Trabajar en el Museo de Cera era algo que siempre soñé de niño. No soy supersticioso, así que no dudé en emplearme como velador a pesar de que nadie permanecía en el puesto. Atribuían cosas como que las figuras se movían, asustaban e, incluso, hubo quien dijo que lo intentaron estrangular por alguna de ellas. Drácula, El Zorro, El Doctor Frankenstein, La Llorona, Chucky el Muñeco Diabólico, La Mujer Vampiro, La Dama de Negro, entre otros, habitaban la construcción del siglo XVII que una vez sirvió de hospital para sifilíticos.
Durante mis vacaciones en la universidad, me quedaba horas extras en el trabajo, era la oportunidad para practicar el inglés y el francés de la prepa, pues llegaban visitantes de todas partes del mundo a admirar el arte escultórico capaz de moldear la cera en personajes idénticos a los reales, con vestuarios y accesorios originales, sin embargo, lo más impactante era el alma en las miradas inertes; la esencia.
Jack el Destripador era un reclamo constante en la bitácora de visitantes. Tomando en cuenta el interés, el encargado solicitó la creación del personaje. El proceso sería largo, dos, tres o más meses, pues requería documentarse en los detalles más mínimos del asesino, además de considerar las fases de la luna. Era mi oportunidad de presenciar la elaboración de una de esas majestuosas figuras que casi hablan por sí mismas. Insistí estar presente durante la creación, el escultor me advirtió que a veces trabajaría de día y otras de noche, según se fuera necesitando, ya que eran varios pasos a seguir y había que cuidarlos en sus tiempos. Me ofrecí de ayudante, la ceroplástica me inquietaba.
La primera encomienda fue buscar imágenes de la cara del Destripador, esto para hacer el rostro en plastilina y proceder con la elaboración del molde de yeso que contendría la cera. Me ayudarían las lecturas acerca de sus asesinatos, dijo. No niego que me obsesionaron la prostitutas a raíz de leer los motivos de las mutiliaciones que les hacía en los genitales. Alguna vez iría al barrio donde estranguló, degolló cortando la carótida y destripó a todas las mujeres que le recordaban a su madre. Retrocedería doscientos años en el tiempo, caminaría por las lúgubres calles lluviosas de Londres entre paredes sombrías donde se reflejaron los atroces asesinatos en serie. La idea me despertaba nauseabundo morbo.
De regreso a casa, a veces a media noche, varias veces me imaginé haciendo lo mismo que Jack en los sexos. Me dediqué a investigar por internet la fatídica historia del asesino serial y todos los mitos en torno a su leyenda. Hasta me enteré de que el terror de las prostitutas de los barrios bajos de Londres, inspiró al compositor Alban Berg para escribir la ópera Lulú. Sentí cierto alivio al no ser el único que se dejaba envolver en el misterio de este personaje decimonónico.
El escultor me encargó construir el cuerpo de alambre de 1.80 metros de alto que luego ataviaría. Nunca había hecho algo así, por ello decidí quedarme en las noches y aprovechar para ver debajo de los ropajes de otras figuras la manera como se armaron los esqueletos. El rostro sería lo último, pues requería que el amasijo de plastilina se preparara en plenilunio. La luna en su fase más brillante le daría un efecto místico al personaje, dijo el experto, por eso el vaciado en el molde debía ser en el cénit del satélite.
Aquella noche, la luna llena irradiaba su luz a través del ventanal del museo, ahí colocó el escultor la mesa con el molde. Fui testigo cuando el rostro fue tomando paulatinamente la forma afilada de las facciones. Durante el proceso, me permitió cubrir el rostro de plastilina con el yeso, luego a vaciar la cera y por último tuve el privilegio de insertarle el cabello, las pestañas, las cejas y el bigote. Dibujé cuidadosamente sus ojos, sombreé la nariz y delineé los labios. Cuando se fue y me dejó solo, no pude evitar el impulso de tocar el rostro en ciernes. Reacomodé la cera. Ideas siniestras recorrieron mis dedos hasta llegar a mi mente, como si el terror en Whitechapel me las hubiera revelado. En las siguientes semanas, llegó directo de Londres el vestuario de Jack, pero sería hasta el próximo plenilunio que lo estrenaría, en tanto, debía unir el rostro al esquelto; era la instrucción.
Una madrugada, saqué el ajuar de la caja y fui vistiéndome: camisa blanca, corbata de bolo, pantalón tinto, saco y chaleco victoriano azul grisáceo, capa, sombrero de copa baja, bastón en mano izquierda y, por último, el cuchillo estrecho de lámina fina, afiladísima, en la mano derecha. Me sentí como seguramente él cuando se disponía a asesinar.
Esa noche, fue la primera vez que sentí, a través del espejo, la mirada viva y penetrante del rostro de cera. El resplandor de la hoja filosa que yo sostenía rebotó en sus pupilas. Perplejo vi al esquelto de alambre aproximarse hacia mí para recoger del piso mi ropa. Torpemente se colocó mi pantalón, mi playera roja y mis tenis. Vestido, tomó de mi mano el cuchillo y abandonó el museo.
Aída López Sosa está diplomada en Creación Literaria por la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (SEDECULTA), la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) Guadalajara y por Nox en coordinación con la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana (UV). Por unos años fue tallerista de Minificción en La Marina de la Editorial Ficticia y perteneció al comité editorial de la revista literaria Elipsis de Ecuador. Asimismo ha fungido como jurado en Raíces México en la disciplina de Literatura, en el PECDA Guerrero y en concursos de Cuento y Oratoria en escuelas de nivel medio superior y superior. Coautora en más de cuarenta antologías nacionales y extranjeras. Columnista del periodico Novedades Yucatán. Ganadora del Primer Concurso Nacional de Cuento de Escritoras Mexicanas (2018). Premio Estatal de Literatura (2020). Becaria del PECDA Yucatán (2022-2023). Autora de los libros: Despedida a una musa y otras despedidas, La vuelta al arte en 20 retratos excéntricos, Poeticuentos de fábula,Calaveras p´llevar y Púrpura encendida. Incluida en el Mapa de Escritoras Mexicanas Contemporáneas y en el Catálogo del Cuento Mexicano. Miembro del PEN Internacional sede Guadalajara.