Él no me tocará hasta mi cumpleaños.
Aunque me haga cumplidos de vez en cuando por no haberme vuelto vaca, no quiere decir que por eso va a desearme de nuevo. Eso sí, él no ha dejado de decir lo buena que es nuestra relación, para sí mismo y a otras personas. Supongo que lo es. Yo qué voy a saber de la felicidad. Tal vez sea eso. Tal vez lo bueno se enfría pronto.
Siempre me ha encantado el olor del látex rezagado en mi vagina. Eso sí, los condones femeninos me asquean como ponerle una bolsa al bote de basura. Recuerdo el olor de un condón impregnándome después de haber estado con algún novio. Varias horas después de haberse marchado él, al ir al baño, el látex de aquel entonces inundaba mis pantaletas sin volverse bochornoso.
Antier fui a la farmacia y me compré un condón. Llegué a casa, entré al cuarto y abrí el empaque: era amarillo. Lo tomé cuidadosamente como si fuera una medalla y lo olí. Pensé en mi primer novio, el Logan, y la vez en que estrenamos uno de esos. No era suficiente. Pensé en la culeada de mi vida, cuando conseguí mi primer orgasmo (cinco novios después del Logan) y comencé a masturbarme. La palabra “novio” es por decirles de algún modo y, mientras los hombres de mi vida tienen nombre y apellidos, prefiero darle apodos a mis novios.
“El Pianista” llegó al antro y me sacó a bailar sin inmutarse por mis amigas y los dos tipos que se habían puesto a perrearme minutos antes. Recuerdo que bailamos, sus ojos color café con pistache, su nariz dominante y su barba de dos días erizándome la piel cuando platicábamos mejilla con mejilla. No recuerdo el timbre de su voz, pero sí la forma en que ésta estremecía mi oreja aunque no dijera nada cachondo.
Olí el condón de nuevo y tuve un orgasmo al recordar su pito enfundado metiéndose en mí mientras estaba recostada. Me arqueaba un poco para ver el tronco de su pene deslizarse y al ir recostándome más, como si fuera un techo moreno, ahí estaba su cuerpo duro de apenas unos cuantos vellos lacios, brilloso de sudor, y mis dos piernas enormes, esas sí de vaca, mientras él las sostenía. Cerraba los ojos y lo escuchaba gemir; cada ruido suyo estaba sincronizado con un tipo particular de acometida. Cierto movimiento de mis senos, casi doloroso, me hacía sentir más viva todavía. ¿Hace cuánto que el adicto de mi novio no consigue una erección, 3 años? Lo que él llama “Ahí viene esta de puta” yo lo llamo “Al menos no lo siento”.
Abriendo los ojos, desenfundé el condón y lo usé como guante para tres de mis dedos. Los cerré y su rostro reapareció; sentí sus labios y las palabras incomprensibles que uno dice mientras besa al coger. Esas palabras que son mitad mordida, mitad exclamación, mitad lengua animal vibrando al ritmo de lo que nos pasa por dentro. Me vine, nos mordimos los labios y él terminó también. Tuve un segundo orgasmo. Mientras, en mi mente, las gotas que brillaban en su pecho y su cabello llovían sobre mí. Mis manos hambrientas se aferraban a las sábanas, o a mí misma, no estoy segura.
Como fuera, estaba satisfecha. En efecto el olor iba a quedar en mí varias horas. Pensé en pedirle a mi pareja, con alguna excusa, tal vez un juego erótico, que usara guantes de látex en mi cumpleaños. Miento. Eso lo pensé al día siguiente, antes de volverme a sentir una puta por masturbarme pensando que me chupan el coño. Los hombres no lo saben hacer. Los hombres te aprietan las tetas para no darte una cachetada y al dedear parece que quieren colgarte del techo. Cuando se nos echan encima la que está cogiendo es una sola.
Miré el condón aguadado, sin sentido, enfriándose rápidamente sobre la palma de mi mano. Me produjo una leve tristeza y un poco de desprecio. Quería deshacerme de él cuanto antes y mientras extendía la mano hacia la caja de pañuelos imaginé que algo así deben sentir ellos cuando ven sus mecos esparcidos en un kleenex.
Semblanza:
Ériq Sáñez, escritor y poeta mexicano, autor de La novela zombi. Ficciones Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2014 (Fondo Editorial Tierra Adentro.