–Deberías estar escribiendo –susurró la voz de mi mujer a mis espaldas recargada en la puerta.
–Debería, pero no hay nada que hacer, no sé qué decir. Ellos siempre esperan historias fantásticas, romances. Pero…, ¿qué pasa cuando ya no tienes nada?, ¿qué pasa cuando te sientes simplemente cansado de escribir? Sabes, a veces ni yo mismo comprendo por qué les gusta lo que escribo, yo no invento tantas historias pensando en que las personas las leerán y se sentirán envueltas entre las palabras, las frases y los personajes. Yo sólo me pongo frente a una hoja en blanco y escribo las cosas que alguna vez odié, las cosas que alguna vez quise vivir y las cosas que siempre quise hacer, pero que nunca logré.
–Te entiendo. Ven –me dijo mientras ponía su mano en mi nuca y la pasaba lentamente entre todo mi cabello despeinado–. Que hermoso atardecer, ¿no crees?
–Sí, me gusta. Sé que no es el mejor lugar y sé también que en ocasiones quisieras irte y no te culparía si lo hicieras. A veces yo también quisiera irme. Cuando me harto de sólo tener esto, este espacio, estas paredes viejas, esta forma de vivir que me ha abierto muchas veces las puertas hacia la locura. Pero la ciudad me aburre, el horario de oficina me desespera, así que, prefiero estar aquí. Prefiero este cuarto, sentirme libre. Prefiero estar entre Ruíz Zafón, Nabokov, García Márquez, Bukowski, Hemingway, Xavier Velasco, Miller, Bolaño, Cortázar, Borges, Neruda, Vargas Llosa. Prefiero ser yo y no solamente ser alguien moldeado y manipulado a conveniencia de quienes nos dirigen. Prefiero esta vista al mar y la vista que tengo de tu cuerpo cuando amanece.
–Yo jamás he pensado en irme, aquí vivimos bien, al menos yo me siento bien estando contigo. Aunque tenga que trabajar, pero eso no importa, mientras tú tengas tiempo para escribir. Por cierto, ¿cómo va la novela?
–No sé nunca he escrito una. ¡Maldita sea! Sólo he escrito cuentos y unas cuantas reseñas para algunas revistas y periódicos locales que terminan diciéndome: debería dedicarse a escribir algún libro serio o alguna novela. ¿No lo ha pensado? Y siempre regreso a casa, destapo una cerveza, me siento frente a la muy vieja pero muy bien cuidada máquina de escribir que tú me regalaste. Medito, leo lo que ya llevo, me surgen ideas, cambio un poco la historia, le doy un toque aquí, un toque por allá. De pronto todo es anotaciones, transcribir, tirar los fragmentos que no me gustan a la basura, destapar otra cerveza, sentarme, mirar las hojas, volver a leer, levantarme, ir por otra cerveza, sentarme a la orilla de la cama, voltear a mirar al balcón, abrir el ventanal y sentir esa brisa marina chocar contra mi rostro, regresar al refrigerador por una cerveza más, volver al balcón para sentarme, divagar y admirar cómo el sol empieza a perderse en el horizonte y que de pronto a mi espalda aparezcas tú y de me digas lo mismo de todos los días: deberías estar escribiendo.
Ella me mira, se ríe (amo cuando se ríe), mira el reloj (a veces el que oprime su muñeca otras el de la pared) y hace lo mismo de todos los días después de que se oculta el sol y tenemos la misma charla; se levanta al baño, se cambia de ropa, se arregla el cabello (peinada cree que es más hermosa y tal vez sí lo es, pero yo la prefiero despeinada, de esa forma en la que solamente yo la puedo ver), se acerca a mí, me besa con una pasión que bien ella podría olvidarse de que va hacia el trabajo y yo podría olvidar que soy un fracaso como novelista y amanecer enredados en las sábanas, y me dice: tengo que trabajar amor, haz algo por tu novela.
Regreso la vista hacia la playa, termino mi cerveza (he perdido la cuenta de cuántas he bebido), me levanto (como puedo), voy por otra cerveza. Vuelvo a la máquina de escribir y comienzo a teclear hasta que ella esté de vuelta.
***
3.40 am. Era una helada mañana de invierno, una de esas en las que uno enfrenta a la soledad con una botella de whisky de aliada. De fiel perro guardián en el camino que lleva de noche al día. De escudo y espada a la vez. Divagaba entre los pensamientos de escribir algo nuevo, algo que fuese distinto a todo lo que ya había publicado antes. ¡Maldita editorial!, no entiende que los cuentos, las novelas, los relatos, ensayos no llegan a base de presión o de algún estúpido contrato. Ellos explotan, sustraen la pulpa de cada escritor hasta que éste se quede seco. Y pasan así al siguiente escritor joven, al que tiene la ilusión y la inocencia de un niño al que es sencillo enredar entre las trampas de las editoriales, ésas a las que no les interesa en lo más mínimo tus delirios en los que sólo comes letras, vives literatura y lees tu vida como un relato a tercera persona. Lejano. No saben nada sobre tus horas de insomnio, los momentos en los que pierdes la noción del tiempo y no sabes si es de noche o de día…
Hace tiempo había rondado por mi cabeza el hecho de que debería escribir sobre por qué no puedo escribir cuando se me es obligado. Y bueno, creo que eso fue lo que hice.