Chapultepec, no Chapu. Cerrecito diminuto y flotante, Central Park local; cada lugar tiene el suyo pero York fue más que España. Novedades en su tiempo: todo, después se canonizan efemérides. Eventos, dicen allá arriba que América es una nación de blancos.
Un ritmo tembloroso en rededor. Hidráulicas corren, cláxones. Clichés, el estar aquí fue gestión de gatas, mas la democratización se expande, qué no… Símbolo de cosmopolitismo, áspera nación. Las sirenas nada tienen que ver con peces ni con aves, los alaridos que despotrican chillan desapercibidos.
Los baños de Moctezuma mutaron sillas grandes, tronos a fin de cuentas. La sombra de Habsburgo merodea por estos lares, sobre todo en época de niños puestos por el calor del maíz crecido y la difícil existencia veraniega.
El bosque húmedo se mantiene y, entre las ramas de su vegetal ejército, corren neblinas al son de las selfie-sticks que sí, están permitidas en exteriores. Los drones jamás, al menos que sean internos, certificados y de aquella impenetrable zona VIP.
La leyenda de las ardillas batiéndose en duelo con ratas, es difícil de comprobar, se les ve por bandos separados. La fauna ajena al cautiverio se alimenta de carroñería pepenadora, sendas palomas sobrevuelan sin defecar los monumentos, al parecer el mármol que honra a los héroes que hicieron de la bandera su capa, repele todo desecho, está blindado.
Un tianguis es en parte, cientos de merolicos impávidos ofrecen palear la deshidratación al 2×1 y las pintarrajeadas que dan no son indelebles. Hay otros, algunos bocineros sin afán de lucro, a los que les basta pasearse fuera del subterráneo llenando de decibeles la región donde todo se pierde al internarse.
En los interiores del recinto, ahí donde no hay exposiciones empeñadas en ensalzar causa alguna, lo inhóspito se erige al respiro de no urbanidad. Enclavados, lejos del lago verdoso con patos al estilo DeVito, los enamorados, mayoritariamente estudiantes secundarios en pinta, se dan al desenfreno. Todo pasa desapercibido, sabiéndose guarecer.
Mientras, de martes a sábado los museos están un tanto abandonados por los capitalinos; quienes los recorren feroces, en todas sus variedades, son los extranjeros, muchos de los cuales sí han visto, y no en réplica, el penacho del Patas Quemadas. A la escena, sin embargo, no faltan los turistas de provincia, eufemismo que deslinda del aire despectivo al cargado centralismo que nos domina. Por su parte, las escuelas-excursionistas son de chocolate, los acarreados esos van en fila más disciplinados que en el mismísimo Campo Marte.