Soy de esas personas que olvida que Bob Dylan está vivo. Su nombre me sonaba ligeramente de la vez que mi papá puso el famoso video de “We Are The World” de 1985 y me iba diciendo quién era quien; y nuevamente en el 2010, cuando salió otra versión de la canción con otros artistas y entonces veía de nuevo el original, leyendo los comentarios de risa sobre que Bob pareciera como que no quería estar ahí (disperso, más bien). Cuando resultó ganador del Nobel de Literatura, sinceramente me pregunté por un momento cómo es que la Academia había cambiado el criterio de sólo premiar a los vivos; “tuvo que haber sido muy bueno”, especulé en mi mente antes de revisar una publicación de Facebook de mi profesor de Literatura de la prepa, dialogando con otros sobre el músico y tal reconocimiento, y las posibilidades de su carrera futura.
Una y otra vez he olvidado que Dylan está vivo, y cuando en el trabajo me enviaron a la premier de “A Complete Unknown” (Un completo desconocido) en cines mexicanos, nuevamente lo olvidé, hasta que comencé a ver videos del proceso actoral de Timothée Chalamet y cómo tenía la “bendición” de Dylan. Entre ir entendiendo más de esa vibra de “sad boy” que confirmaba pensamientos intrusivos (como que en definitiva no habría pensado que estaba muerto de haber sido fan suyo en los 60, porque la película me explicaba sin decirlo), lo que más resonó en mí -y en la sala de cine- fue una risa inesperada al escuchar por primera vez “Blowin’ In The Wind” y darme cuenta que incontables veces canté una canción con la misma tonada durante mi década en el coro de la iglesia.
En este mundo que Cristo nos da
hacemos la ofrenda del pan;
el pan de nuestro trabajo sin fin
y el vino de nuestro cantar
Traigo ante ti nuestra justa inquietud:
amar la justicia y la paz.
Una búsqueda rápida en internet me confirmó lo que hasta entonces, y 10 años después de mi última participación en una misa de adviento, no me había cuestionado: hay una canción que interpola tal éxito de Dylan, mostrado en la película como un dueto entre Chalamet y Monica Barbaro (interpretando a Joan Baez).
La sed de todos los hombres sin luz,
la pena y el triste llorar,
el odio de los que mueren sin fe
cansados de tanto luchar.
En la patena de nuestra oración
acepta la vida Señor.
Según la información que no puedo confirmar al 100, pero que considero verosímil, fue en los 90 cuando Antonio López Escalante y Juan José Vieyte, músicos españoles, escucharon el tema y pensaron que, “ya que en su versión más espiritual ya se cantaba en algunas eucaristías, podía tener una versión adaptada a una banda de música cofrade”, por lo que crearon una partitura definitiva y una letra que ocupa un lugar privilegiado entre los temas correspondientes al Ofertorio (Ofrendas), ese momento en que se consagra el pan y el vino.
Es una experiencia sensacional unir las casualidades de la vida. Mientras la película me ayudaba entender por qué siempre mato a Bob Dylan en mi depositorio mental, también me recordó que las inspiraciones vienen de donde una menos lo piensa, y que un canto popularizado en Andalucía habría de terminar en una iglesia mexicana. Y sí, yo también tengo ganas de un karaoke donde pueda cantar mi repertorio eclesiástico, y tararear (gritar y hacer hasta la segunda voz) como lo hice en ese momento en el cine:
Saber que vendrás. saber que estarás
partiendo a los pobres tu pan.
¡Saber que vendrás. saber que estarás
partiendo a los pobres tu pan!