Sé que tengo un problema. Empezó una vez a la semana. Aumentó a tres veces. Seis por día. Una cada sesenta minutos. Qué podía hacer en la cárcel, sino masturbarme.
No tenía compañero de reja. Los anteriores me habían reportado, por tal razón era considerado como un recluso problemático. Me pusieron en la zona B de la cárcel donde tenían a los asesinos y violadores. Al menos solo, nadie podía interrumpir.
Primero empezaba por acordarme de mi novia actual. Después, tras ella, llegaba Doña Mary, la señora de la tienda. Es que su extrema gordura, su desfachatez y su rostro picado por la viruela me excitaban muchísimo. Cuando iba a la tienda, me le quedaba viendo como zombie. Se veía hermosa entre los jitomates y las zanahorias. Era delicioso cuando se inclinaba a tomar el pollo, y aún más rico cuando yo alcanzaba a ver sus pechos gordos bajo la camisa blanca que siempre traía puesta.
Todos los días era la misma rutina. El mismo deseo. Nadie lo sabía ni Doña Mary. Aunque una vez vi cómo ella me guiñó un ojo. Yo le correspondí. ¡Has crecido mucho! Me dijo, mientras le pagaba el kilo de pollo. ¿Cómo está tu mami? Bien, Doña Mary. Trabajando. Ya sabe. Pues dile que a ver cuándo me invita a su casa. Me dijeron que remodeló todo, me contestó. Ya no se junta con los pobres. Pues sí, hizo unos arreglillos, pero nada más. Nada fuera de lo común. Cuando quiera ir, sólo dígame y vengo por usted. Le pudo dar un touuur, terminaba por decirle. Después carcajadas y un hasta pronto.
No podía dormir por pensar en Doña Mary. Comenzaba a tocarme. Imaginaba lo que le haría si la tuviera desnuda frente a mí. Toda encueradita. Toda mojada.
Así pasaron los días. Una vez a la tienda. La misma conversación. En las noches me masturbaba, pensando en su cuerpo gordo. El día siguiente. Pero Doña Mary no se animaba a visitar la casa por más que le decía que no había ningún problema con mi mamá. No se preocupe, ella siempre llega hasta las diez. Hay un montón de tiempo para enseñarle los arreglos. Luego, terminaba por decir mi amor.
Estaba desesperado por tener a Doña Mary. A veces buscaba cualquier pretexto para ir a la tienda. Compraba un chicle. Unas papitas. Cuando no traía dinero, le pedía fiado. Tal vez ella comenzó a notarlo porque se arreglaba cada día más. Primero, los labios rojos. Cabello lacio. Sombra. Pestañas postizas. Blusas descotadas. Pantalones ajustados. Pupilentes. ¡Ay, Doña Mary! Hoy se ve de lujo. Una hay que estar preparada para cualquier cosa. ¿No crees?
¿Qué cosa era? Me preguntaba por las noches. ¿Era una indirecta? ¿Ella esperaba algo de mí? Luego me masturbaba. Al día siguiente, decidí convencerla de ir a mi casa, fuera como fuera.
¡Ándele! Ya le he dicho que mi mamá no llega hasta las diez. ¿No que quería ver mi casa? Por cierto, hoy se ve rechula. ¿Va a ver al novio?, le decía, animándola con halagos. ¡¿En serio crees que me veo bien?! Gracias. Es que hoy no puedo ir. Tengo un compromiso urgente, rechazaba mi oferta con sus cachetitos rojos. De verdad se veía rechula. ¡Ándele! Le prometo que será rápido; cierra la tienda, un touuur por quince minutos y de nuevo baja. Total, mi casa no queda muy arriba del callejón. ¿Sí? Ponía la cara de perro. O.K. Un rato.
Le enseñé la remodelación, explicándole a detalle los arreglos. Cambio de sala. La tele empotrada. Un nuevo comedor. Cocina nueva. Pintura gris. Piso de madera. Estos no son unos arreglillos. ¡Canijo, me mentiste! Les quedó muy bonita, me decía, mientras se sentaba en uno de los sillones. ¿Quiere agua? ¿Refresco? Ya sabe, cuando quiera venir. Con confianza. Bien sabe que mi mamá llega hasta las diez. Bueno, ya me voy. Tengo un compromiso urgente. ¡No! No se vaya todavía. Me falta enseñarle mi cuarto. Hay una sorpresa para usted. No puedo. Mañana puedo venir. ¡Ándele! Mañana.
No la seguí por el callejón. Sólo la vi por la ventana, mientras bajaba con dificultad los escalones. Lo único bueno que me quedó ese día fue la imagen de sus nalgas flácidas que se movían independientes, como las olas del mar, y el olor de su perfume que se quedó impregnado en los cojines de la sala.
Al día siguiente fui a buscarla. Esta vez me vestí para una ocasión especial. Pensaba declararle mi amor a Doña Mary. Ya tenía todo listo. Flores en la sala. Chocolates. Un pasillo de pétalos. Mi cama con un te amo escrito. Globos. Luces rojas. Lo normal.
