Era una noche de viento parecida a aquellas de invierno donde el frío es áspero y hueco, aunque lejos de llegar la esperanza, todo estaba rodeado de tristeza, dolor, las calles olían a enfermedad, a pobreza; a lo lejos se escuchaba la desolación.
Ella miraba el gran patio de la casa, esperaba encontrar algo, nunca supo qué, de pronto un escalofrío rodeó su piel, le hizo despertar uno a uno cada nervio, cada célula. Tratando de ocultar el miedo, entró a la casa, el reflejo del televisor hacía más tétrica la desesperanza que, al querer evadirla, se apoderó de ella como si la encerrara en una de esas bolas de cristal que contienen una solitaria figura navideña que finge felicidad.
Nunca olvidaría ese momento, el sonido se intensificaba como la locomotora cuando se aproxima a su destino. Ese silbido vino a rascar un hueco en su ser. Aquel viejo carrito del camotero andaba por todos los barrios del pueblo, pero, debido a que el pueblo era pequeño, aquello parecía salir del inframundo. Aunado a ese pequeño espectáculo, aparecía el camotero, un anciano sucio lleno de tizne por todo su ser que conducía aquel artefacto como si fuera un enviado de Hades. Debido a la falta de luz en las calles, el carro parecía una especie de demonio que abría la boca para devorar las almas. Avanzaba despacio y el sonido se petrificaba en el aire seco del lugar.
Buscó en el cielo una respuesta, nada, todo era oscuridad profunda, ni una sola estrella. Recordó lo que la gente aseguraba: «Dios se ha olvidado de nosotros». Cerró la puerta, las ventanas, quiso cerrar la memoria, pero, al igual que el aire, era inútil, sus pensamientos la inquietaban, se abrían al pasado a lo que alguna vez pudo llamarse felicidad. A su lado un perro, lo único que le quedaba, o será que ella era lo último para el perro. Lastimoso la veía, presentía la desdicha, el despido inevitable, la soledad profunda que se avecinaba. Olía cada uno de sus dolores, el hijo muerto, el amor correspondido, su abandono por él, las violaciones de cada noche, el odio por cada ser en el mundo, lo único que tenía era ese perro que la reflejaba.
Apenas unos meses atrás su infelicidad podía maquillarse, obligada por sus padres tuvo que casarse con quién tenía dinero, quién les había mentido del futuro admirable, todo a cambio de sexo. Era un viejo ruin, la desgracia, imposible de evitar, fue inminente. Sus padres creyeron que la entregarían a una mejor vida, que después de todo podría agradecerles y perdonarles ya que el enamoramiento de ella había causado gran escarnio; amaba al prometido de su hermana.
Tarde se conocieron, tarde como aquella lluvia que pasa de largo cuando todo se ha secado, tarde como los deseos de las niñas sin cumplir. Aquel deseo de los dos fue mitigado por la furia moral de su familia. Su hermana nunca la perdonaría, sus padres, viejos ya, estaban muy enfermos, no había forma de contradecirlos. Así pasó su desdicha, como las hojas que caen del calendario, como el agua seca del río, como su niñez opaca por el trabajo, por la madurez pronta, como el tiempo, sí, el tiempo ausente.
Puso un poco de agua en un traste para el perro, lo acarició, le miró los ojos caídos y cansados, se miró en ellos, era la única forma en que se hablaban, se entendían, compartían sus dolores. Aquel asesino ya se había ido, seguro había conseguido una más, alguna niña delicada dueña de ilusiones para despojarla de ellas, de sus vestiduras, para embestirla por las noches y bofetearla en el día. Ahí concluía todo, se acercaba el silbido de la noche. Miró su cuerpo desgarrado, se acostó dejando ir el último suspiro, el último deseo, la infelicidad. Para el mundo ella fue otra inexistente.
Semblanza:
Melina Maliachi Andrade. Egresada de la Licenciatura en Letras Latinoamericanas de la Universidad del Estado de México (UAEM). En 2013 formé parte de los mediadores de lectura del Programa Nacional del Salas de Lectura de CONACULTA. En 2016 al 2018 fungí como delegada ante la REDNELL (Red de Estudiantes De Lingüística y Literatura). Formo parte de la antología de relatos en el libro Sin cita previa, con el título, “Mi fantasma favorito”, de la editorial española Fussión Editorial. Publiqué el cuento, “El número 43” en la revista cultural y literaria CuestionArte Magazine N° 1, año 0 de la ciudad de Toluca Estado de México. He presentado la ponencia: “Dar la muerte, Una aproximación al pensamiento filosófico de Jacques Derrida sobre la muerte”, celebrado en la ciudad de Toluca, en el IX Necroloquio de Putrefacción Múltiple, celebrado en el mes de octubre de 2016.