Hay en mi ciudad vecinos con extraños hábitos de limpieza, como barrer el frente de su casa y quemar la basura, en lugar de recogerla y depositarla en un contenedor. En el fuego así formado arden hierbas secas, papel y plástico. Cualquier curioso puede ver familias enteras junto a la breve fogata, respirando tranquilamente el aire contaminado; no falta quien fume, impaciente por intoxicarse. Así, la supuesta limpieza termina empeorando la situación, con el agravante de que los restos carbonizados quedan como callados testigos de tan lamentables hábitos. Seguramente esos notables vecinos consideran que han cumplido su deber y no se molestan en recoger las cenizas, las cuales terminan dispersadas por el viento a lo largo y ancho de la calle, mezclándose con más basura. Hasta que el ciclo fantástico vuelve a repetirse. Y alguien más decide encender otra lumbrera.
A este manejo del fuego se suma el no menos adecuado del agua. La escasez del líquido en mi ciudad ha obligado a suspender el servicio en las viviendas, como seguramente ya ocurre en otras ciudades y pronto ocurrirá en otras, considerando la falta de lluvias y de visión para aprovecharlas cuando se presentan. Ante esto, muchos vecinos dejan cubetas o tambos bajo las llaves abiertas, para captar el líquido cuando se reanude el servicio. Sin embargo, los sitibundos vecinos olvidan el asunto de manera que, cuando el agua regresa, llena los recipientes y se derrama. Este desperdicio forma en las calles arroyos que, tan caudalosos como la inconsciencia de los olvidadizos, ruedan hacia los puntos bajos, donde se mezclan con aguas estancadas o se pierden en las alcantarillas. Cualquier interesado puede mejorar la experiencia observando cómo el agua brota de los tinacos a los que se ha retirado el flotador que obstruye la llave alimentadora. Las cataratas de la estulticia fluyen desde las azoteas y se mezclan con los arroyos de la inconsciencia, hasta que los vecinos aparecen y cierran la llave de paso, o se vuelve a suspender el servicio. Entonces las quejas y reclamos se elevan como el humo de las hogueras de basura, o se derraman igual que el agua cuando no la cuidamos.
Igualmente, en mi ciudad como en todas hay ciudadanos que no votan y sin embargo critican al gobierno en turno, con el argumento de que el resultado está arreglado y todos hacen lo mismo. Así que, según tan enteradas personas, no tiene caso perder el tiempo con semejante faramalla. Y tienen su credencial del INE sólo porque se les exige como documento de identificación oficial para cualquier trámite. De otro modo jamás se tomarían la foto. Pero eso sí: seguirán ejerciendo su sagrado derecho a criticar al gobierno, que desde la inconsciencia tiene más de desahogo o proporciona un pretexto para sacarle plática al pasajero del taxi, el compañero de trabajo o la vecina pirómana mientras incinera la basura que acaba de barrer frente a su casa. O mientras riega su acera como si de una parcela se tratase, sin la expectativa de cosechar un grano de maíz o del cultivo que usted prefiera.
Algo similar ocurre con quienes no están inscritos en el Registro Federal de Contribuyentes, pero en algún momento quieren cobrar por alguna chamba muy bienvenida y compran facturas a colegas y amigos que, si no tienen cuidado, terminan pagando los impuestos de estos tipos listos, abusadores de la amistad y la confianza. Semejante práctica se puede encontrar más extendida de lo que se cree entre artistas, escritores y artesanos que no se dan de alta en el SAT porque tienen pocos ingresos. Y tienen pocos ingresos porque, aunque su talento les permita cobrar mejor por su trabajo, no están registrados en el Sistema de Administración Tributaria. Sufren en este círculo vicioso por decisión propia y por carecer de cultura fiscal.
Las deficiencias culturales de tipo ambiental, político o fiscal, entre otras, forman parte de un mismo problema generado por el pseudo individualismo prevaleciente: creer que podemos hacer lo que se nos antoje sin asumir las consecuencias, olvidando o ignorando que formamos parte de un cuerpo social, en el que desde hace rato se advierten los síntomas de entender las deficiencias como algo normal. O en su versión colectiva, que nos reduce a calcas del pensamiento único, sin definirnos realmente.
De ahí la importancia de confirmar que todavía hay esperanzas de enderezar algunas anomalías. Después del domingo 18, lo mejor de nuestra ciudadanía ha respondido al llamado para llevar la nave social hacia mejores derroteros que los trazados desde el poder o desde la inconsciencia, la estulticia y la ignorancia.
Por lo tanto, junto a las individualidades incompletas encontramos colectividades deformadas por la manipulación y la mentira. Saberlo debe servir para tomar la mejor decisión a la hora de votar, cada vez más cercana.