Irene está en su camerino, se retoca el maquillaje y se ajusta el corbatín; se acomoda la peluca y sale.
Camina hacia el escenario con una amplia sonrisa y se pregunta si se notará demasiado que es forzada.
La gente en las mesas le aplaude al verla llegar, los mozos recorren la sala sirviendo platillos y bebidas. Irene se para tras el micrófono, le da tres golpecitos y comienza el show.
—Hoy quería hablarles de la tortilla, supongo que aquí todos alguna vez han preparado una. ¿Alguno de los presentes nunca vio cómo se prepara una tortilla? El señor de azul, siempre le hacen tortilla a usted, no le veo pinta de buen cocinero —dice señalando a uno de los espectadores que se ríe y afirma con la cabeza, la mujer a su lado niega levantando ambos dedos índices entre risas.
Cuando uno hace una tortilla y la mira en el sartén la ve de lado, digámosle desde arriba, pero al desmoldarla la ve del lado de abajo, solo que ahora quedó arriba; bueno creo que se entiende, arriba, abajo, a un lado, al otro; el punto es que de un lado o del otro lado al dar vuelta la tortilla, ¿qué tenemos? La misma tortilla, ¿no es así? —La gente responde en coro que es así.
Irene se acomoda los tiradores de sus graciosos pantalones a rayas y respira hondo.
—¿Ustedes recuerdan? —pregunta y hace una pausa—. Porque seguro muchos recuerdan cosas aquí de las que yo recuerdo porque, aunque se quieran hacer los nenes estamos todos que no nos cocinan con el primer hervor —comenta señalando al público con una mirada burlona, mientras se escuchan murmullos y risas.
—¿Recuerdan que antes los jefes eran todopoderosos? Lo que decía el jefe había que hacerlo, entonces el tipo te decía quince horas sin dormir, sin comer, sin respirar, sin hablar y vos calladito ahí dale y dale haciendo lo que decía el jefe, odiándolo con toda el alma, pero era todopoderoso, y tú ahí dale y dale, él es el que paga, es el Dios del lugar. El empleado con la pala clavada en la tierra pensando cómo le darías con eso mismo en la garganta, pero cumpliendo. —Irene hace la mímica de todo lo que va contando, mira a la gente, se vuelve a acomodar los tiradores y sigue—. Pero alguien dijo no, no, no, inventemos sindicatos, démosle el poder al empleado y ahí el empleado tiró la pala a un lado, levantó la bandera, exigió sus derechos, empezó a faltar, a hacer cada vez menos horas, a tener vacaciones, a denunciar por todo y se hizo justicia para el empleado, pero ahora el jefe es el que tiene que cuidarse del empleado y ahora el jefe es el que está bajo las órdenes y voluntades y se quiere matar porque no llega con lo que le piden los clientes, pero el poder lo tiene el empleado.
—¿Se acuerdan? Y por esto todos, todos los presentes pasamos, porque este show decía para mayores de dieciocho años, así que creo que la gran mayoría pasó por esto —baja la voz y ladea la cabeza—, aunque los que tienen dieciocho o un poco más no, porque ya vinieron los famosos millennials y cambiaron lo que les voy a contar. —Se para derecha con una sonrisa de lado para seguir su espectáculo.
—Papá era la autoridad máxima, no, no El Papa no, eh, papá, nuestro padre, nuestro viejo, le teníamos terror, ¿o no? Yo que tengo unos cuantos años, les juro, mi viejo era un pan de bueno, era callado, tranquilo, pacífico, pero mi madre le daba la pista de que me había mandado alguna y, literalmente les digo, literalmente sudaba frío y prefería la muerte antes que esa mirada, una mirada seca, que era como una patada en la frente. Mi viejo era la ley máxima, pero los millennials, cambiaron las cosas, los derechos del niño, que están muy bien, que son algo positivo, pero cambiaron los roles, ahora mi hijo tiene nueve años, me mira con la misma mirada que mi viejo, me amenaza con denunciarme si le pego un grito y yo agacho la cabeza y bueno mijito como usted diga ¿Qué prefiere? ¿Chocolatito o heladito para el postre después de romper el vidrio con la pelota?, usted manda —relata levantando las manos y agachando la cabeza fingiendo estar asustada, vuelve la mirada al público y ríe. La gente murmura, también ríe y la mayoría asiente con la cabeza.
