Mentiría si dijera que a la mayoría de mujeres no nos gustan «las flores», los piropos entendiéndolos como cumplidos, los elogios o un halago de un ser querido o de alguien con quien nos relacionamos.
Pero, ¿qué ocurre con los piropos lanzados al vacío por el común remitente desconocido que ves por la calle?, ¿qué ocurre con esa evaluación coloquial y en altavoz a la que somos expuestas las mujeres, por un no tan digno representante del sexo masculino que pareciera tener algún derecho para hacerla?
El piropo habrá nacido como una lisonja para el deleite de la mujer pretendida; sin embargo, no podemos negar que se se popularizó diluyéndose con el albur hasta el punto de convertirse en una burda rima, o un desahogo sexual que lo que menos generan es agrado.
Un albañil, un chofer y/o sus ayudantes, un vendedor callejero, o bien uno, que se sienta valentón escondido tras el vidrio a medio abrir de su auto; cualquiera de estos machos, son los que, comúnmente acosan al género femenino con lascivas frases o silbidos. ¡Ah, los silbidos!, para los perros estará bien, para una mujer nunca.
¿Cuál podría ser la psicología tras el típico: adiós mamacita rica?
Misoginia quizá, impotencia, autoestimas destrozadas ocultas tras supuestas masculinidades, satisfacción por generar sometimiento, insana diversión, etcétera. ¿Habrán oído alguna vez estos hombres sobre el complejo de Edipo?
No, estimados hombres desconocidos, no nos gustan sus calificativos obscenos, sus invitaciones a hechos que nunca ocurrirán, sus burlas por nuestro físico, su abuso callejero para ponerle nombre.
Somos libres de usar la ropa que queramos, los colores que gustemos, tenemos derecho a caminar tranquilamente sin escuchar sus insatisfacciones y deseos psico-sexo-sub-pasionales.
Con un halago, como les llaman en su defensa, únicamente develan una ignorancia emocional, desconocimiento total de la mujer como ser igual. Unas flores tiradas a una desconocida no es conquista, es mostrar superioridad con una hombría mal entendida que crece mientras más rostros enrojecen y se elimina el respeto.
Pero hay algo más preocupante aún ¿qué ocurre luego de un piropo sexual de calle? Risas, vergüenza, incomodidad, una mentada de madre, o incluso, y en el peor de los casos que te metan mano o que te asalten. Mujeres, no me dejarán mentir, ocurre y ocurre con asquerosa frecuencia en nuestra desgastada sociedad.
Nos afecta, nos somete, nos subordina, ya no nos ponemos esa ropa y no la disfrutamos, cambiamos nuestro recorrido diario. Y si nos defendemos al nivel de la sandez recibida, con una frase bien puesta, somos señaladas por corrientes, se hace tráfico y nos observan, perdemos elegancia, somos etiquetadas como peores que aquél que públicamente se nos ofreció.
Un piropo afecta al punto que existen los casos de mujeres que se ven afectadas y disminuídas en autoestima si no las piropean; si por malaventura al finalizar el día no han recibido ni uno, se sienten feas.
Mujeres, prefiero ver a más congéneres sin elegancia que se hagan respetar, que sometidas que sufren en silencio.
Hombres, si les conocemos nos importa su opinión, si no, no. Observen y callen, así no se conquista. A veces, una mirada, una sonrisa o un detalle nos transmiten de mejor forma su opinión.