Mi mujer me atribuye sus sueños. Los lindos, ésos en donde uno se la pasa viajando contento o haciendo el amor. Pero también los otros, los aterradores. Ésos donde aparece algún familiar muerto, algún ser querido en situaciones escalofriantes o cosas por el estilo.
De momento, no logro discernir si debería considerar el asunto como algo prometedor o, por el contrario, un poquitín preocupante.
También me adjudica pertenecer a la escuela lacaniana, por mi relativo mutismo. Lo cual es gracioso, porque de ser así, significa que lo fui toda la vida, sin saberlo.
En fin, que como esta semana no tuve ánimo para ir al analista, lo pasé para la semana próxima. Cuando lo llamé para avisarle, el analista me respondió de forma lacaniana, es decir: con un grave silencio que dejó traslucir muchas cosas.
Como intuí que estaba todo dicho, dejé el tema ahí nomás, sin dar ninguna explicación. Y así estuvimos un buen rato. Él, a un extremo de la línea con su silencio lacaniano perfecto. Y yo del otro, con mi silencio habitual. Así nos pasamos unos 45 minutos hasta que me quedé sin crédito y se cortó la comunicación silenciosa, si es que puede llamarse así.
Creo que la semana que viene voy a ir a verlo. Se me ocurre que podríamos hablar de esta situación prometedora o un poquitín preocupante, como se quiera ver. Podría contarle los sueños de mi mujer, tal cual ella me los contó a mí. Y ver que resulta de todo eso. Con suerte me dirá alguna cosa que luego pueda transmitirle, llegado el caso de una nueva atribución de sueños.
Lo gracioso sería que el analista haga buen uso de su excelente silencio lacaniano. Pues allí estaríamos como al principio. O un poco peor, como se quiera ver.
Ahora bien, ¿qué cuernos tiene que ver la imagen que nos ocupa con todo esto? Pues absolutamente nada, ésa es la verdad. Perdóneseme la digresión, yo pensaba contar la historia del niño muerto que usaba un famoso cartel de droga para traficar sustancias en la frontera, pero no me resultó posible.
En fin, que ahí vamos por la vida, como el sapo de la foto: cada uno con su neurosis a cuestas.
Semblanza:
Paulo Neo nació en noviembre de 1980, en Santa Cruz, Argentina. Desde los 13 años escribe canciones. Durante más de una década hizo música y radio. Algunos de sus textos participaron de antologías publicadas en España. También ha colaborado en diversos medios de Argentina, Colombia y México. Su libro Microficciones Ilustradas, fue publicado en 2015 por la Editorial Libris y cuenta con ilustraciones del artista plástico mendocino Andrés Casciani. Actualmente se encuentra trabajando en un próximo material llamado Amor sonámbulo, a publicarse en breve en Argentina.