CDMX a 12 de septiembre de 2020
Buenas noches, pedacito de jitomate:
Llueve, amigo, y cada vez que llueve, siento una terrible culpa porque escribo esta carta desde el tercer piso de una construcción de privilegios, donde no alcanzo a mojarme.
Imagino que sigues en el sofá de tu sala, tratando de distraerte. Es la última imagen que tengo tuya. Imagino que para ti el sonido de las gotas sobre la ventana significa cosas diferentes. Que no piensas en el día de mañana y que hay algo en el aroma húmedo de las paredes que te provoca náuseas. Imagino, aunque no quiero.
Que cómo me va con la maestría, preguntaste ayer, que si estoy aprendiendo algo, que si vale pena… verás, hoy justamente, he terminado dos lecturas: Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke, y La tradición y el talento, de T.S. Eliot. Estoy segura que estás familiarizado con ambos, que incluso compartes alguna de sus doctrinas. Quisiera tener tu alto grado de comprensión, análisis y síntesis. Bien sabes que me inscribí a este programa para balancear esa cualidad de locura y creatividad por el que se me ha reconocido, y agregar un poco más de habilidad metódica, crítica. Si los tiempos fueran otros, estaríamos ahora mismo disfrutando de una tierna discusión al respecto, en donde yo finjo que hice mi mayor esfuerzo por entender y en la cual tú dispones de tiempo, paciencia y cariño para explicarme. Soy egoísta, y eso es algo que no soporto, perdóname.
Cuando supe que la primera tarea de esta segunda materia era crear una carta, quise hacerla para ti, aunque probablemente no la leas nunca. He tenido tanta inquietud dentro, sólo por querer hacerte saber que pienso mucho en ti, que oro mucho por ti, que se me está yendo una parte mía contigo. No concibo el revoltijo de coraje, tristeza, soledad que está tomando posesión en tu ser. Toda yo me retuerzo de saber que el mundo continúa a pesar de que tu mundo se ha venido abajo. Los días siguen y llenan mi soledad de crecimiento, de reflexión, de productividad. Lo digo triste, fíjate. ¿Cuántas personas han perdido su trabajo, han despedido a sus seres queridos? Y yo aquí escribiendo, aquí siendo todo lo que quise ser hace un año. Mientras, miles de pedacitos de jitomate [además del de Rulfo] luchando con garras y dientes por una pizca de esperanza.
De T.S. Elliot no tengo mucho que decirte. No he entendido en su totalidad el texto, y me temo que, a diferencia de lo que opinan mis compañeros en el foro de la materia, a mí me parece en cierta medida complementario a Rilke, y no contradictorio. T. S. Elliot comenta algo sobre estudiar demasiado. “Demasiado aprendizaje mata o pervierte la sensibilidad poética”, expone. Esto es algo en lo que estoy de acuerdo. Tus amigos y mis amigos de la sociedad de mamadores literarios, los que realmente estudiaron una carrera en Letras, están ya bastante viciados. Me dan una pena tremenda cuando los leo y noto en seguida que quisieron imitar a Paz, a Chéjov, a Poe. No me malentiendas, amo con locura la grandeza de estos autores y el cómo continúan inspirándonos pero más amo saber que cuando me leen a mí, poco reconocen mis lectores, estilos pasados. Ellos al contrario, son una absurda imitación. Más pena me dan cuando lo dicen con orgullo, anticipándose a la reacción del público y cayendo en muy pésimos homenajes, sobre todo. Al mismo tiempo quisiera tener una pequeña porción de todo ese conocimiento escolar…
Esa culpa de la que te hablaba, me es imposible eliminar en mis escritos. Extraño me parece que si existe algo en esta vida que pudiera hacer por siempre es escribir [de repente me salen las palabras como si hubiese mantenido la mano levantada por horas, o días o meses] pero curiosamente nunca quiero empezar a hacerlo. Siento que no lo merezco. Escribo porque quiero que me lean. ¿Ves cómo soy egoísta? También tengo la convicción presuntuosa de que hay alguien que necesita expresarse y no sabe cómo; entonces yo pongo estas líneas, una tras otra, para abrir el camino. Escribo cuentos que a mí me gustaría leer y que supongo, serían de interés para mujeres ridículas, soñadoras, de clase media, que a lo mejor lo han tenido todo [y alguno que otro hombre sin más adjetivo]. Escribo ensayos, probablemente mi género de preferencia, porque no me parece justo vivir con toda esta enredadera en mi cabeza. Pero escribo, y esto que en verdad es secreto, con una leve certidumbre en el pecho de que me va a atormentar. Sé que me estoy tirando por la borda cada vez que creo algo, porque me desgarro, me deformo. Por eso me parece extraño y hasta ilógico, que siendo una persona tan ignorante y desidiosa, una vez comenzando a escribir, pienso demasiado y siento demasiado y me canso. A veces prefiero ser feliz, ignorante.
