La acepción de la filosofía es el amor a la sabiduría y éste amor nos llevará a un mayor entendimiento de nuestras dudas y, por tanto, sacaremos conclusiones de lo bueno; lo malo y la verdad de las cosas.
La filosofía requiere de un ejercicio que trabaja con el conocimiento y la experiencia propias y esto nos lleva a cuestionarnos y respondernos a manera de diálogo interno (en la forma que lo entendía Platón).
Boecio hace un diálogo con su yo interno al que lo presenta de manera humanizada o como una figura angelical. El diálogo del que hablo es entre Severino Boecio y la Filosofía.
Los temas a tratar tienen que ver con la esencia del hombre; con las dudas que le han surgido durante siglos: la tristeza; la fortuna; Dios; el mal y la voluntad humana en relación con la omnipresencia divina.
El libro primero nos habla de la tristeza, ¿hay algo más humano que este sentimiento? Severino Boecio se siente solo, olvidado por sus amigos, abandonado. La Filosofía, a modo de introducción, le va explicando el origen de su desdicha y vemos el consuelo que nos da la filosofía; en palabras de Alain de Botton: siempre es oportuno tener a mano las posibles consolaciones de que pueda dotarnos la filosofía. Diríase que esta ciencia-actividad del pensamiento nació para eso: para eludir la zozobra en el vivir, para saber interpretar la realidad.
El libro segundo es una reflexión acerca de la fortuna. El engaño de ésta en la vida del hombre. En este capítulo el discurso de la Filosofía como personaje comienza a cobrar fuerza. Podríamos decir que acude como un médico hacia un moribundo (Boecio). Las palabras de la Filosofía “curarán” el lastimado espíritu de Severino Boecio. La fortuna, le explica, no es más que algo transitorio, un bien inexistente, inalcanzable, perecedero.
Terminar de leer el segundo capítulo y comenzar el tercero es adentrarnos en un conflicto casi existencialista. Si en el segundo capítulo nos decía que no es necesario buscar la fortuna; el tercero nos dice que aquello que nos lleva a la bienaventuranza no está en los bienes pequeños, sino solamente en Dios: pues las riquezas no pueden hacer al hombre sin falta, ni que tenga suficiencia[1]. Ahí está el poder consolador de la filosofía, Severino, a modo de preguntas, irá adentrándose en la verdadera esencia y sentido de la vida: Dios. La conclusión, nos dice, las cosas terrenales, los bienes, la fortuna no llevan a una felicidad verdadera y plena.
El cuarto libro, quizás el más complejo, nos habla del mal en el mundo y la Providencia Divina. Esta Providencia pese a su grandiosidad no puede interferir en las decisiones del hombre. Es aquí cuando podemos distinguir un gran signo de modernidad en el pensamiento de Boecio: la Providencia otorga libertad a los hombres: E porque en el mundo do reina la divina Providencia el caso no tenga parte, el muy poderoso Dios rige todo lo criado, pues lo mira y lo provee[2]. Boecio cree firmemente que hay un Dios protector, conocedor de todo, pero no niega la libertad de decisión-acción del hombre.
El libro quinto, podría leerse como un resumen de la obra y del pensamiento de Boecio: la relación entre la voluntad humana y la omnipresencia divina: Boecio concilia la presciencia divina con la libertad humana, ya que si no hubiera libertad humana no tendría sentido recompensar a los buenos y castigar a los malos. Incluso aún, habría que responsabilizar a Dios, autor de todos los bienes, del origen de los vicios. Tampoco tendría sentido rezar, ni tener esperanza, ya que todo estaría inmutablemente dispuesto[3].
La respuesta a las dudas está en Dios, en su manera inmutable de existir, en él no hay movimiento, no hay presente ni futuro, sólo hay existencia.
Creo que al final encontramos la respuesta más clara a sus dudas pero sobre todo leemos el consuelo de su vida: la búsqueda del bien a través de Dios y no de aquellas cosas perecederas que no llevan a la felicidad completa.
Siglos después continuamos generándonos las mismas preguntas, la existencia y la esencia del hombre giran en torno a esto: dónde está la felicidad, cómo la alcanzamos, cuál es el camino para buscarla.
[1] BOECIO, Severino. La consolación de la Filosofía. Edit. Porrúa. Pág. 67
[2] Ibidem. Pág. 124
[3] MOTTO, Andrés. Severino Boecio y el sentido de la vida. En línea: Dialnet-SeverinoBoecioYElSentidoDeLaVida-2053545.pdf. Pág. 89