Cambiar de aires nunca ha sido un problema, el verdadero conflicto es aprender a respirar nuevos ambientes y no todas las personas tenemos tal capacidad.
Para algunos esa posibilidad nos resulta, al menos, atemorizante.
Otros la aceptamos de mala gana cuando se trata de imposiciones u obligaciones y nuestros intereses pasan a un segundo o tercer sitio.
Pocos estamos siempre dispuestos, con un pie en la puerta y una mano en la maleta.
Y No. No me refiero a esos viajes ocasionales para vacacionar, visitar a la familia o conocer lugares con la siempre presente necesidad y seguridad de regresar a casa, sino a aquellos que implican abandonar la zona de confort para descubrir nuestras capacidades en eso que algunos denominan nuevos horizontes.
Es menester entender de inicio que el valor del cambio es directamente proporcional a la debilidad de la resistencia.
La afirmación podría parecer contradictoria pero créame, no lo es.
Siempre hay dudas sobre diferentes temas cuando aventuras así están por iniciar: desde el clima y la gente, hasta el entorno, los animales, los insectos, las capacidades, los alimentos, los costos, los traslados, los regresos, las idas, las vueltas y un sinfín de situaciones relacionadas con el movimiento y el evidente cambio.
Todo depende en gran medida de nuestra capacidad de adaptación.
Empezar desde cero siempre es un reto y la satisfacción alcanzada cuando la aventura resulta exitosa es indescriptible. No hay mucho por explicar sobre ello.
Por el contrario, si las cosas no resultan como se esperan, se debe tener cuidado y no emplear el término “fracaso”. Se trata de experiencias, oportunidades que aparecen cada tanto para poder visualizar dónde estuvo el error, regresar sobre los pasos y evitar caer en la misma situación al reintentarlo.
No, no me puse en plan de agorero del “esfuérzate por ser feliz”, prefiero reconocerlo como un asunto de practicidad porque, en honesta y franca desfachatez, no tengo referencia sobre alguna persona que disfrute apostar para perder.
El problema surge cuando las circunstancias impiden definir bien a bien las posibilidades en torno a las decisiones; es decir, cuando salir avante al primer intento o después de varios, depende de factores fuera de nuestro alcance.
Ahí está la verdadera aventura y el reto: identificar los errores, sobrevivir al ambiente adverso y reintentarlo cuantas veces sea necesario para alcanzar un estado idóneo o al menos similar al esperado o planteado cuando empezamos.
Qué curioso. Ahora lo pienso y caigo en la cuenta: algo así pasa en nuestro hermoso y maravilloso país.
Cada tanto nos lanzamos a la aventura y nadie puede negar la enorme cantidad de experiencia acumulada en décadas de intentos. Cada seis años, cada cuatro o cada tres, dependiendo del lugar y el puesto, unos cuantos salimos a decidir el destino de todos y, hasta el momento, ninguna de esas elecciones ha dado buenos resultados, al menos no para la generalidad.
Y el problema no es precisamente la falta de participación o compromiso, sino la incapacidad para identificar los errores y, en especial, corregirlos.
No hemos logrado dar con la fórmula para encontrar personas realmente comprometidas con el país y su gente; tampoco hemos aprendido de los errores del pasado y, pese a todo pronóstico, seguimos repitiendo esquemas.
Por eso hay futbolistas gobernando y mediocres presuntuosos tratando de hacerlo. La fama es la que importa y la capacidad se ha relegado a un segundo o tercer plano.
Tenemos un sistema partidista cuyos resultados reales son claros: crisis, pobreza, inseguridad, bajos niveles educativos y ofensivos ejemplos de despilfarro e incompetencia son el común denominador entre todos esos colores.
Y mientras se culpan unos a otros por los errores de unos y otros, presentes y pasados, lo cierto es que ese sistema gastó en 2020 más de 5 mil millones de pesos y para este año pueden superar los 7 mil millones de pesos. Y sí, todavía quieren más.
Los partidos políticos son el peor de los lastres de nuestra democracia y no es aseveración mía, lo ha evidenciado la historia y lo han confirmado sus representantes, dirigentes y seguidores siempre.
Por eso, si se me permite la advertencia, la del 6 de junio es de esas aventuras que ya no podemos darnos el lujo de enfrentar a ciegas…