Dice Rilke tantas y tan atinadas cosas, como que “es bueno estar solo, porque también la soledad resulta difícil y el que algo sea difícil debe ser para nosotros un motivo más para hacerlo”, o también que “si siente que esta soledad es grande, alégrese. ¿Qué sería de una soledad que no tuviera su grandeza? Sólo hay una soledad. Es grande y difícil de soportar”. A lo que yo deduzco que este hombre en verdad supo separar el sufrimiento de la corteza cerebral práctica (en lo cual T.S. Eliot concuerda), algo que a mí me falta. Rilke anima, incluso, el sentirse desdichado. Ni a ti ni a mí nos lo necesitan repetir. Jamás quisiera comparar lo que estoy sintiendo, con lo que tú estás sintiendo. Podría nuevamente intentar imaginarlo, pero me rehúso, me es ajeno. Tu dolor es tuyo y no quisiera nunca reducirlo, compararlo o atribuírmelo.
Quizás debí preguntar la extensión máxima de esta tarea, asegurarme de que la teoría detrás suene lógica y certera. Pero ¿sabes? Nunca he sido tan buena como tú para conectar el corazón a las ideas. Casi siempre he sido corazón y muy pocas veces me preparo antes de aventurarme a decir las cosas. Probablemente estés asintiendo con la cabeza.
Me gustaría discutir contigo todas las formas posibles en que se puede describir una mariposa, bosquejar los capítulos de la novela apocalíptica que te conté aquella vez en el café, y darte las gracias de frente simplemente porque se me da la gana. Sin embargo continuaré trabajando en esta carcasa y en estas correcciones continuas y difíciles de vida y literatura para que al regresar a mis días, te sientas orgulloso de tu amiga. “Cuando se sufre hay que escribir”, aunque no quiero que sufras ni yo sufrir, eso aconseja Rilke. De escritora a escritor, tienes todo mi respeto, admiración y cariño. De amiga a amigo, cuentas con mi amor, mi apoyo y mi admiración. No pretendo que con esta carta te sientas obligado a responder, concordar, o hacer comentario alguno. Ni siquiera sé todavía si te pediré leerla. No la leas.
Tu amiga la más molesta, Sti.
Posdata: Llueve. Y yo me pregunto ¿cuántas cartas, cuántas novelas, poemas y párrafos habrán comenzado con esta palabra? Pero sobre todo ¿cuántas de éstas habrán sido escritas con un honesto llanto?
Semblanza:
Stivaleit Guerrero [nómada, poeta y narradora] nació el 6 de octubre de 1990 en un pequeño pueblo de Tabasco [México]. Obtuvo mención honorífica en el Premio nacional de cuento breve Julio Torri 2014, primer lugar del Concurso de Ensayo Ágora del Tecnológico de Monterrey 2012 y segundo lugar en poesía del XXVI Concurso de Creación literaria del Tecnológico de Monterrey 2012. Ha colaborado con revistas literarias digitales e impresas como Lee+ [Revista de la editorial Gandhi], La liebre de fuego, Kaleido, Enchiridion, Espora, Nocturnario, Monolito, Bitácora de Vuelos, Rojo Siena, Mood Magazine y Tierra Adentro. Ha sido incluida en la Antología de Poesía Española Y lo demás es silencio II de Chiado editorial. En el 2016 publicó su primer libro de poesía titulado My Jam [Chiado editorial]. En marzo del 2019 publicó su primer libro de cuentos breves Taxisa, de la editorial mexicana Libros del Marqués. Taxisa ha sido presentado en la Ciudad de México, en la Librería Rosario Castellanos el Fondo de Cultura Económica. Actualmente radica en la Ciudad de México. Continúa buscando dónde más molestar.