Para Rocío, la gatica de esa realidad
A ella le gustó cómo la desnudaba con sus ojos… Cómo la hacía reír, cómo ella se sintió cuándo él le acarició sus tetas, y trazó el lado más profundo del vacío en que se difuminaron sus pezones erectos, chupándosela, abriendo el ferrocarril, que…
Estaba leyendo el periódico. La estación estaba vacía. No se sabía dónde se había escondido la soledad. El sortilegio de un reloj empezó a sonar… ¡Y miles de relojes cantaban el tiempo de la ausencia! Y de repente un trueno lo llevó por el último vagón del Ferrocarril de la Sabana. Era invisible, y su alma no existía, hasta que recordó cuando se separaron esa noche. No se podían amar. Él le dijo que tenía la forma de desaparecer en el tiempo, y que el tiempo nunca recordará quiénes habían sido… Fueron corriendo hasta La Estación de la Sabana, y en medio de todas las noches del abandono, hicieron el amor en la pausa en que la luna llena recitaba la melodía en que los cachacos se despedían con honor, y les concedió el deseo de encontrarse para siempre hasta que sus gemidos desacoplaran las últimas llamadas en que los sombreros se levantaban, y los cerros eran el cetro del vapor que fue extirpado de nuestra conciencia… (Pero no esta vez).
Él seguía leyendo el periódico, y el tren llegó. Ella tenía un vestido rosado, que era la trenza de las nubes, y fueron muy adentro, tan dentro que cada vez que él la penetraba, se alcanzaba a escuchar el tren tetrapléjico en que los sigo escuchando, porque una vez el tiempo tuvo que matarse, porque ella quedó embarazada, y el firmamento se perdió más allá de donde las estrellas quedan cauterizadas, y mi nombre puede ser dispuesto, porque soy hijo de Azucena Munevar, y Silencio Del Paso… Soy el olvido, y este cuento, es el último pálpito de la historia.