En el vagón había cinco pasajeros, contando a Esteban que ingresó en Villa de Cortés. Su rostro gris, reflejado en el oscuro vidrio de la puerta, resumía su día pesado. Esteban repasó con la mirada el interior del extenso vagón y caminó hacia una de las puertas cerradas. Al llegar al rincón que producía la puerta con los asientos se recargó en los pasamanos metálicos y se dedicó a mirar a través del vidrio, lleno de rayones y cebo de cabello, la calle iluminada por letreros de hoteles, luces de comercios y faros de automóviles. El metro avanzó lentamente.
“Tlalpan es una avenida particularmente hermosa”, pensaba Esteban mientras hacía el esfuerzo por adentrarse con la mirada a cada uno de los restaurantes, bares y cafés que iba dejando atrás. Comedores semivacíos, que en alguna época se habían multiplicado y que en la actualidad, los que sobrevivían, tenían un adecuado equilibrio entre la desolación y el confort. Fue entonces cuando, sentado en el interior de un pequeño café amarillento, Esteban distinguió a Mujica, su más antiguo y entrañable amigo del colegio. El metro llegó a Nativitas y con el ánimo repuesto por su reciente hallazgo, Esteban no dudó en abandonarlo para saludar a aquel hombre.
“Qué alegría encontrar a Mujica después de tanto tiempo. Hay tantas cosas de que hablar entre nosotros”, balbuceó Esteban mientras se apresuraba con enormes saltos a bajar las escaleras del metro. Finalmente, entró a aquel café y se detuvo delante de la mesa de Mujica, contemplándolo con el entusiasmo de un niño frente a un inmenso regalo envuelto.
“Buenas noches, compañero”, dijo Esteban, tratando de contener una sonrisa que amenazaba delatar su reciente entusiasmo. Por su parte, Mujica miró por dos segundos el rostro del hombre que le había hablado y, sin responderle, siguió ojeando el periódico mientras consumía las galletas que tenía apiladas al lado de su café.
“¿Qué pasó, Mujica?, ¿no me reconoces?”, preguntó Esteban mientras se sentaba frente a su amigo. El hombre lo miró, separando descomunalmente los parpados, e inmediatamente después dio un fuerte golpe en la mesa con la mano abierta. Esteban se estremeció y se levantó de un latigazo.
“¿En dónde te has metido todo este tiempo?”, insistió Esteban, esta vez con la voz trémula. Mujica, sin dar muestras de sensibilidad ante las palabras de su interlocutor, se levantó y, esquivando el brazo de Esteban, salió del café a toda prisa. Esteban lo dudó un momento pero decidió no seguirlo y se sentó en el asiento tibio que acababa de vaciarse. Un periódico abierto en la sección deportiva, un café semivacío, y tres galletas con chispas de chocolate estaban delante de él. Después de liberar un pequeño suspiro, terminó con los alimentos que Mujica había dejado a medias y jugando con su barba se entretuvo mirando pasar los trenes del metro, con tripulantes recargados en las puertas, tratando de adentrarse con la mirada al café en donde él ya estaba por pedir la cuenta. A
Semblanza:
Soy Alonso Getino Lima. Nací en 1985 en la Ciudad de México. Siempre estudié en escuelas públicas. A los quince años empecé a componer canciones, lo cual no he dejado de hacer. Estudié Historia en la ENAH. Desde hace más o menos una década he escrito cuentos, líneas sueltas y narraciones.