Cualquier persona a la que le dijeran que el señor que recogía latas en las calles y era cantante de un grupo de mariachi en los trenes de Manhattan, era un médico; no lo creería. En el tiempo que se le conoció, solo fue como el mariachi o el señor que recogía latas. Lo primero que me preguntó cuando nos conocimos fue: «¿De dónde eres?»Le contesté. Él sonrió y dijo «Chilango. Yo también soy Chilango pero nací en Durango». Esto era excusa suficiente para discutir sobre gentilicios capitalinos pero ese no era el motivo de mi visita, así que sólo sonreí y me senté frente a él. Me sirvió café con un olor fuerte a canela. La habitación era humilde, todo parecía improvisado.
Yo había conocido a Anna y su hermano Hanz en un bar que ya no existe en el barrio de Astoria. Hablamos sobre Alemania y México, bebimos cerveza y comimos alitas picantes como tres forasteros. Anna quedó fascinada con mis tatuajes: el árbol en el pecho de lado izquierdo, la Catrina revolucionaria y el van Gogh en el brazo. Les tomó fotos con su teléfono celular. A las tres de la mañana nos despedimos y Hanz me dio la dirección del hostel donde se estaban hospedando. Acordamos de ir al otro día a un estudio para tomar más fotos. Y así pasó. Al día siguiente nos reunimos los tres en un estudio de Long Island City y le tomaron más fotos a mis tatuajes pero ya con cámara profesional. Los dos eran estudiantes, habían venido a New York a filmar parte de un documental en el que estaban trabajando para un proyecto de la universidad. En el estudio me hablaron del trabajo y de don Sebastián Arguello Cano. El mariachi que recogía latas en las calles de Staten Island. Anna expresó con una alegría infantil que yo debería conocer al mariachi. Así de un modo mágico Hanz pensó que necesitaban dar un toque interesante al documental y se le ocurrió la idea de que yo me convirtiera en un narrador pretendiendo ser una versión joven de don Sebastián. Yo acepté sin saber en lo que me metía. Tres días después fuimos a Staten Island y me presentaron al mariachi.
Anna y Hanz tenían ya material donde habían documentado parte de la vida cotidiana del señor. Lo habían conocido durante una visita corta en el invierno anterior, don Sebastián había tocado con su mariachi en un vagón del tren E, les fascinó, y en el verano regresaron con los planes y el proyecto. Filmaron todo lo que el hombre hacía durante un día, desde la salida de su casa a las siete de la mañana para recorrer treinta calles a la redonda y colectar cuanta lata se le presentara en el camino. Hasta la ida cargando las bolsas llenas a un supermercado donde había dos máquinas que trituraban latas y botellas plásticas. Le daban un recibo con un número equivalente al peso y el pago, después entraba a la caja y recibía de diez a quince dólares, su ganancia dependía del día y la suerte. El salario de don Sebastián Arguello Cano era para un sustento efímero, pero recoger latas no era lo único que hacía para vivir.
En el documental de Anna y Hanz, titulado hasta esos momentos Two Men, porque mostraba la vida de dos hombres de diferentes culturas, don Sebastián era la representación del hombre pobre en América. Una metáfora que Anna y Hanz no comprendían a fondo y querían explorar (el otro hombre era en Europa). Durante sus viajes por las calles de Staten Island don Sebastián les contaba algo de su vida personal. De dónde era. Cómo había llegado a New York. Sobre su familia. Cuando yo entré en el proyecto me tuvieron que informar de todo para poder adentrarme al personaje que me correspondía: don Sebastián de joven. Hanz tuvo otra fabulosa idea: la de agregar una serie de montajes en el film en donde la vida del señor se proyectaba al pasado y así la voz del entrevistado (don Sebastián) se convertía en la del joven (narrador); o sea yo. Yo lo conocí un martes. Permanecimos encerrados en su habitación conversando sobre su vida y así pude mimetizar sus movimientos y su carácter personal. Parecerme un poco a él. Para que al narrar fuera prácticamente como él. Su vivienda era el garaje trasero de una casa de un piso. Los dueños, unos mexicanos muy solitarios, lo habían dejado vivir en el sótano por muchos años con una renta simbólica, pero las necesidades de la familia aumentaron y tuvieron que rentar el sótano a otra familia que pagara más. No quisieron dejar a don Sebastián desamparado y lo mudaron al garaje, el que adaptaron como estudio-vivienda; hasta con aire acondicionado. No le cobraban renta, sólo tenía que ayudar a sacar la basura, apalear nieve en el invierno, hacer trabajos de pintura cuando fuese necesario y de vez en cuando fungir como médico personal. Esto último era cosa que odiaba.
