Contemplo las salvajes cabriolas de los gatos sobre las celestes y heladas baldosas del pasillo de mi casa. Ambos son de sexo opuesto y el macho desea arrejuntarse encima de la hembra, propiciar un fornicio ciertamente forzoso pues la hembra no conoce el celo hace innumerables lunas por intervención veterinaria.
Cuando un desconocido se la obsequió a S. ya había sido aperturada y zurcida y tras la esterilización poco o nada apetecible le resulta a sus pares machos. Salvo a mi gato: un pequeño gato casero, moteado entre el blanco y el crema, rayano en los siete meses, bastante dócil y enternecedor por las mañanas cuando la caldera del sol desborda por el tragaluz al final del pasillo.
Ahora —la medianoche boca abajo, el murmullo del silencio a toda penumbra— el gatito se enerva y se encabrita como un potro felino (y, vale decirlo, necesariamente semental). Asumiré que es la temporada de su ser iniciático-sexual y, a pesar de la naturaleza antifajadora de mi gata, el crío quiere desquitárselas del modo que venga en suerte.
Mi gata, negra paridora de camadas y camadas ronroneras, inveterada trajinadora de azoteas ajenas antes de recalar en la tibieza de este hogar, conoce bien estos menesteres y parece tomarse de buena gana los precoces intentos de su compañero. Lo arrechaza —modificación limeñísima, peruanísima del verbo— a garrazo juguetón, sus bigotes de nailon parecen curvar una sonrisa intrépida, sus quejidos son más bien un alegato simpático y a favor del despertar libidinoso del gatito macho y el rechazo a la cópula no queda sino en puro revoltijo peludo rodando sobre las celestes y heladas baldosas del pasillo de mi casa: una sola y blanquinegra rueda de arañazos onomatopéyicos sin cesar.
Pero no llegan a infringirse algún rasguño de mirar alarmante ni una que otra mordedura bajo la felpa de sus cueros pomposos. Siguen girando y maúllan dolorosísimamente bajo los términos animalescos de ese silvestre padecimiento consensuado hasta perderse de vista bajo la cobertura íntegra de las sombras del corredor.
Pulso el interruptor para darle un poco de luz a fragmento de la casa y sentirme aún en compañía. Allí están ellos: al pie del tragaluz, despegados ya sus cuerpos de la bola o rueda generada, sorbiendo con sus lengüitas el entretenido lamento respectivo de cada quien. Las bestias —macho y hembra en dos pies, usualmente de chamarra de cuero y tabas Converse— sin dudas somos nosotros dos.
Esta madrugada S. me ha dejado fuera del cuarto, sin palpar mi cuerpo la mullida cama que Dios o los fabricantes industriales nos brindaron, por un inadecuado comportamiento doméstico que no llegué a entenderle o no supo explicarme. Continuaré sin comprender los enigmáticos asuntos del tira-y-afloja con la espina dorsal apoyada sobre la juntura de una pared fría y este suelo aún más destemplado.
Semblanza:
Bryan Barona Gonzales (Lima, 1994): Periodista audiovisual. Publicó en revistas peruanas como El Bosque, Verboser y MOLOK. En el último verano fue incluido como parte del Mixtape: El amor transciende el tiempo y el espacio (Ed. Poesía Sub 25). Actualmente prosigue trabajando en su primera obra.