“Kyrie Eleison”
Lo encontré tirado en el jardín de una casa abandonada. Ahí, como adolorido, mirando al cielo y clamando ayuda. ¡Pobreciiiito!, solo y frío; ahí nada más.
El pasto le cubría parte del cuerpo, bueno, la parte del cuerpo que le quedaba. ¡¡¡Aaaayyyy!!!!, me dio un pesar verlo ante su propia condición de redentor abandonado. Y es que… ¿cómo podía padecer lo que tiene que padecer un Cristo, sin brazos ni piernas? Solo con expresión de dolor no se padece por completo. Pero pensé que sin brazos ni piernas es mucho lo que puede padecer un Cristo, además sin brazos ni piernas un Cristo no es un Cristo sino que es un cristico. Así que lo cogí entre mis manos y acaricié las heridas de su rostro y su cuerpo, mientras la corona de espinas lo obligaba a mirar hacia el cielo distante.
¡Ay!, mi cristico, ¡ay!, mi cristico le decía yo mientras caminaba al colegio. Pero yo, que era bien juiciosa y que llegaba bien temprano al colegio y salía bien tarde porque no me gusta llegar a mi casa temprano, me guardaba el cristico en un bolsillo del uniforme para acariciarlo mientras el padre Guillermo daba la misa en el aula máxima. Y ¡amén!, cuando terminaba la misa todos para el salón porque a la profesora no le gustaba que nos quedáramos caramboleando por ahí.
Siempre, en la clase de matemáticas, yo me ponía a mirar a Raúl Cañas, que era el niño más lindo del colegio, y que a pesar de tener la nariz tan grande era el más bonito y a todas las niñas les gustaba Raúl. Y es que era más lindo observar a Raúl, que mirar a la momia de la profesora mientras hablaba de matemática y todas esas cosas que yo todavía no sé ni para qué sirven. Yo disimulaba eso sí, pero cuando miraba a Raúl también me ponía a pensar si tal vez le gustaba o no. Iba y regresaba tomada de su mano a los mismos pensamientos, tan lindo Raúl.
Muchas veces, cuando salíamos al descanso, yo que mantenía sola me iba para un rincón del patio de recreo, a esperar a que sonara el timbre para entrar otra vez. Más raro, no quería estar en clases, pero tampoco me gustaba el descanso. Lo bueno era que todos sacaban a pasear sus demonios; unos armaban grupos para burlarse y decir bobadas, y otros se decían cosas al oído en medio de miradas maliciosas, yo en cambio, me ponía a mirar a mi cristico y le contaba secretos y esas cosas, le hablaba de bailes, le hablaba de amor.
Marcela, que era más o menos mi amiga, bueno, lo más parecido y la única que tenía, porque nos peleábamos y nos volvíamos a arreglar a cada rato, se me acercó una vez y me dijo que dejara de manosear ese muñeco viejo, que eso no daba leche. Yo le dije que no era ningún muñeco viejo y que no lo tenía para que diera leche, que era mi cristico y que cuando grande me iba a conseguir un novio igualito; bien pinta y alto. La muy estúpida se echó a reír a carcajadas y cuando terminó el descanso, en la clase de educación física, Marcela les dijo a todos lo que ya había dicho y hasta el profesor se burló de mí. Yo odiaba la clase de educación física porque los niños nos miraban todos morbosos, como si nos fueran a hacer algo, y todas las niñas nos sentíamos re-incomodas. Además, mi cuerpo no se acomodaba al uniforme como se acomodaba el cuerpo de las otras niñas, y entonces no sé, no me gusta que me vieran y me ponía a jugar de vez en cuando o a quemar el tiempo haciendo cualquier cosa hasta que se terminara la clase.
Y yo que protegía a mi cristico mucho, lo ponía al lado del maletín, muy lejos de todos para que no me lo fueran a robar o dañar; ¡jum! porque había unos más enviiidiooosos, hasta que Marcela le dijo a Raúl que yo tenía un cristico para que él me lo escondiera, él se negó y Marcela le dijo ¡cobarde! Entonces ella esperó un descuido mío y cogió mi maletín, metió al cristico en él y se lo tiró a Raúl, que empezó a patearlo por el suelo como un balón y a pasárselo a otros muchachos que le gritaban ¡aquí! ¡Pásamelo! Como jugando futbol, hasta que me lo devolvieron porque les dio pesar de tanto verme llorar e inmediatamente abrí el maletín para revisar como estaba mi cristico, mientras Raúl me decía ¡tonta, tonta, tonta! Y yo chille y chille mirándole los ojitos cansados a mi cristico que se había partido por la mitad.
Aquel día, cuando llegué a mi casa, tarde porque odio llegar temprano, lo pegué con ega* y mientras se secaba le canté una canción que me gusta mucho, esa que dice: y ahora que estamos juntos, que ni los mares no separen mi vida, porque ahora que estamos juntos no habrá desierto ni océano que nos divida.
En la noche, antes de irme a dormir, cuando el pegante ya había secado, yo le acaricié la cicatriz de ega que le atravesaba el cuerpo. Que no se enojara conmigo le dije, que las heridas del alma son las que no cicatrizan y él igual, con la mirada tiesa, ahí nada más; como si conmigo se le hicieran más grandes las heridas, como si no me entendiera.
***
Ahora dime, cristico, que ya tengo catorce y te sigo llevando al colegio en el bolsillo del uniforme, que todavía te consiento cuando el padre Guillermo da la misa, que te miro con desprecio cuando Marcela se besa con Raúl porque están disque enamoradísimos, que todavía te cuento mis más íntimos secretos y te guardo un espacio privilegiado en el rincón del patio del colegio, y que sigo esperando a que un hombre como tú me saque a bailar. Ahora que los vestidos que me ponía mi mamá de niña ya no me quedan, ahora dime, cristico, dime, que mi cuerpo cambió pero sigo siendo igual de fea que Raúl, el niño lindo, se besa y se promete mil cosas con Marcela, ahora que tu mirada es más triste y la cicatriz de tu cuerpo ha desaparecido ¡dime, cristico, dime por favor! ¿Quién me sacará a bailar cuando cumpla quince?
*Pegante líquido utilizado en algunas regiones de Colombia.
Semblanza:
David Potes, 1989. Ha publicado ensayos y narraciones para medios impresos y digitales en Colombia; como la revista Cronopios, Periodico Calicultural, Elespectador.com, Magazin El espectador, El Tiempo y la Revista Literalidad entre otros. Recientemente colabora para el último número de las revistas La Polilla de la universidad del Quindio (Colombia), la revista Ítaca de la universidad de Caldas (Colombia) y la revista de ensayos Divague (México).