Apenas la tristeza menguó en sus carnes y huesos, el viejo señaló el cuerpo de patria tirada en la hierba, me dijo que había sido anoche. El alcalde estaba borracho manejando su Chevrolet negra con un grueso de su escolta todos armados y echando plomo al aire: “esa camioneta parecía la carrosa del diablo”, decía el viejo: “el hijueputa estaría muy envolatado porque casi atraviesa la alambrada de la finca”. Se oyeron varios ladridos de patria que había salido a patrullar los límites de la vereda, repentinamente después de algunas arengas gritadas contra la perra se escucharon dos escopetazos, según los vecinos. El viejo se despertó con el primer trepidante ruido y el chillido de patria que se perdería en la oscuridad de las veredas como pidiendo misericordia a los perpetuadores, el viejo, sobresaltado, sacó su revolver oxidado sin balas y con la linterna encendida, salió con el miedo pegado a las costillas y “haciendo gárgaras con las huevas”, gritó preguntado que quien andaba por ahí, no se demoró el alcalde en dejarse ver de la luz blanca de la linterna, arrastrando el cuerpo el cuerpo ensangrentado de la labradora, aún con el cilindro de la escopeta humeando pólvora. Entonces tira el cuerpo de patria al suelo casi sin sangre. El alcalde, sin percatarse que el viejo llevaba el revolver inservible en su mano izquierda, le grita: “vecino ese perro hijueputa le estaba ladrando a la camioneta y casi me muerde”; el viejo no dijo nada, sólo lo miraba con miedo, según él porque le temblaba los huevos”. Casi tambaleándose, el alcalde gira hacia la camioneta negra, entra en la cabina del conductor donde lo esperaban sus secuaces y una copa de aguardiente, después de saboreársela grita a todo pulmón: “ahí disculpa por la algarabía”. La camioneta retrocede y se va dejando al viejo aún con el revólver en mano, sin decir nada, entonces recoge el cuerpo de la perra, la abraza acompañado por una fugaz briza, palpa la herida del lomo y del cuello. El viejo esperó al deceso de patria para entrar a la casa, coger papel y lápiz para redactar, con las manos manchadas de perra, amenazas y promesas de derrocamientos institucionales, promesas que el viejo nunca pensó en consumar, a pesar de su dolor y la impotencia, él sólo quería asustar al alcalde, “porque el miedo es la peor cosa” me dijo el viejo temblando, quizás pensando que él mismo lo sintió en ese momento.
Al otro día mandaría la carta en la única chiva que lleva correspondencia al pueblo.
Todo esto me lo contaba el viejo con tristeza sosteniendo la pala para cavar la fosa donde se iba a depositar a patria, súbitamente se asomaba por uno de los sederos un Chevrolet negro que rugía como si tuviera un demonio en la cajuela porque el motor estaba recalentado. El viejo reconoció la carrosa del diablo, me miró, arrojó la pala al suelo mientras se arrancaba las palabras de la garganta, intentando decirme, balbuceando y sudando; “vete, ya vienen por mí”.
Semblanza:
Salí expulsado de mi madre por una extraña fuerza metafísica, quizás en ese apuro que el destino para que yo naciera en Medellín, el 23 de abril de 1986 a las 3:00 am, por ello apenas aprendí a leer soy un asiduo visitante de los libros, habitando cada palabra cada dibujo, cada personaje, esto me hizo interesarme por la poesía y la narrativa. En mi adolescencia, tras la muerte de mi padre, decidí estudiar filosofía y letras, profesión de la que me graduaría a mis 29 años y que ahora ejerzo como profesor de lectura crítica en algunos Pre saber 11. Fui uno de los ganadores del XIV encuentro de poetas Confenalco 2013. Actualmente resido en Bello y hago parte del Colectivo grado cero; grupo que combina la literatura con otras disciplinas artísticas.