética. Poco a poco te vuelves más desconfiado ante la gente, dejas de hablar con los otros, aprendes a hacer de tu rostro un rictus ante cualquier consulta por extranjeros, las mujeres optamos por llevar un bolso dispuesto “a la batalla” -como si salir de casa significara eso: una batalla-. La rutina, ésa que marcan los días, nos va convirtiendo en una masa uniforme que se mueve al mismo son. Esos engranes que mueven la máquina.
Aquí recuerdo las imágenes del corto “El héroe” de Carlos Carrera, esos sujetos a quienes no se les distingue el rostro bajando al subterráneo para tomar el Metro. En esta pluralidad sin rostro, en esa continuidad del flujo automovilístico, una palabra de cortesía detiene el tráfico. Así nos sucedió.
En una esquina, no tan confluida de Colima, una persona se acercó a nuestro auto para solicitar unas monedas; por desgracia, en ese momento, no disponíamos de alguna. El sujeto mostrando una sonrisa nos dijo: “No se preocupen, sé que las cosas son difíciles, pero verán que se pondrá mejor, buen día y que Dios los bendiga”, sus palabras fueron como el tope sobre la calle que obliga a que el tránsito vaya con cuidado.
En tiempos como los que vivimos, cuando sólo preservamos nuestros propios intereses, cuando estamos tan acostumbrados al pre-juicio, palabras como las antes dichas invitan a pensarnos en nuestro devenir cotidiano. Como inercia, vemos a una persona como nuestro interlocutor e inmediatamente surgen acciones como: subir el vidrio, ignorar lo dicho, hacer la mueca de no hay dinero o simplemente extender la mano con algo de cambio sin mirar el rostro. En cualquiera de esos escenarios, se despersonaliza al sujeto, porque así, es más fácil no sentir.
No fue el contenido de su mensaje lo que motivó mi reflexión, no fue el grado religioso de pensarle; fue en todo caso esa valentía de pronunciarlas, de no apelar a la misericordia validándose como inválido, sino posicionándose como un sujeto semejante que está en desventaja. ¿De qué manera en el sistema conviene la no inclusión? ¿En qué medida es preferible mantener las distancias entre el status quo?
Recurro a esta dicotomía social: el adentro y el afuera. El primero establecido por la norma, en él se encuentra todo aquello por lo que nosotros “trabajamos” en la vida. El segundo definido por la alteridad, la que no configura un establishment adecuado. ¿En algún punto asumimos este patrón de conducta?
El extrañamiento citadino que me produjo este encuentro, se asemeja al saludo del extranjero en un contexto extraordinario. Es esa noción del fuereño, del que no pertenece al entorno lo que disloca el discurso. Sí, con sus palabras se desarticuló la mueca. ¿Ignorarlo? Sería también ignorar esa parte mía que escuchó.