El sábado 20 de mayo, asistí a una de las dos funciones de “El mago de Oz” promocionado por Educación Incluyente A.C. Si bien la historia es bastante conocida, lo que me causó especial interés fue que era una adaptación en Lengua de Señas Mexicana (LSM) dirigida a personas oyentes y con discapacidad auditiva. La actividad, además tenía un beneficio social-educativo.
Hacer actividades culturales incluyentes implica un cambio de mentalidad en todos los niveles. Soy de las primeras personas que celebra este tipo de acciones, aunque sean iniciales. Si no se coloca en el plano público al arte incluyente, no es posible acceder a esa visualización ni crear públicos.
Lo preocupante es cuando se toman estas acciones como parte de un proyecto político y no como la necesaria búsqueda de esos cambios estructurales. Me llega a inquietar este punto, que sólo por interés político partidario se apoyen estas iniciativas y cuando cambie la administración se finalice toda suerte de facilitación y se burocratice al grado que los interesados desistan. ¿Es posible lograr cambios profundos en la sociedad respecto al tema?
Cuando llegué al Teatro “Alarife Martín Casillas”, vi un asiento vacío junto a una pareja. Mi instinto inmediato fue preguntar si el lugar estaba disponible, mi falta de percepción, ignoró que ellos estaban hablando en señas. Sucede que, cuando eres consciente de lo que pasa a tu alrededor, se abren otras opciones a tu vista. Comienzas a observar los espacios, los accesos, la visualización y aquellas cosas que escapaban antes del interés. La agudeza crítica sólo es posible si se le expande, si se le nutre de conocimientos. Eso aún no me pasó.
El recinto es pequeño y no se llenó en la primera función. Los organizadores lucharon contra dos componentes difíciles de vencer en la Zona Metropolitana de Guadalajara: por un lado, el escaso interés por el teatro y, por otro, la implicación de lo que conllevaba saber que sería en LSM. Necesitamos, como sociedad, apoyar el arte local, consumirlo, disfrutarlo y difundirlo.
El cierre de espacios, debido a la poca o nula asistencia de los tapatíos, donde se pueda vivir la experiencia teatral continúa siendo un tema polémico. Por momentos resulta complejo hablar de ello sin que se tome como una lucha personal. Sin embargo, ahí estaba el modesto “Alarife Martín Casillas” abriendo las puertas a esta propuesta.
La obra se desarrollaba conforme al guion. Algunos problemas técnicos de sonido y de iluminación sucedieron, como quizá es previsible como margen de error en toda ejecución. Hablar en LSM implica no sólo mover las manos, hay toda una corporeidad y gestualidad incluida. La representación me maravilló, pues era aprender un diálogo, la seña y además dotar de ese histrionismo necesario para caracterizar el papel. La puesta en escena fue incluyente en todo momento, actores tanto sordos como oyentes. Al final el director de la obra expresó unas palabras que también fueron interpretadas en LSM.
Se invitó al coreógrafo y en ese momento comprendí algo que había escapado de mi conocimiento. Evidenció que hubo detalles a mejorar y que harían lo mejor para “que sus hijos” se desenvolvieran mejor. Me sentí un poco al margen en su participación, pues yo no había asistido porque alguno de mis hijos o pariente participara en la obra. Mi interés era legítimo, una simple espectadora del arte de la comunidad sorda. ¿En qué medida se promueve la inclusión o dejamos que suceda?
Sus palabras, de igual manera, me hicieron pensar en quiénes son los que participan en este tipo de actividades artísticas ¿sólo la familia? Cierto es que quienes apoyan, muchas de las ocasiones, son los padres, los parientes, los amigos más cercanos y ello lo veo en cualquier manifestación artística en la que me ha tocado participar como invitada o como público. Hacer arte en México es asumir un posicionamiento ideológico.