Una de mis escenas favoritas de la película Gladiador es cuando Cómodo, recién llegado a Roma como César, acude ante el senado para escuchar las problemáticas de Roma. Ante la lista de los “deberes” que tenía que atender el nuevo emperador, Cómodo, creyendo “escuchar” la voz de un pueblo olvidado por un senado corrupto, menciona tener la respuesta al problema: el amor. Y continuando con su diálogo dijo: Yo soy su padre. El pueblo es mi hijo. Lo sujetaré a mi pecho y los abrazare”. A lo que el senador Graco preguntó: ¿Has abrazado a alguien que muere de peste, César? Sin duda alguna es una escena bastante curiosa.
Política-familia, amor-justicia, estos conceptos suelen utilizarse dentro de la esfera política como metáforas. Sin embargo, no son compatibles con la realidad, sobre todo la relación amor-justicia. Si nos ponemos a analizar los discursos actuales de la gran mayoría de los políticos, sobre todo latinoamericanos, abunda mucho el amor como sinónimo de la justicia. Un ejemplo muy evidente en México es Andrés Manuel López Obrador.
Más allá de la imagen profética que se utiliza para referirse de forma despectiva y satírica al político tabasqueño, la visión que en él crece es precisamente la misma que la de Cómodo. Ante una tremenda lista de problemas que se vive en México su solución es el amor. Su resolución para acabar con la guerra contra el narcotráfico es, inicialmente, mediante un acuerdo entre la sociedad y el gobierno; después vendría la amnistía tanto para los políticos corruptos (en más de una ocasión se le cuestionó este hecho anticipado) como para los grandes capos.
Dudo mucho que el ideal de AMLO sea una completa locura o un efecto a causa de sus medicamentos para la hipertensión. Por el contrario, me parece que su visión es semejante a la que señaló el filósofo estadounidense Cornel West, quien dijo que “la justicia es como el amor se ve en público”. Con ello, Andrés Manuel no sólo no ha desligado la metáfora de amor-justicia, sino que la cree posible.
Pero miles y miles de familias mexicanas devastadas por el crimen organizado no busca de amor ni ser estrechados en los brazos de un individuo. Porque el amor busca lo bueno, pero ello no significa que sea justo. Perdonar a los narcotraficantes arrepentidos o absolver a los corruptos con el fin de crear armonía, no es justicia. El delincuente puede arrepentirse y prometer no volver a cometer sus errores, pero aún tiene que una condena que pagar. El culpable a la cárcel, el inocente a las calles.
El amor puede y debe de expresarse en la medida en la que se ayuda a la gente que más lo necesita. No abandonar a las personas que día con día buscan a sus hijos desaparecidos con la esperanza de poder encontrarlos, por lo menos para enterrarlos. Darles consuelo a esas familias, eso es amor. Justicia es arrestar a aquellos secuestradores y homicidas, no indultarlos. Alimentar al hambriento y vestir al desnudo, eso es amor. Investigar y proceder en contra de todos aquello implicados en los fraudes que han desfalcado a la nación; recuperar aquel dinero y regresarlo a las arcas del estado o del país, eso es justicia.
Volviendo a la película, podemos ver cómo el amor con el cual Cómodo pretendía gobernar no sólo no fue llevado a la práctica. El amor lo interpretó como “pan y circo”, entretuvo a la masa romana pero ¿quién murió por él o con él? Durante su lucha con Máximo, una vez que el emperador requirió de otra espada, sus propios pretorianos le dieron la espalda.
Aunque esta película me ha servido como metáfora, lo cierto es que es peligroso confundir los conceptos o peor, que amor-justicia sean fundidos esperando a que signifiquen una misma cosa. Sin embargo, como mexicanos estamos hartos, y se nota. Debemos dejar de pensar en ese amor que es tan necesario, pero a nivel social y no a nivel político, a éste último le corresponde hacer lo suyo, es decir justicia.