Siempre ocurren de noche, las cosas más profundas siempre ocurren de noche. Creer en la luna ocurre de noche, creer en las luces de las calles, ocurre de noche, decir ciertas cosas, admitir ciertas verdades, siempre ocurre de noche. Los encuentros entre esos dos seres que nunca se dijeron de dónde venían también ocurrían de noche. La noche los hizo mujer y hombre para que recorrieran los espacios acomodando las vidas propias y las de los demás con ese mágico deseo que provenía de nunca se supo dónde, y tampoco importaba demasiado saberlo. Y qué… si no se conocía el origen de esa misión, que los acercaba a una instancia etérea que culminaba en una línea difusa entre esta dimensión en que vivimos y otra, desconocida, vital, repleta de sueños de porvenir. Se los veía detenerse ante una dulce cara adolescente contra una ventana hasta arrancarle una sonrisa, o arrojando un libro en algún jardín cual bookcrosser libertino desesperado por ofrecer un texto que cambie una vida, o pasando un papel por debajo de la puerta de quien estaba esperando esa dirección para encontrarse con su destino.
Se los veía, sí… se los veía siempre de noche, cuando todos duermen, sabiendo lo que tenían que hacer, y pasaba el tiempo y se volvían a encontrar para ahondar en lo mismo. Andaban por las calles como dos almas sin control que cargan sus pilas, de sus vidas respectivas, para seguir cada uno con su propia canción. Iban juntos contando estrellas sin extrañar al sol, sobre el pavimento de un mundo despiadado que ya perdió su corazón y su razón de ser, sabiendo de las soledades de esas multitudes que ya no derribarán sus muros. Nunca les hizo falta gritar para llamarse, con una mirada bastaba.
Y así andaban esa noche cuando se oyó el disparo y un chispazo de desesperanza anunció que el sol había caído tarde y que la luna no llegaría a tiempo. Corrieron para socorrerlo, el pibe estaba tomándose el brazo de donde emanaba algo de sangre. Ella se lo cargó sobre sus piernas y lo animó, convirtiendo la escena en una postal de La Piedad, de Miguel Ángel, mientras él buscaba a alguien que ayudara. Corrió hacia todas las esquinas cercanas y lejanas hasta que dio con un diariero que descargaba los primeros periódicos de la madrugada. Sin pensar que allí había una nota de tapa, tomó el celular y marcó el número del SIES. Cuando llegaron los paramédicos el pibe aún respiraba, lo acomodaron en la camilla y lo subieron a la ambulancia. Tomaron algunos datos y partieron haciendo sonar la sirena para liberar la noche de obstáculos. Ellos se quedaron en medio de la calle viendo cómo se alejaban y una vez que las luces verdes intermitentes se perdieron tras los árboles, decidieron que tenían que seguir con la tarea de siempre.
Sin pociones, sin artilugios, sólo con esa posibilidad increíble que tenían de detectar cuál era el lugar donde hacían falta, caminaron unas cuadras torciendo destinos, devolviendo vidas a un camino que se había dejado de lado, riendo como si en la vida hubiera tantas cosas de qué reír y prometiéndose un presente, puesto que desconocían su pasado y su futuro. Así llegaron a la plaza más iluminada de aquel barrio, adonde las parejas más tímidas de este siglo sólo podían acudir cuando no había luna, que era la única fuente de luz. Se cruzaron con el pibe de la herida en el brazo y se alegraron de que ya hubiera salido del hospital. El pibe los miró como se mira a un amigo que se queda del otro lado del río; se perdió tras el horizonte de hamacas y toboganes. Ellos cruzaron el puente, apurando el paso para bifurcarse antes del amanecer. Alcanzaron una avenida, y se separaron, sabiendo que se reencontrarían para seguir buscando en la oscuridad un destello que permita que, alguna vez, todos puedan despertar y ser protagonistas de sus propias vidas.
Semblanza:
Raúl Astorga nació (y vive actualmente) en Rosario, Argentina, en marzo de 1964. Estudió Electrónica en la secundaria y Periodismo en el nivel terciario, carrera en la que logró graduarse. Fue empleado ferroviario, cartero, instalador telefónico, empleado en el rubro del vidrio, y operador telefónico. Mientras trabajó durante muchos años en diferentes empresas, fue desarrollando su formación literaria, audiovisual y periodística. Coordinó un taller de narrativa, en Rosario, que ganó una participación, entre otros talleres del país, en el Libro de los Talleres XXX, de 2017, Editorial Dunken. También es autor de relatos y guiones para videos documentales y de ficción. Dirigió el corto de ficción “El rastro de tu sueño en el camino”, recientemente estrenado. Sus relatos son publicados en revistas y antologías de Argentina y otros países. Fue uno de los ganadores del único concurso de cuentos que organizó la revista porteña 13/20. Algunos relatos de su autoría fueron editados en la antología de autores españoles y argentinos Mercadillo de relatos en mayo de 2010, en Sevilla, España. Tiene dos novelas inéditas y un libro de cuentos inédito. Sus textos se leyeron con frecuencia, desde el 2013 hasta el 2016, en el programa de radio de Buenos Aires “”Las noches y los cuentos” (nominado como mejor programa cultural de radio en los Martín Fierro 2015). Se lo puede leer en su blog: www.ficcionesalsur.wordpress.com