—Y lo último para que entiendan el concepto de la tortilla, y acá puedo hacerme de muchos enemigos si es que no me entienden, pero es el feminismo. Soy mujer, estoy totalmente de acuerdo con que tenemos los mismos derechos, tanto sociales como laborales, que nadie tiene derecho a lastimarnos, golpearnos, ningunearnos y que tenemos que ser respetadas, estoy totalmente de acuerdo y aquí me puse seria y filosófica de repente, pero es así, ¿no es así? —pregunta a las personas que la miran y todos responden que sí al unísono—. ¿Verdad que sí? —les insiste elevando el tono de voz y ellos repiten que están de acuerdo—. Bien, entonces yo ahora me bajo de acá, de este escenario, voy y le digo a mi marido que como yo levanto bastante efectivo de este trabajo, por así llamarlo, porque no parece, pero estoy trabajando —su tono de voz burlón y su mirada pícara hace que todos rían en el salón, ella continúa—. Le exijo a Augusto, que así se llama el pobre hombre que se casó conmigo, que me lave la ropa, me cocine, me planche, le pego, me consigo un amante, se lo refrego en la cara, lo humillo y le doy lo que sobra del sueldo para que se las arregle para comprar algo.
—Antes defendíamos al hombre que tenía muchas amantes, el gran macho, ahora es el perro maldito traicionero, pero ahora defendemos a la mujer que no debemos llamar puta, con lo que estoy totalmente de acuerdo, pero ¿es menos grave la infidelidad de una mujer que la de un hombre? Antes la mujer debía aguantar los cuernos calladita y ahora, ¿los debe aguantar el marido?
El silencio reinó un segundo, Irene siguió—: No, ¿verdad? No demos vuelta la tortilla, no hagamos que los niños tengan el poder sobre sus padres denunciándolos porque los quieren educar, ni que los padres vuelvan a tenerlo sobre los niños castigándolos por lo mínimo para que estén apartados y no molesten. No aprovechemos la condición de jefes para explotar ni la de empleados para aprovecharnos de nadie, no seamos machistas, no maltratemos a las mujeres, pero tampoco fomentemos el odio hacia los Andno. Una mujer pudo haber sido muy mala, y eso no significa que yo o ninguna de ustedes lo sea.
—Seamos humanos, nadie superior a nadie, no demos vuelta la tortilla, estamos haciendo lo mismo, cambiando el punto de poder, exactamente lo mismo, pero a la inversa, lo mejor es que cocinemos la tortilla juntos y la compartamos entre todos. Un beso enorme gente, nos vemos la semana que viene y esto es la noche de Stand up con Irene Tiradores, que hoy les presentó la vuelta de la tortilla.
La gente se levanta, la aplaude animosa y ella saluda con una reverencia y vuelve a su camerino.
Augusto la espera con un ramo de rosas, ella las toma, las huele y se las agradece con un ligero beso en los labios.
—Me sorprendió que tocaras temas tan fuertes amor —le dice Augusto, mientras ella coloca las rosas en un florero, se sienta frente al espejo y comienza a desmaquillarse.
—Y sí, cielo, si no lo digo con humor, lo toman en serio y me odiarán. Hablar de la realidad con humor, volverla un chiste, quizá los haga razonar un poco.
Augusto la observa y afirma con la mirada. Ella bosteza, se quita la peluca, acomoda su cabello y le pregunta: ¿cenamos tortilla?