Hace poco terminé de ver la primera temporada de la serie Sweet Tooth (2021) y, lo que en un inicio me pareció una fantasía postapocalíptica sobre la otredad y la empatía desde la mirada de un niño, se convirtió, conforme avanzaba, en una fábula exorbitante que por momentos abusa de la coincidencia.
Darme cuenta de este detalle me llevó a reflexionar sobre la cuestión del azar en la narración. Tema que me ha interesado desde hace algún tiempo, sobre todo a raíz de la lectura del capítulo dedicado a Charles Dickens en el libro de ensayos Adicción a los ingleses: vida y obra de diez novelistas, escrito por Sergio Pitol. Allí, el autor veracruzano reflexiona, entre otros asuntos, sobre los acontecimientos azarosos que en ocasiones resolvían el final de las novelas de Dickens.
No he leído con amplitud los libros del inglés, pero por Oliver Twist y Cuento de navidad puedo intuir esta manera fortuita de terminar los relatos: una verdad oculta se revela para cambiar el destino del protagonista, un dato crucial se muestra para entender las acciones de un personaje, un cambio milagroso sucede, un evento ocurre justo a la par de otro.
La cuestión del azar es uno de los ejes primordiales que movilizan las tramas de muchas historias. De entre ellas, quizás donde es más evidente sea en los melodramas. Me parece que este tipo de historias, con su infaltable toque naif, son el caldo de cultivo idóneo para el azar: la carta que llega a manos del villano o el accidente que ocurre justo antes de la boda constituyen unidades que provocan la sensación de causa-efecto propia de las narraciones más sencillas, los cuentos de hadas, los mitos y las leyendas. Pero los ejemplos que he dado son quizás los que no constituyen una muestra que me permita hablar sobre la relación íntima capaz de gestarse entre lo azaroso y las historias. Encuentro un ejemplo equivalente a dicha relación en la propuesta poética de Paul Auster. En la mayoría de sus novelas un hombre se encuentra de pronto (por azar) desposeído de su anterior identidad y debe enfrentarse a una situación que lo hace huir de su antigua vida fútil.
En Paul Auster, el azar no constituye un elemento efectista como en el melodrama o resolutivo como en Dickens, sino que se erige en combustible del mecanismo ficcional que el narrador pone en marcha. Creo que este no es el lugar para desarrollar con mayor amplitud lo que quiero decir. Baste con saber que el azar puede ser usado para elaborar historias que pongan en tensión los límites de la ficción, que desestabilicen la verosimilitud en aras de una búsqueda poética novedosa.
Regreso a Sweet Tooth con esa mirada y me doy cuenta de que la serie, aunque logra por momentos incorporar la coincidencia a su diégesis, lo cierto es que en la mayoría de los casos apela a la concesión del televidente para que ignore los parches que permiten la aparición de los acontecimientos extraordinarios. Esto me parecería un problema de no ser porque la serie consigue en algunas ocasiones, gracias a su vocación de cuento de hadas y a una visión infantilizada del mundo, salir adelante.