“…once people are broken in certain ways, they can´t ever be fixed”.
Douglas Coupland
¿Qué tienen en común un veterano de guerra y un adolescente? Ambos odian el mundo que los rodea porque son incapaces de sentirse parte de él. Al llegar a cierta edad se vuelve necesario buscar la independencia, buscarnos a nosotros desde nosotros y para nosotros mismos. Es en esta etapa cuando queda más claro el hecho de que no podemos deshacernos de lo que somos y de lo que pensamos, pero nuestras experiencias a penas inician por lo que sentimos a partir de lo ajeno; la música y los libros nos hablan de frente por primera vez.
De igual forma, después de pasar por un evento bélico, y con el trauma que lo define, el veterano busca reconciliarse con el presente que pausó en su corazón, pero que no se detuvo por él, como el recuerdo de una amante.
El personaje de Holden Caulfield, protagonista de The Catcher in the Rye, se volvió un ícono adolescente creado por un veterano que resintió poner en papel las emociones que desarrolló. Se sabe que J.D. Salinger llevaba un borrador de su libro más conocido mientras estaba en la guerra; capítulos que no sabremos lo mucho que se modificaron conforme pasó el tiempo.
Su personaje es uno de los más intrigantes y honestos de la literatura universal. Hay lectores y críticos que consideran el libro una obra maestra, mientras que otros aseguran que no es tan relevante, ni siquiera para ser víctima de la censura, pero nadie queda indiferente ante el personaje principal.
Creado a partir de la contradicción y la sensación de alienación, Holden Caulfield es una figura fantasmal que habla nuestro idioma. Las expresiones que ocupa para definir a las personas o las actitudes que le molestan no alejan al lector, pues es cuestión de acostumbrarse a las maneras de un nuevo amigo y no al lenguaje de un extraño opresor.
El personaje es tan ambivalente como el público al que va dirigido. Se trata de un texto que apelaba a los adultos, pero los jóvenes encontraron una puerta más relevante para ellos. Justamente esa necesidad de los adolescentes provocó que la obra fuera censurada, pues ellos no pueden desear, deben aguantar, guardar, reservar y seguir hasta que la transformación sea definitiva, y entonces podrán ser adultos productivos, siempre nostálgicos.
La gran rebeldía es que una persona puede necesitar encontrarse en cualquier momento; sí, es más lógico durante la adolescencia o después de ser testigo de una guerra que destruya tu imagen sobre la realidad, pero también puede surgir esta urgencia en las bien conocidas crisis.
El secreto de este personaje es que casi es, casi es un buen hermano, casi es un buen estudiante, casi, ¿qué se lo impide? Ni él mismo lo sabe y tampoco le interesa descifrarlo, simplemente decide sufrirlo. No se trata de un libro obsceno o de un personaje maligno, pero la información que revela es peligrosa por su honestidad y su imposible resolución; la contradicción eterna entre querer compañía y odiar a la gente.
El que Holden Caulfield sea un muchacho que vive al margen del presente, observando, juzgando, tratando de comprender lo que ve, lo convierte en un elemento de alta empatía para las personas, para unas más que para otras, incluyendo a Mark David Chapman, asesino de John Lennon, que llevaba un ejemplar de esta obra el día del homicidio.
Este tipo de resultados ha permitido la mitificación del texto y la idea de que existen mensajes ocultos que sólo alguien tan alienado como Holden podría descifrar.
Lo cierto es que todos los libros tienen mensajes entre líneas y la mayoría de las veces ni el autor puede predecir estos resultados. ¿Por qué se llama así el libro? La respuesta no le da poder a la idea de un asesino. El personaje no escucha bien un poema y termina relacionando esta frase con la idea de cuidar a los niños mientras juegan, evitando o previniendo una caída al vacío.
Holden Caulfield ya está quebrado, pero quiere salvar al futuro y a la idea de que existe un individuo necesario. Entre todos los simbolismos y las metáforas se encuentra una idea ejemplar en la que se otorga la oportunidad al lector de apreciar su realidad o desaparecer definitivamente, pues el espacio medio es doloroso, insuficiente y eterno.