Elfofobia, diagnosticada a los cuatro años de edad, sin saber siquiera el significado de la palabra.
Jardín de niños, andanzas sin incidentes, su madre se encargó de modificar los programas escolares, tachonando los dibujos de aquellos monstruos que querían asustar a su pequeña desde el fondo de las páginas, llevó a cabo también la edición de más de un centenar de rondas infantiles, la sola mención del personaje temido era suficiente para causar crisis respiratorias, que decir de cajas de cereal, platos de cartón de fiestas cumpleañeras, piñatas, bolsas de regalo y hasta gelatinas que sutilmente mutilaba, no había porqué destruirlas, bastaba con que cambiaran de forma.
Creció en un mundo perfecto, leyendo a Benedetti y escuchando a Chabuca Granda, corriendo media hora en el recreo detrás de las mariposas, ganando trofeos en los juegos de futbol y con una sedosa cabellera.
En los quince años hubo pastel, chambelanes y hasta un vals, aunque decían que estaba pasado, o pasando de moda, el ser un tanto retro paradójicamente lo volvía vigente.
En la esquina de un café franquicia bebía un Chai después de pasear en bicicleta, era vegana, leía a Sartre y Camus, también abonada a organizaciones pro ambientales e intolerante a la lactosa.
Ambulancia y personal del servicio de emergencias avanzan por calles atestadas de vehículos multicolor, encienden la sirena, sólo para aumentar el ruido urbano, poco puede hacer para que los vehículos se orillen, más de un gandalla se cuela tras de ella, oportunidad inmejorable para arribar a tiempo a la oficina, donde se ha de checar la entrada para después bajar a comer tamales.
Descienden los paramédicos, toman el pulso y demás signos vitales, ya nada puede hacerse, la piel ha perdido su brillo y el cuerpo la vida, hacen interrogatorio, todo dentro de la normalidad, no hay cigarros, en ese lugar no se permite fumar, ninguna bala con silenciador desde la lejanía ni estruendos de disparos cercanos, la bebida está a la mitad, sus componentes son los habituales, no hay venenos camuflados entre el cardamomo ni la esencia de guayaba.
Llegó y se puso a hojear un libro, dicen los chicos de la mesa vecina, ningún elfo dibujado en las hojas de couché, en su expediente versan sus antecedentes e historial médico, nadie entiende lo que sucedió.
Desde el centro de la página un sonriente payaso presume su roja nariz, Coulrofobia debió haber escrito el imbécil que la diagnosticó desde los cuatro años de edad, al no recordar el nombre exacto puso en su lugar Elfofobia, “qué más da, nadie se va a morir por eso”, dijo antes de tomar su sombrero y colocar en su lugar la bata de hospital, afuera le esperaban para echar tragos, aquellos viejos amigos de todos los fines de semana.
Semblanza:
Mexicano de 35 años de edad, amoroso de las letras, principalmente la narrativa, desde el Gabo hasta Bolaño y Ernesto Hemingway y el gran Rulfo. Publico desde hace algunos años los martes en mi blog “letras en martes”: http://letrasenmartes.blogspot.com