1. Lo siento como una patada desde dentro del útero, en mitad de la noche. Mi corazón bombea tan fuerte que creo que me ahogo. Los pulmones no encuentran espacio en el tórax para expandirse, se encogen antes de llenarse. Trato de controlar la respiración. Creo que me digo: puedes respirar. Lo consigo poco a poco. Mis pulmones se hinchan. Respiro lento y profundo. No estoy segura de si llego a abrir los ojos. No sé si estoy durmiendo. No sé si es un sueño. Pero algo se mueve bajo la piel de mi abdomen.
2. Por la mañana, me despierto con la nuca empapada y las sábanas retorcidas. Me duelen las muelas y la lengua. Cuando me incorporo, me golpea el recuerdo súbito de la patada. Noto una humedad dolorosa entre las piernas. Alarmada, me palpo el abdomen. No estoy del todo segura de a qué altura se encuentra el útero, pero por primera vez lo siento, siento que existe, que está dentro de mí, siento su calidez pesada. Me siento llena; el útero ocupa mi cuerpo, satura mis vacíos. No tardo en darme cuenta de que las bragas y las sábanas están manchadas. Bum-bum, bum-bum. Nunca había visto tanta sangre saliendo de mí. Conforme me levanto, noto cómo gotea. Me empapa los muslos. Corro en dirección al cuarto de baño y cuando me siento sobre la taza los coágulos marrones, que huelen a hierro, se aplastan contra el fondo. La sangre caliente se mezcla con la orina, que humea al entrar en contacto con el agua. De dentro de mí emana un calor hasta ahora desconocido. Algo se mueve bajo la piel de mi abdomen, dibujando olas. Se retuerce y me sacude las paredes del útero. Tal vez solo sean imaginaciones mías. Quizás me esté sugestionando.
3. Paso las páginas de un libro. Ni si quiera recuerdo su título. Es para un trabajo de la universidad. Mis ojos se posan sobre cada letra, pero no comprendo el sentido. Cuando me quiero dar cuenta, he pasado ocho o diez páginas sin entender ni una sola palabra. Vuelvo atrás, sin saber muy bien cuándo dejé de prestar atención (me pregunto si, en realidad, he prestado atención en algún momento). Repito el proceso con las mismas primeras tres o cuatro páginas. Incluso subrayo algunas partes. Esta vez tardo menos en darme cuenta de que no estoy leyendo. Aparto el libro. Siento un nudo en la garganta y por un momento tengo la certeza de que me asfixio. Puedo respirar. Puedo respirar. El aire no encuentra ninguna dificultad para llenar mis pulmones. Es solo la culpa. Cojo el libro de nuevo. Un latigazo me atraviesa de un lado al otro del cuerpo, a la altura del ombligo. Voy a vomitar. Me obligo a prestar atención. Es solo la culpa. Leo palabra a palabra, párrafo a párrafo. Aunque comprendo algunos fragmentos, tengo la sensación de que hay una membrana gelatinosa entre la información que me atraviesa la retina y la que llega a mi cerebro. Siento la información lejana. No sé cómo acceder a ella. Hay algo roto dentro de mí.
4. He comido hace menos de una hora, pero estoy hambrienta de nuevo. Me obsesiona la idea de que estoy embarazada. Si no fuera porque sangro (porque sangro más que nunca), lo creería. Es como si algo se alimentase de mí. Un feto. Un parásito. Un simbionte. Tengo el abdomen hinchado. Como por dos o por tres. Soy un animal carnívoro, constantemente hambriento. Estoy gestando algo. El verbo «gestar» me resulta atractivo. También me repele. Gestar. Me horroriza. Algo absorbe las energías de mi cuerpo, se mueve con rabia dentro de mí. Siento el estómago tan vacío como si no hubiera comido en días. Apenas tengo energías para levantarme. Mi cuerpo caliente y húmedo, semidesnudo, se pega al cuero del sofá. Estoy sedienta. Miro al techo la mayor parte del tiempo y el resto lo paso pegada a la pantalla del móvil, sin ni siquiera leer los tuits o los comentarios del muro de Facebook. Evito mirar el libro que está abierto bocabajo sobre la mesa. De vez en cuando, hago clic en alguna foto, e instantáneamente paso a la siguiente, sin prestar atención, sin encontrar nada que me saque de la pasividad. El tiempo pasa despacio para mí. Mientras tanto, una idea de fondo en mi cabeza: muévete, puta vaga. Es solo la culpa.
5. Entre la una y las dos de la madrugada, consigo leer un poco. Cuando paro porque me escuecen los ojos, me cuesta llevar mi cuerpo hasta la cama. Me fuerzo a seguir leyendo porque es mi deber, para atenuar la culpa, hasta que ya no puedo más. Cuando me voy al dormitorio, soy incapaz de conciliar el sueño. A pesar de que estoy agotada, no puedo dormir. Mis ojos se mueven bajo los párpados. Necesito sentir algo sobre ellos, así que me pongo la almohada en la cara. Ese pequeño movimiento me aterroriza. Siento mi cuerpo demasiado vivo. No dejo de sudar. Todas las ventanas de la casa están abiertas. El calor de mi entrepierna se propaga por todo mi cuerpo. Doy vueltas sobre la toalla que he puesto para no manchar las sábanas. Absorbe mi calor. Se me hace insoportable, por lo que termino echándola al suelo. Busco las partes más frías de la cama y me refugio en ellas. Me levanto, me preparo una tila. El agua caliente me provoca náuseas. El calor se extiende por mi esófago y mi estómago.
6. Tengo la tentación de tocarme el abdomen. Acariciarlo. Palparlo. Apretarlo. Explorarlo. Me resisto. Mientras la infusión se enfría en la cocina, me observo en el espejo del baño, a oscuras (no me atrevo a encender la luz). Me quito la camiseta sudada y fijo la mirada en el contorno de mi barriga. Me parece que ha crecido desde esta mañana. Es la cena, todavía sin digerir, me digo, aunque han pasado varias horas. Retención de líquidos, quizás. Menstruación. Monstruo. La silueta se mueve, lo veo en el espejo. Siento el movimiento. Algo repta bajo mi piel. Algo me golpea con fuerza, desde dentro. Algo se gesta en mi útero.
7. La última vez que miro la hora, son más de las seis de la mañana. Duermo de manera intermitente y sueño que doy vueltas sobre el colchón, sudada, que estoy sedienta, que me rugen las tripas. Un monstruo me abre por la mitad, me desgarra las entrañas. La cama se encharca de una sustancia oscura que escupe mi cuerpo y yo yazco inmóvil, como una mosca pegada a una tela de araña. Noto mis latidos detrás de las orejas. Me asfixio. A las ocho y media, estoy despierta de nuevo. Recuerdo el contorno de mi abdomen en el espejo del baño, a oscuras. Me parece que fue un sueño. Algo me atraviesa el cuello del útero, la vagina. Quizás me esté sugestionando. No es un dolor real, me digo. Algo se desliza por la cara interna de mi muslo, apartando el tejido de mi ropa interior. Tal vez sea solo la culpa. El monstruo arrastra consigo la sangre de mis entrañas a lo largo de la pierna. Es un bicho húmedo y pegajoso, como un bebé recién nacido. Pero no llora. Es un parto sangriento. La madre puede morir. Parece el tentáculo de un pulpo. Una serpiente. Unas tripas saliéndose de su sitio.