Bajé por el callejón. Repasaba el discurso que tenía preparado. Doblé la esquina y para mi sorpresa, la tienda estaba cerrada. Doña Mary nunca cerraba la tienda ni cuando estaba enferma. Me extrañé en un principio. ¿Si le había pasado algo a mi gordita rechula? Pensaba. No tenía su número de teléfono, ni siquiera sabía su dirección. No era del rumbo. La esperé, pero no llegó.
A la mañana siguiente bajé temprano para esperarla. Tal vez se rompió una pierna y necesitaba a alguien que la ayudara a levantar la cortina. Al doblar la esquina, la encontré. Estaba sana. Igual de chula como siempre. Y sonreía. ¡Doña Mary! Ya me tenía preocupado. ¿Dónde andaba, eh? Por ahí, de vaga. ¡Qué bueno que te veo! Necesito pedirte un favor enorme. ¿Podrías quedarte a cuidar la tienda? Es que de nuevo voy a salir. ¡Me voy a casar! Y estamos organizando todo. Y estás invitado, al igual que tu mami. Hoy por la noche les llevo la invitación.
Cuando me confesó aquello, sentí un madrazo. Eran los golpes de niño multiplicados por diez. Quise llorar, pero aguanté en todo momento. ¿Cómo que se iba a casar? ¿Por qué? ¿Cómo había pasado? Si yo iba a la tienda a cada momento y nunca la vi con alguien más. Tenía que saber quién era el tipejo aquel que pretendía robarse a Doña Mary.
Acepté cuidar la tienda. A las nueve de la noche ella llegó en compañía de un viejo alto, delgado, parecido al maestro Longaniza. Era feo. Nada qué ver con mi gordita chula. Él es mi futuro esposo. Mucho gusto. Mucho gusto. ¿Cómo te fue? Muy bien, Doña Mary. La estaba esperando. Que bien. Si quieres ya te puedes ir. Yo cierro la tienda.
Me senté en uno de los sillones nuevos, pensando en la traición de Doña Mary. ¿Cómo era posible? ¿Cómo? Entonces comencé a llorar, largo y tendido. Eran las diez quince cuando tocaron a la puerta.
Se me olvidó darte las invitaciones. ¡Doña Mary! No se hubiera molestado. No es una molestia. Tú me hiciste un gran favor hoy. Es lo menos que puedo hacer. Y aquí tienes doscientos pesos. No es mucho, pero no caen nada mal. ¡No, Doña Mary! Yo lo hice con todo corazón. De hecho, lo hice porque estoy enamorado de usted. Si me dijera que saltara de un precipicio, lo haría. La amo. ¡No se case! ¡Venga! ¡Ándele! Le tengo una sorpresa. ¡No se vaya! Por favor.
Doña Mary me siguió hasta el cuarto. Estaba feliz porque tenía la oportunidad de decirle lo tanto que la amaba. Abrí la puerta. Aun en la cama estaba escrito el Te amo con pétalos. Los globos todavía flotaban en el techo. La luz roja nos iluminaba. Era una escena de pasión.
Mire, esto es para usted. Le entregué un anillo de oro, el del matrimonio de mi madre. Ya no le iba a servir. ¡Cásate conmigo! También te tengo otra sorpresa. ¡Ven! Abrí el closet. Saqué un baúl y de su interior, de los pelos, le enseñé la cabeza degollada de mi mamá. Ahora tú eres la dueña de la casa, mi gordita chula. Por eso remodelé todo, sólo para ti. Puedes venirte a vivir aquí cuando quieras. Te amo.
Doña Mary bajó por el callejón gritando y con prisa. No quise alcanzarla porque me gustaba ver sus nalgas flácidas mientras bajaba los escalones, como olas en el mar.
Semblanza:
Iván Mata. Estudió la Licenciatura de Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Fue partícipe del Fondo para las Letras Guanajuatenses que organiza El Instituto Estatal de la Cultura del Estado de Guanajuato, a través de la Dirección Editorial y el Fondo Guanajuato, en dos de los tres seminarios impartidos en la generación 2015-2016: Seminario Efrén Hernández (cuento), impartido por el narrador, antólogo y editor, Marcial Fernández. Seminario Jorge Ibargüengoitia (novela), impartido por el narrador, poeta, ensayista y dramaturgo, Eusebio Ruvalcaba. Ha participado en el IX, X y XI Coloquio Efraín Huerta, en el segundo, tercer y cuarto encuentro nacional Efrén Hernández de Creación Literaria, organizado por la Asociación de alumnos de la Licenciatura de Letras Españolas de la Universidad de Guanajuato. Actualmente fue seleccionado por el Fondo para las Letras Guanajuatenses, generación 2016-2017, para participar en el Seminario Efraín Huerta (poesía). También participa en el taller de creación literaria impartido por el poeta y editor, A.J. Aragón.