Pedro Gabriel había vivido con una repulsión al agua durante toda su vida. De niño era obligado por medio de estirones de oreja a bañarse, una que otra mentira o golpe de chancleta eran las herramientas para poder hacer que se bañe, ya de grande, para el caso de Pedro Gabriel esos métodos quedaron obsoletos. Dejó de bañarse hace más de quince años. Su cuerpo era pegajoso, almidonado por el sudor. Pedro Gabriel tenía en la piel sudor que se había secado, que después volvía a sudar generando una capa más de sudor que era sudada de nuevo por otro sudor, eran un sinfín de costras de sudor que cargaba. Había dejado el olor agrío de vagabundo hace muchos años para tener un olor único, era capaz de destapar la nariz de cualquiera que se atravesara en su camino y de provocar el vómito a los más delicados. Tenía heridas tapadas con polvo y tierra. Su cuerpo era hogar de alimañas, sus uñas eran gruesas porque la tierra acumulada debajo las habían levantado. Los ojos de Pedro Gabriel tenían lagañas de mucho tiempo atrás. Había dejado de escuchar bien porque la cantidad de cerumen de sus orejas había obstruido su sistema auditivo. El cabello de Pedro Gabriel era duro por partes y por otras tenía huecos que dejaban al descubierto su cuero cabelludo con caspa y grasa que de tanto polvo era negra.
En los meses de octubre las lluvias azotaban la ciudad, Pedro Gabriel procuraba siempre cuidarse de la lluvia con mucho tiempo de anticipación, pero en esta ocasión un chubasco cayó de repente, sin avisar con viento o nubes grises previas, solo empezó a llover. Pedro Gabriel comenzó a correr para poder esconderse debajo de un techo de lona verde de un puesto de licuados, de esos que sirven para bajar de peso, pero su pie resbaló al pisar una bolsa de súper que estaba tirada en el piso. Poco a poco se podía ver el cuerpo caer, primero chocaron sus manos con el piso, después su cara sin el menor cuidado se estampó contra el piso. Ya con el cuerpo completamente en el suelo, Pedro Gabriel se percató de que no podía moverse, su pie tenía una torcedura, eso para él fue una herida mortal. La lluvia caía con más fuerza y poco a poco la mugre, las costras de sudor y la tierra del cuerpo de Pedro Gabriel empezaba a caer, animales salían de sus pantalones y del saco viejo que siempre llevaba puesto. Las cucarachas salieron corriendo de dentro de sus zapatos como sintiéndose descubiertas, sus ojos se lavaban con las gotas de lluvia, pero también con las lágrimas del llanto que Pedro Gabriel no podía controlar al ver que se empezaba a lavar.
Muchos acumulan dinero, otros acumulan casas, conocimiento, bienes, títulos, pero Pedro Gabriel desde niño había decidido atesorar la mugre en su cuerpo, así que sintió con la misma gravedad que un empresario hubiera sentido el día que su empresa se hubiera devaluado en la bolsa de valores. Pedro Gabriel con la visión de negocios más clara que cualquier corredor de bolsa declaró en quiebra a su empresa en el pensamiento en ese mismo instante, su cuerpo incapaz de soportar tanta presión y por nunca haber ido a una consulta médica se desajustó, la arteria coronaria la tenía más obstruida que sus orejas por el cerumen, lo que le causó un infarto fulminante. Sin duda tenía idea de los negocios, pues sabía que ese hecho representaría para él una ganancia ya que sería enterrado. Él amaba el polvo y se convirtió en ello.