Don Sebastián nació en el estado de Durango, en 193…y tantos. Se mudó a la capital del país y estudió medicina. Allá conoció a la que sería su única esposa. Pero una desgracia cambió los planes. A los dos meses de casados su mujer sufrió un accidente automovilístico que casi la mata y la dejó cuadripléjica. El impacto de esto llevó al joven Sebastián a un estado de depresión y de absoluto odio a su carrera por la impotencia de no poder hacer nada para ayudar a su mujer. Renunció a la medicina. Los gastos por el cuidado de su esposa aumentaron y sin ingresos el matrimonio cayó en una recesión económica. La solución fue emigrar. Primero se vino él. Cruzó la frontera a California y trabajó como brasero en los campos. No aguantó mucho de tanto pensar en que su esposa estaba bajo el cuidado de familiares que no le dedicaban el tiempo necesario. Se regresó. Al mes, cruzó la frontera de nuevo y en esa ocasión lo hizo con su mujer. Empujó la silla de ruedas por el pedazo de desierto entre Sonora y Arizona. Vivieron en Phoenix en la casa de unos parientes por cinco meses. Durante ese tiempo, en contra de su voluntad, trabajó como médico en la enfermería de una fábrica textil perteneciente a un empresario y dueño de una variedad de fábricas y campos de cultivo. Pronto fue el doctor, de manera ilegal, de casi toda la empresa. El patrón lo usaba porque salía más barato que un médico con licencia. Esto daba para que vivieran en su propia vivienda y tener una nana india que ayudaba con el cuidado de su mujer. Al año su esposa murió a causa de una diarrea. La deshidratación, la pérdida de apetito y la soledad; no soportó y sufrió durante tres semanas. Sebastián abandonó todo. Incineró el cuerpo de su esposa y se fue a California. Regresó a los campos. En la primera oportunidad envió las cenizas de su esposa a México y por medio de otro pariente terminó migrando al Este. Llegó a Staten Island y se quedó.
A Sebastián Arguello Cano siempre le gustó la música y sobre todo la regional. Su debilidad y virtud eran los mariachis. Desde niño le daba a la guitarra y no cantaba mal las rancheras, como bien se dice. En New York por fin se abstuvo de practicar la medicina ilegalmente. Consiguió empleo en una fábrica de corbatas en Midtown y ahí estuvo diez años. Hasta que un día se hartó y comenzó a tocar guitarra y cantar en el subway y fiestas privadas. Era algo nuevo en esos tiempos. Casi no se veía a un mexicano cantar su música. Un día conoció a un grupo de mariachi y formaron el conjunto Mariachi Tierra, con ocho miembros: dos colombianos, tres puertorriqueños, tres mexicanos, hasta en una época tuvieron a un haitiano. Con ellos comenzó tocando la guitarra y llegó a ser el vocalista secundario y principal de emergencias. Duró quince años con ellos, tocaban en bodas y fiestas de cumpleaños. Pero la edad le comenzó a deteriorar las cuerdas vocales y ya no daba para tanto. Se conformó en los coros durante los cambios de miembros y edades. Con tres de los más jóvenes era que tocaba en los trenes.
Cuando terminó nuestra charla me dijo que su mayor deseo era morir en México, pero que una vez había tenido un sueño donde se ahogaba tomando café porque se le atoraba una raja de canela en la garganta y moría de este lado del mundo. Anna y Hanz se marcharon con su documental a Alemania donde lo último que supe fue que lo presentaron en la universidad y no había gustado mucho por el hecho de tener tres idiomas y subtítulos. Yo jamás lo vi terminado. Me quedé con la duda si habrán regresado a mostrárselo a don Sebastián. Los tres perdimos contacto.
En octubre del 2012 el huracán Sandy causó pérdidas millonarias e irreparables a la ciudad de New York. Los de Staten Island fueron de los más duros. 24 personas perdieron la vida. El número más alto de muertes de los cinco condados. En el 2014 regresé allá. Un día después de que compañeros del trabajo me contaran sus tristes relatos de cuando habían sido parte de las brigadas de voluntarios. Las calles que rodearon algún día la zona donde don Sebastián colectaba latas ya eran irreconocibles. Algunas estaban renovadas y en otras, la mayoría, aun se podían ver las huellas de Sandy. Entré a una tienda mexicana que me encontré y le conté al dueño la historia que aquí escribo. Ni él ni su ayudante habían oído hablar del Mariachi Tierra, ni de un señor que recogía latas que fuera el vocalista, ni mucho menos que había sido médico. Algunas personas que entraron a la tienda fueron cuestionadas por el dueño pero tampoco sabían nada y no creían conocer a alguien que supiera de algún mariachi con ese nombre. Me subí al carro, un poco triste, e intenté recorrer las calles para buscar la casa donde alguna vez estuve con don Sebastián; no la encontré.
De salida, mientras cruzaba el puente Verrazano, por el retrovisor vi las luces de Staten Island que quedaban atrás y pensé que en verdad el huracán Sandy había arrastrado la historia de esa parte de la ciudad. Sentí que la memoria de don Sebastián se había ido entre los escombros y que su vida se había ahogado en la garganta de los demás.