¡No salgas! ¡No te asomes! Quédate ahí, debajo. Me lo gritó más duro mi mamá que mi papá. Estaba durmiendo. Me desperté y apenas vi unas sombras que corrían por mi cuarto y abrían el armario y cerraban la puerta del baño. Mi papá me quitó las cobijas y menos mal tenía el pijama puesto. Me acostó en el suelo y me deslizó debajo con suavidad. No salgas. No te asomes. Quise agarrar los pies de mi mamá. Ahí fue cuando ella me gritó como nunca lo había hecho: ¡No salgas! Afuera, puede que en la sala o en el cuarto de ellos, se escuchaban pasos largos que hacían rechinar el piso de madera. Vi pasar unos pies desnudos y no reconocí de quiénes eran. Mi padre le dijo a mi madre que había que sellar las ventanas y ponerle el pasador a la puerta. Me arrastré para pedirles que no me encerraran y mi padre, sin gritarme, me acarició la cara. No te asomes. Las luces estaban apagadas y a lo lejos apenas se escuchaban susurros. A mi lado una cobija, una almohada y mi celular. Ochenta y nueve mensajes sin leer. ¿Sabes lo que pasa? Me tienen en el armario y me dicen que no salga. Yo estoy debajo del escritorio de mamá. Les digo que estoy debajo de mi cama. Abrí las otras redes y muchos memes que decían que no saliera, que me escondiera, que mejor encerrados que enfermos. Mis youtubers en vivo, desde lugares oscuros, insistían en que debíamos protegernos, que no nos asomáramos, que siguiéramos las indicaciones de nuestros padres y adultos. En un video de uno de ellos pude ver cómo el cielo a través de su ventana cambiaba de colores. Dejé varios comentarios. Dejó de subir videos. ¡No salgas! Apareció una bandeja con frutas, un pan tajado y un pedazo de queso. Comí un poco y dejé para más tarde. Acá no me daba mucha hambre. En Instagram subieron fotos de sus lugares ocultos. Mucha ropa, zapatos desordenados, hojas en el suelo, cajas y cajas. Yo tomé fotos con el flash y mi papá se asomó y me preguntó qué estaba haciendo. Medias sin su par, mucho polvo, dos juguetes que ya había olvidado. Ahora estaba siguiendo cuentas que indicaban cómo organizar mi escondrijo. Cómo maximizarlo. Cómo hacerlo único. Saqué los juguetes, metí más ropa y limpié el polvo. Mi mamá me dijo que no me moviera tanto que el ruido se escuchaba hasta afuera. ¿Hay alguien afuera? Frutas, jugos, leche, pan, arroz con verduras. Lo que no me comía lo dejaba afuera y no sé cuál de los dos lo recogía y se lo llevaba. Videos bailando sentados, acostados, acurrucados. Quiero subir mis videos. Mi papá me dijo que eso era peligroso. Ahora no lo sé. En la cocina o desde el baño los escuché decir lo que sobra hay que arrojarlo por la ventana. Espero que no me boten los zapatos que se veían un poco sucios. Pasaban los pies de mi papá dando pasos largos y las manos con callos o cortadas recogían loza sucia o la basura que se acumulaba para meterla en una bolsa negra. Los pies de mi mamá en la puerta, limpios, quietos. No salgas. No te asomes. Me limé las uñas porque no logré encontrar el cortaúñas. Me las pinté una y una. Manos y pies. Abundaban las cuentas donde enseñaban a arreglarnos y mantener la belleza oculta. De cumpleaños me trajeron ropa nueva, la que recogí ya no me quedaba. Le dije a mi mamá que estaba muy grande todo y me gritó otra vez. Mi papá se acurrucó y me dijo que los disculpara. Lloré un poquito. Encontré una página donde enseñaban a arreglar la ropa para que quedara ceñida. Al baño tenía que ir a oscuras. A gatas. Me trajeron un balde. Lo dejaron en la esquina junto a la cama. Ducharme una vez al mes. Fue la última vez que me di cuenta de que mi mamá se hizo más chiquita. Hubo un intercambio de archivos de texto sobre empoderamiento de lo oculto. Vi videos de alguien que afirmaba que pudo salir y que regresó ciego. ¿Cómo hizo para grabar el video? Escuchaba canciones sobre sexo con objetos. Mi mamá me exigió que no escuchara eso. Los pies de mi padre se quedaban ahí, afuera del cuarto, en silencio. Tomé cursos de alfarería, me gradué en economía inmóvil. Mi mamá se llevaba mis artesanías. Mi papá recaudaba el dinero. No tenía aún llave de mi cuarto. Discutimos. Mucho. Horas, según el celular. Al final, me dejaron una copia y desaparecieron sus pies. Conseguí pareja en Ecuador y en Dinamarca. Mis patrocinadores apoyaban mi emprendimiento a oscuras para economías minimalistas. Me iba bien en los negocios. Hace dos días no veo los pies de ninguno. Apagué todo y presté atención. Gatos afuera. No hay voces. Los llamo. No responden. Me asomo hasta la puerta del cuarto y grito sus nombres. Afuera, tal vez en la calle, golpean. ¿Qué hago? No te asomes. No te asomes. No te asomes. Vi un video de alguien que salió y nunca volvió a entrar. Quédate, es mejor para ti. Me arrastro hasta la sala. Me asomo a la cocina. No están los pies de ninguno. En la puerta de entrada los golpes suenan duro, muy duro. ¿Quién? Silencio. Somos nosotros. Papá y mamá. Me pongo de pie. El pomo de la puerta ahora me da casi a la cintura. Pongo el pasador. Me arrastro de nuevo hasta debajo de mi cama.
Semblanza:
Diego Valbuena (1977). Magíster en Comunicación-Educación (Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá, Colombia). Ganador del XXXVIII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento (Barranquilla, Colombia, 2015). Ganador del Premio Distrital de Cuento Ciudad de Bogotá (2014). Director del Colectivo No Escritores. Coordinador del club de lectura Un Mundo Feliz.