Se podría decir que Alessandro Baricco es el escritor con el que mejor me identifico. Siempre he pensado que tenemos mucho en común. Siempre he pensado que nuestras poéticas caminan juntas. Nos diferencia un hecho. Él ha triunfado. Y yo no. Hablo de lo público, claro.
Hablo de lo público porque en el ámbito personal sí he triunfado, pues he conseguido muchísimo más de lo que pensaba, si es que pensaba algo, que, la verdad, no me acuerdo.
Ya lo escribí. Decía en Nocturno de Calpe que «Ser conocido no te convierte en escritor. Ser un superventas no te convierte en escritor. Un vendedor de libros no es un escritor. El auténtico escritor se encierra en sí mismo. Al auténtico escritor solo le interesa su éxito íntimo».
Abel. Ocho años después de su última novela, Alessandro regresa sin regresar. No he encontrado magia en esta historia. No me ha conmovido. Ni siquiera me la he creído. La he terminado porque era suya. La he terminando ―vana esperanza― por si el final lo tapaba todo.
A Baricco le gusta experimentar. En City nos narró un combate de boxeo. Y también se sacó un wéstern de la manga. Pero City es otra cosa. Para empezar, tiene momentos sublimes. Y Shatzy es un personaje del que te enamoras.
Abel. No ha sabido, nuestro autor, encontrar el lado romántico de la muerte. Tampoco ha sabido mostrarnos la humanidad del ejecutor. La muerte es siempre fría, también los ejecutores, solo el talento es capaz de conseguir que lo tétrico devenga mágico.
Leo por ahí todo tipo de elogios. Hay incluso quien le da cinco estrellas sin haberla leído. Es lo que tiene la fama. No me influyen ni los elogios de los críticos ni la fama del autor. La novela me parece mediocre.
Y sin embargo. Me decía Iosi Havilio en una entrevista: «Los malos libros son imprescindibles, pero malo no significa liviano, ni fácil, muchas veces los malos libros (y no me refiero a los libros prefabricados, sean de ficción o no, que cuentan tanto como un par de zapatillas) son los que asumen los mayores riesgos, tal es así que suelen fracasar en el intento; en ese sentido, desconfío bastante más de un buen libro, correcto y previsible, que de estos malos».
Pienso igual. Alessandro Baricco se ha arriesgado ―como siempre―, pero esta vez le ha salido mal. De manera que Abel, aun siendo malo, lo es menos que esos superventas sin alma que. No, no me he olvidado de terminar la frase. Es que estoy recordando que en Nocturno de Calpe escribí sobre Alessandro y sobre los libros sin alma, y me parece pertinente concluir este artículo transcribiendo ese fragmento.
«Tal vez por eso intento que lo onírico envuelva mi vida literaria. Tal vez por eso Alessandro Baricco es mi autor preferido, por la magia que despliega en todas sus novelas. Tal vez por eso no puedo hacer novela histórica, porque me aterra ceñirme a un guion que me anclaría a una realidad sin magia.
Es difícil que la magia surja cuando escribes con un guion. Los esquemas encorsetan. No te dejan moverte. Te oprimen. Un personaje preconcebido es un personaje sin futuro propio, predestinado, un personaje sin libre albedrío, un personaje, digámoslo ya, sin alma.
Es muy probable que la mayoría de los libros que hay en el mercado estén habitados por personajes sin alma. Personajes muertos. Personajes que no existen. Si así fuera, para distinguirlos habría que poseer una sensibilidad especial. Si así fuera, las librerías y las bibliotecas serían también cementerios subjetivos».