Camilo estaba por terminar de desarrugar la camisa con el calor de la plancha, de pronto… se quedó mirando fijamente a la nada. En ese instante acudió a su mente el recuerdo de aquel día que encontró una bola; sí, se detuvo para recoger la bola de papel y, apoyándose sobre la pared de una casona antigua, comenzó a tallarla con la palma de la mano, hasta descubrir las líneas de un río y unas letras queriendo volar, el texto le llamó la atención, y dijo: “Te quiero desde el verano, ese día te conocí a la orilla del lago, ibas acompañada de tus padres, él sentado sobre la silla con su caña, esperando pacientemente su pescado, ella muy relajada en un camastro con un libro de su autor favorito, y a varios metros, bajo un árbol, tu mascota echada a un lado tuyo, orgullosa velaba tus sueños. Por accidente caí muy cerquita de ti, al atrapar el disco que mi primo había arrojado, pero fuiste tú quien me atrapó. En otoño volvimos a recorrer el mismo lago bajo los árboles, que ya anunciaban el invierno, ahí más te abrigaba. Nos sentimos únicos en primavera, como las flores cuando son acariciadas por los rayos del sol”.
Al terminar de leer, Camilo dio unos pasos y al mismo tiempo giró la cabeza hacia la ventana, en ese instante vio un reflejo sobre los cristales, era el nombre de una tienda a la que, por su timidez, nunca había entrado. El corazón le insistió tanto que cruzó la calle con la hoja en la mano.
Después de entrar no sabía cómo empezar, se sentía como un jovencito sobre su bicicleta de montaña, dando vueltas y vueltas en la cuadra. No tuvo más remedio que respirar profundo e inició su caminar por un pasillo estrecho hasta encontrarlo, se detuvo y continuaba mirándolo; contemplaba su grandeza, después estiró la mano para sujetarlo y se fueron a sentar. Pasaron unos minutos en silencio, ya le había dado unos sorbos al café, hasta que se atrevió a preguntar:
—¿Qué opinas de mi segundo aire? Tengo derecho. No quiero seguir envuelto en la soledad. ―A punto de responder entró por la puerta una ráfaga de viento, eso provocó, que inmediatamente se abriera en partes.
Camilo comenzó a repasarlo una y otra vez, quería llegar hasta el centro del corazón, él, lo detuvo diciendo: —Despacio y encontrarás respuestas a tus dudas; conocerás más de mí, por lo pronto has dado un paso muy importante, ya no estás atado, eres libre y comienza a escribir lo que más te guste, lo que tú creas que servirá a la gente joven o adulta, siempre habrá más de uno que siga tus consejos. Te sentirás feliz cuando te llamen por tu nombre.
Después de escuchar varios consejos, se retiró analizando sin decir nada, pasó días y volvía a la misma hora. Él, lo siguió orientando sobre la vida; Camilo comprendió la fórmula de amar y solucionar problemas. Fue así como llegó el momento de no estar más en la oscuridad, y aceptó tenerlo a su lado en casa; después de apagar la luz, descansaba triunfante, y él, quedaba a un lado de su almohada.
Mirándolo agregó:
—Todos tenemos la responsabilidad de proteger a los árboles del campo, de ahí nace y hoy está a su lado. En él se plasman historias, se escriben conceptos para ampliar y mejorar los conocimientos… se llaman libros, libros grandes, libros pequeños, es lo que está estampado en la camisa. ¿Quién no aplanchado una camisa? Sí, una camisa. Es por eso que hoy solté aquel recuerdo que me hizo cambiar, y comparto cómo llegó mi segundo aire, el amor por los libros. Nunca imaginé que en un libro pudiera encontrar tanta sabiduría.