Frente al cine, Pablo estaba a punto de entrar para ver la función; en eso, apareció Alberto en compañía de otros excompañeros suyos de la escuela secundaria. Allí, el segundo le saludó para preguntarle cómo le había ido.
—¿Y por qué te interesa saber? —repuso Pablo con asco.
—¿Es cierto que casi te vuelves uno de ésos? —interrogó Alberto protervo.
—La verdad es que no me interesan esas cosas, ¿a ti qué te importa?
—Sólo preguntaba, ¿tiene algo de malo?
Pablo, ya harto, quiso saber el porqué de saludarle siendo que ninguno de ellos era su amigo; Alberto, perplejo, le indicó que no estaba mal saludar a un antiguo colega. El primero, pletóricamente fastidiado, le pidió que se pudriera o habría problemas, no tenía más deseos de tolerar estulticias.
Otrora, Alberto entró a segundo grado de secundaria en la misma escuela que Pablo; era un ser apocado, de baja estatura, temeroso, y J*** fue su sayón al tomarle como su presa para desahogar su frustración de la vida.
Pablo en ocasiones se le acercaba a Alberto para interrogarle si estaba bien, puesto que nadie más se preocupaba por éste; Alberto plañía a más no poder, al sentirse impotente de defenderse. Como una vez en que J*** cogió el borrador para mancharle todo el pantalón y así, reírse todo lo que quería mientras el otro berreaba.
Empero, por alguna razón Alberto tampoco podía estar solo; siempre requería estar en compañía del resto con tal de no pasarla así. Así fueran ataques ad hominem que recibiera, prefería estar de tal modo. Quien sí se ausentaba de todos, era Pablo; no toleraba el hecho de compartir el mismo descanso que éstos.
Cada vez Alberto sufría más embates, al grado de no poderse libertar de ninguno; sea como fuere, un día ya cansado y deprimido, pidió paz. Dialogó con J*** en que ya no se agredieran más, sólo quería estar sin ser golpeado.
El segundo le propuso que molestaran a Pablo, puesto que no se valía que se ausentara de los demás sólo por cosas que no le agradaban —algo que ellos no querían aceptar—; pues Alberto, entre clase y clase, se ganaba la confianza de Pablo sin que éste sospechara.
En una ocasión, Alberto le interrogó por qué no se juntaba con el resto; Pablo, repuso solamente que no le agradaba su forma de ser. Ahí aprovechó para saber si J*** era de su desagrado, a lo que Pablo respondió irónico:
—No estaría mal que alguien lo enviara al hospital, ¿o sí? Tú debes saber esto mejor que nadie.
Una vez en horario de salida, Alberto le confesó a J*** todo lo que dijo Pablo sobre él; al día siguiente, en hora del receso, J*** se fue contra Pablo para ahorcarle y preguntarle si era verdad que quería enviarle al nosocomio.
—¿Qué te pasa, pendejo? ¿Quién te lo dijo? —Pablo cortó el ataque y le empujó, para finalizar que no era difícil de sospechar quién se lo informó.
Ahí estaba presente Alberto, por lo que el afectado le responsabilizó por ser el único a quien le había revelado tal información. Alberto, desesperado, negó que él hubiese sido; no sería capaz de compartir tal información, aparte de que a Pablo lo consideraba su amigo.
—¡Por mí chinga tu reputa madre, imbécil! —se despidió el agredido no queriendo hablar más con él.
Alberto se preocupó por tal reacción, no esperando algo así; por su haber, cruzó un malestar de haberse comportado mal. Trató de disculparse con Pablo por todo lo acontecido, mas éste se rehusó a siquiera dirigirle la palabra.
—Sabemos perfectamente quién eres tú —continuó él ya afligido—, eres el putito de tu novio J***; pero no te preocupes, tú mismo te has hundido.
Se retiró de la escena; Alberto, sintió escozor en sus palabras al grado de juntarse más con J*** para planear algo en contra suya. Si bien el último trató de molestar más a Pablo, se ensañó con Alberto desde apodarle «putita», pasando que la verdad cualquiera podía joderlo a su gusto, y Alberto sólo se callaba.
Culminó el segundo grado para pasar a tercero; Pablo no hablaba con ninguno. Alberto trataba de atraer su atención, fallando en todo momento. Por instantes, todo se había calmado durante unos meses. Antes de salir a vacaciones invernales, él y J*** se dedicaron a molestarle; Pablo, se retiraba de su lado. En el aula, existiendo un festejo por haber concluido los exámenes mensuales, los otros dos principiaron a estragarle hasta que lo golpearon y el padre del agredido, entró para saber qué había acontecido.
Pablo, realmente enconado, señaló tanto a la profesora como a él quiénes habían sido; la coordinadora recibió a los tres en la oficina. Sabía de los antecedentes de cada uno, viendo que una más y expelería a los otros dos que afectaron a Pablo. Por esa ocasión, todo concluyó.
Al retorno de las vacaciones invernales, Alberto se quejaba ante Pablo que él no había hecho nada; Pablo, burlesco, le indicaba que era peor que J***. Al menos él, ya no disimulaba lo que era; en cuanto al otro, era quien limpiaba su excremento con la lengua.
—¡No es así! ¡Mientes! ¡Eres un pendejo! —exclamó Alberto con dolor, pero Pablo mejor se retiró de ahí.
Otro día, mientras Pablo conversaba con dos compañeras, Alberto se acercó para conectarle un puñetazo en uno de los omóplatos; Pablo, quejándose del dolor por el impacto, sintió que no podía doblarse por instantes. Las compañeras indignadas, aseveraron mirar todo y decirle a la profesora.
Pablo, no conteniéndose más, le retornó un golpe más fuerte en su brazo; ellas aplaudieron que así fuese, pues vieron todo desde el principio. Alberto cada vez era menos querido por todos, y de hecho, había estado más rezagado que J***, lo cual ya era mucho decir; Alberto ya sólo buscaba verter sus afectaciones en terceros a como diese lugar. A Pablo le llamaba cerdo, gordo, tetón… cosa que le tenía sin cuidado.
Así pasó el resto del ciclo escolar hasta el día de la graduación; Alberto se burlaba de Pablo al preguntarle qué se sentía ser un obeso que cualquiera podía reírse de él, a lo que la contraparte repuso sonriente:
—Debe ser peor ser recordado como el putito arrastrado de J***, alguien que causa asco con tan sólo mirarlo.
Alberto, no conteniéndose más, le contestó que un día pagaría por su avilantez; Pablo mejor le ignoró.
Los acompañantes de Alberto le decían que mejor entraran a ver la función, se olvidaran de esto y sabían bien de lo que el otro era capaz de hacer. Una vez retirándose, Pablo hizo lo propio para sonreír silente y olvidarse de este mal rato.