Por primera vez en mi vida (65 años, 5000 libros leídos, 50 000 abandonados) voy a leer un libro dos veces seguidas. Y, además, lo voy a hacer con gusto. Disfrutando. Hablo de Verano del 96, la última obra de David de Juan Marcos.
Me pongo en contacto con el autor. Pretendo entrevistarlo antes de comenzar la segunda lectura. Disfrutando porque este libro chorrea creatividad. Pero hay más razones. Que desvelaré en la obligada reseña.
―David, ¿sabes de alguien más que haya leído el libro dos veces?, ¿intuyes por qué voy a hacerlo yo?, ¿supone Verano del 96 una vuelta de tuerca en tu carrera literaria?
―Voy a pasar rápidamente y con algo de pudor el comienzo de tu intervención. Pero puedes imaginar lo profundamente agradecido que estoy por tus palabras.
»Sin tener una certeza absoluta, puedo intuir por qué sientes el impulso de hacer una relectura. Voy a dar un rodeo para explicarme, pero estoy seguro de que pronto entenderás por dónde voy. En lo personal, creo que un libro de relatos no debería ser simplemente una colección de historias. Aunque cada cuento funcione de manera independiente, es fundamental que compartan algo: un tono, una inquietud, un vuelo y una profundidad. Ese «algo» puede adoptar muchas formas: una unidad temática, temporal, estilística, un conflicto, un escenario; una búsqueda estética, en definitiva, que atraviese todo el libro. Cuando eso ocurre, los relatos ganan en hondura, en cohesión y en resonancia. Cada texto conserva su autonomía, sí, pero juntos conforman una estructura más grande, una obra con sentido propio, como una constelación donde cada punto brilla por sí mismo y a la vez dibuja una figura.
»En Verano del 96 hay, creo, una búsqueda estilística clara. También —si se quiere— una unidad temática, que gira en torno a la pérdida y el paso del tiempo (aunque, dicho sea de paso, ¿qué libro no habla, en el fondo, de la pérdida y del paso del tiempo?). Pero además, hay un juego oculto que no todos los lectores notan —y que no es en absoluto necesario que lo hagan para disfrutar el libro—: aunque son nueve historias, puede intuirse un décimo relato que las sobrevuela, que está presente en los intersticios, como un eco o un susurro. Ese relato invisible está ahí, para quien quiera verlo, y una de las ideas es que te queden ganas de regresar al libro para rellenarlo por tu cuenta.
»En cuanto a la segunda pregunta, te diré que escribir un libro de relatos siempre fue un capricho personal, una aspiración nacida del profundo placer lector que me produce el género. Lo disfruto enormemente, en parte porque ofrece una plasticidad y una libertad experimental que rara vez permite la novela. Por suerte —o por respeto— entendí muy pronto que también se trata de un género sumamente complejo, de una ejecución delicadísima, donde el más mínimo error puede echar a perder una historia entera. Tal vez por eso he tardado tanto en animarme a intentarlo.
Me quedo pensando en la respuesta de David. Me quedo pensando en la siguiente pregunta. Me quedo pensando en Verano del 96, que es ―sin duda― lo más interesante que he leído este último año.