El lunes 17 de agosto un grupo de migrantes centroamericanos se dirigían hacia Estados Unidos guiados por un grupo de “polleros” a través del territorio nacional.
Ese día debían atravesar el territorio del estado de Hidalgo y seguir su camino hacia el norte del país.
Después de horas de camino y los inconvenientes propios de un viaje de esa magnitud, sus guías decidieron que ya era momento de detenerse, beber y comer algo, así que optaron por hacerlo en algún punto entre los municipios de Tasquillo e Ixmiquilpan.
Acordaron hacerlo sobre la carretera. No era necesario llamar la atención.
No muy lejos del lugar, elementos de diversas fuerzas de seguridad pública estatales y federales se encontraban tras la pista de un grupo de personas al servicio de la delincuencia organizada, de esa que las autoridades de Hidalgo dicen que no hay.
A decir de los guardianes de la ley y sus investigaciones, el operativo que llevarían a cabo representaría un buen golpe y pondría en alto su labor en la salvaguarda de la seguridad ciudadana en la tierra que gobierna Omar Fayad Meneses, el amigo priista del Presidente Andrés Manuel López Obrador.
Los centroamericanos, entre los que había un menor de edad, no llegaban a una decena. Se acomodaron alrededor de una mesa en el exterior del local y se preparaban. Había refrescos, algunos optaron por una cerveza y otros, aunque simplemente esperaban proseguir el viaje, de ninguna manera desperdiciarían la oportunidad de alimentarse.
El grupo que los dirigía estaban ahí también. Los traficantes de personas hablaban y bromeaban entre sí, revisaban sus teléfonos, murmuraban. De acuerdo con versiones de testigos, era mucho más numeroso el grupo de “polleros”.
Como sea, todos estaban juntos.
Empezó la persecución. Los presuntos delincuentes trataban de escapar de las fuerzas de seguridad y huyeron en sus vehículos motores hacia diferentes rumbos fuera de la cabecera municipal de Ixmiquilpan.
La coordinación existente entre las policías implica una comunicación constante y permanente, por eso el canal de radio estaba en la misma frecuencia para todos los que intervenían y se sumaban al operativo que empezaba a diluirse. Por eso los agentes estatales de varias patrullas escucharon lo que sucedía y por eso detectaron a un grupo de personas en ese sitio.
Llegaron con la adrenalina al 100, descendieron de los vehículos con las armas al alcance, algunos ya las habían desenfundado y uno tenía el dedo en el gatillo.
El grupo se asustó. Los traficantes de personas fueron los primeros en intentar escapar y algunos de los indocumentados quedaron paralizados mientras otros pretendieron huir. Los policías, ante la posibilidad de que se tratase de los peligrosos delincuentes que eran perseguidos por sus pares en otros puntos, no se detuvieron a preguntar. El que traía en el dedo en el gatillo accionó el arma y a pocos metros cayó el cuerpo de un guatemalteco cuyo rostro, horas después, estaría en las redacciones de diversos medios en la capital del estado gracias a la ficha elaborada por la Asociación Civil Sonrisas Perdidas Hidalgo. Lo habían denunciado como desaparecido y lo identificaban como Elías David Pérez y Pérez.
El comunicado oficial emitido por la Fiscalía General de la República se limita a señalar que “dos personas fueron vinculadas a proceso por su presunta responsabilidad en el delito de tráfico de personas en su modalidad de transporte con agravante, pues entre los indocumentados se encontraba un menor de edad”.
Podrían o no ser los mismos hechos, las mismas personas… la misma bala.
Lo cierto es que el cuerpo del migrante asesinado apareció después… mucho tiempo después.
En la oscuridad de los pasillos de algunos edificios sede de nuestra muy maltratada justicia se rumora que el cuerpo nunca estuvo desaparecido. Que hubo miedo y temor entre los responsables y optaron por esconder el resultado de su abrupta intervención. Querían hacer creer que ese buscador del sueño americano había sido encontrado al costado de algún camino. “Un hecho fortuito” –dirían-, y por ello no habría ninguna investigación contra ninguna autoridad.
El único culpable entonces sería el mismo de siempre, el de otros miles de hechos: “quien resulte responsable…”.