Hace unas semanas, en reflexión con un colega profesor, hablábamos de cuáles son los requisitos actuales de un profesionista en el mundo laboral del siglo XXI. Tras varias cavilaciones llegamos al punto de considerar que el ser un buen lector era una de ellas. Sencilla y quizá obtusa podría parecer la afirmación, sin embargo, ¿se comprende lo dicho?
Los programas de estudio en los diversos niveles educativos en México hacen especial hincapié en fomentar la lectura. De estos esfuerzos he podido ser testigo del gran esfuerzo que hacen profesores tanto en Primaria como Secundaria promoviendo actividades culturales dentro y fuera de las aulas orientadas al respecto. Así mismo, proyectos independientes que van por la ciudad invitando a la comunidad, ya sea colocando el libro a precio asequible o generando acciones en pro de la lectura colectiva por mencionar algunos.
No coloco en duda estos esfuerzos, todo lo contrario. Es preciso a las acciones realizadas por estos agentes: profesores, bibliotecarios, promotores de lectura, independientes o institucionales), que se ha logrado observar un avance en el índice de lectura y ha movilizado a algunos padres y madres de familia a desarrollar ambientes de lectura. Entonces ¿qué pasa con el país?
La lectura no sólo es un artificio, no sólo es goce estético; la lectura es el mecanismo por el que se expande el conocimiento, por el que la función cerebral continúa viva. En ese tenor, la lectura es el vehículo por el que nos generamos una opinión, una reflexión, una manera crítica de ver la vida. Una lectura incluyente, multidisciplinar, sería la mejor propuesta.
Observemos un hecho: en los países donde el índice de lectura es mayor, los sujetos son altamente críticos ante su realidad social. Cierto es que estamos lejos de llegar a esas cifras, existe aún un alto rezago de alfabetismo en nuestro país, las condiciones educativas y tecnológicas en varias comunidades no son las adecuadas, aunado a ello, vienen transformaciones internas haciendo más compleja la meta. A México debiera preocuparle no sólo la cantidad de libros que se lee al año, sino también la comprensión de los mismos.
El nivel de lectura debiera medirse por el entendimiento de los diversos discursos que se generan en la comunidad. La canción, el anuncio publicitario, el letrero de algún supermercado, la noticia, el mensaje de texto, el lenguaje corporal, el tono de voz, todo ello no debiera escapar de entendimiento al buen lector. Todo como parte de una discursividad debiera ser motivo de reflexión para nosotros.
Ante los recientes movimientos que han venido siendo esa cortina de humo de varios procesos anteriores surge la imperante necesidad de ser buenos lectores.
El buen lector miraría más allá de un saqueo a supermercados, más allá de la cobertura a unos XV años, más allá de un discurso estadounidense, más allá de la movilización a través de las redes para protestar. Como he comentado en varias ocasiones a mis alumnos en clase: “más allá de lo evidente”, encontrar el subtexto del texto. Lo no dicho en lo dicho.
El buen lector tomaría su tiempo, como lo han hecho grandes buenos lectores, no se dejarían abrumar por los diversos discursos que vienen de aquí y de allá, llegaría a formarse uno propio. El buen lector apostaría a su decisión porque la ha analizado, la ha meditado y ha llegado a esa conclusión. Sin embargo, ser un buen lector, llevaría a hacerse cargo de sí mismo. Esto me lleva a mi reflexión inicial, si un profesionista en el siglo XXI necesita ser un buen lector, no importa la elección de carrera, en el fondo implica ser un adulto consciente y reflexivo. Como sociedad ¿lo estamos logrando?
Al buen lector, pocas palabras pero firmes.