La hombría, la elegancia, la ausencia del miedo hondea en la pañoleta roja que juega entre el toro y el torero, emociones intensas se riegan por la plaza en ese momento e imagino un taconeo de flamenco de fondo que acelera la sensación y el aire se desgarra. La muerte grita en el silencio, grita el destino en el dolor y el arte se pone de pie con el paroxismo de la vida. Esa es la magia del ruedo. La sombra del hombre en la arena se alarga como lanza y en ella es unificado con la pañoleta y la daga; hay que estocar la vida sin dar marcha atrás. Matador de miedos, matador de fragilidades.
En el heroico ser como un samurái, entierra las zapatillas al suelo, torea con armonía y poderío y la nobleza entonces trasciende. Como el artista que se arriesga más allá de la vida que es fugaz, casi traspasando la muerte. Allí estuve, 2008, viendo al hombre convertirse en leyenda, convertirse en marejada misteriosa con el poder de la voluntad inquebrantable por la vida. Escultura viva que despierta con la elegancia del valor, la mirada fija al toro que pasa cerca y la estocada certera. En cada muletazo hubo elegancia con singular temple, avasalló. La luz de la plaza vio caer las orejas en cámara lenta al fragor de la ovación.
Tarde, noche calurosa y el torero con su elegancia vertical, silente, serena, con su coquetería virtuosa juega con la muerte, baila con ella, y le gana. Toreando al natural como se torea la vida. El torero se acerca al toro, quieta sensualidad y luego la estocada, el sufrimiento, el corte del rabo, el dolor, el poder que recorre la sangre que fluye y la que cae.
¡Matador! Un quite por gaonera, una lidia honorable. En cada torero va rugiendo un colectivo (Dominguín, Ordoñez, Manolete).
Matador de orgullo con muleta y capote. Emoción que resuena. A hombros como un príncipe, por la puerta grande, el torero sale avante a la muerte con un silencio poético, el silencio de la roca sin esculpir y del mar que está a punto de dejar de ser calmo, un silencio oscuro que torea a la muerte que va allí a su paso mirándole. Un silencio vertical que torea a la muerte de frente. El cartel taurino sigue allí en lugar del calendario, porque cada día hay que lidiar los toros y mirar de frente a la muerte para continuar con el juego de la vida con paso vertical y salir al final por la puerta grande con el orgullo de ser el artista que uno es.