En mi opinión, la existencia de la vida es un fenómeno altamente sobrevalorado
Dr. Manhattan
Saitama[1] es la persona más fuerte del universo. Gracias a un riguroso pero básico sistema de ejercicios[2] que ha potenciado su calvicie, derrota a todos sus enemigos con el impacto de un único y devastador golpe. Bien visto, Saitama se erige como un dios hombre, capaz de destruir ciudades enteras, cosa que de hecho hace debido al poder devastador de sus golpes; y de aniquilar, si así lo quisiera, a buena parte de la humanidad. Lo anterior puede parecer deseable. Sin duda tal poder aumenta la imaginación sádica de no pocos de las personas que se tomen el tiempo de ver cada uno de los doce capítulos que componen la serie en su primera temporada. Sin embargo, lo anterior puede traer repercusiones a nivel existencial.
Larry Nieven en su artículo Hombre de acero, mujer de Kleenex proporciona una serie de disyuntivas por las cuales Superman o su alter ego no podrían concebir un hijo con alguien más que no sea un kriptoniano. La pobre Lois sufriría de las terribles repercusiones que conllevan el tan siquiera proporcionar un orgasmo al héroe extraterrestre
“El problema es este. Los electroencefalogramas tomados a hombres y mujeres durante las relaciones sexuales muestran que el orgasmo se parece a «una especie de ataque epiléptico placentero». Uno pierde el control sobre sus músculos. Se sabe que Superman deja accidentalmente sus huellas dactilares en el acero y en el cemento endurecido. ¿Qué le haría a la mujer que tuviera entre sus brazos durante ese momento de ataque epiléptico?” (L. Niven)[3]
Así las cosas, ambos superhéroes se encuentran afectados por sus condiciones propias. Uno por haber abandonado su condición de humanidad, el otro por nunca tenerla.
En Saitama esta oposición entre humanidad y no humanidad es palpable desde siempre. Es un héroe frustrado, los pobres enemigos a los que se enfrenta no pueden satisfacer al héroe y, por consiguiente, no pueden devolverle su antigua condición.
Saitama busca su muerte. Un enemigo que lo lleve a sus últimas consecuencias, es decir, que lo derrote: la aniquilación es la única vía. Su camino heroico se encuentra regido bajo esta impronta. Es su marca y su fin necesario.
Jorge Luis Borges (algún guiño literario debía de tener este texto) aborda el mismo problema: el viraje y posterior desesperación que conlleva un cambio ontológico. En El inmortal el personaje persigue más por una pulsión hacia el actuar que la verdadera y sopesada creencia un río que lo hará inmortal, la pregunta es ¿por qué incrementar la vida? ¿Qué utilidad puede haber en ello? Ninguna, apuntala Borges, más allá de hacer evidente la necesidad de morir. “Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal” (p. 23).[4]
La búsqueda cambia. Ahora la muerte es la pulsión que impele y propicia la continuación de la vida. Al igual que debe de existir algún río que permita recuperar la humanidad, debe de existir alguna forma de vida que derrote a Saitama y le devuelva lo perdido a fuerza de disciplina y penurias: lo alguna vez deseado se vuelve intolerable y estorboso.
En Borges el río existe. El inmortal llega, de nueva cuenta, a observar su sangre y puede esperar la muerte de forma tranquila, ha recuperado su antigua condición tal vez demasiado tarde. Confía en que su vida será diluida dentro de la vorágine temporal y en el olvido propio, de sus experiencias todas vagas e inasibles.
Saitama, en cambio, continúa se errante camino y cada vez se aleja más de sus congéneres. El miedo, que tanto nos caracteriza, desaparece en él y la indiferencia toma su lugar. Es perezoso y descuidado; casi nunca sabe que es lo que ocurre a su alrededor y es que poco a poco, y quizá sin él saberlo, sus condiciones contextuales dejan de importarle. Las penas corporales de su antigua vida han sido borradas. Entrenó para no sufrir y esta ausencia es ahora su único y acucioso problema.
La voluntad en ocasiones tan necesaria se torna angustiante y es que toda calma es aparente y las penurias, los esfuerzos que se tienen que hacer para alcanzarla nunca son suficientes. El personaje de Borges, después de mucho errar prueba el cieno del río de los inmortales, pero esto no le devuelve la calma, tan solo aumenta su agonía y propicia muchas muertes que por metafóricas no dejan de ser dolorosas. El entrenamiento de Saitama conduce al mismo callejón.
Repito: es la muerte lo que interesa a ambos personajes, solo y exclusivamente eso. Su realidad poco a poco deviene otra, una muy alejada del gregarismo humano.
Saitama deviene pues, en un trasunto del Dr. Manhatan. Su vida solo es posible bajo otra tesitura, una alejada, extraña, impugnable, marciana.
El único acicate humano consiste en su desesperación, en su ira al no encontrar algo que lo subyugue, que lo oprima. Saitama es un héroe trastornado que bajo su aparente calma solo desea ser un sujeto para la muerte.
Semblanza:
Erick Quesada Garita (1990). Estudió las carreras de filosofía y literatura en la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA). Codirige la revista y editorial electrónica Antagónica, centrada en la producción literaria joven.
[1] Personaje del web comic One Punch-Man. Desde el 2017 se encuentra disponible su versión anime en Netflix.
[2] Cien lagartijas, cien sentadillas, cien abdominales y correr diez kilómetros todos los días sin falta.
[3] Niven comete un error al comparar nuestro universo con uno tan disímil como el de Superman, en donde, gracias a programas científicos de vanguardia el hombre de acero podría suprimir los ataques sexo-epilépticos. El universo en el que vive Superman es uno verosímil pero jamás igual al nuestro. Sin embargo, valga el ejemplo para abonar a la tesis central del texto; misma que, bajo ninguna circunstancia gira en torno a Superman. La cita fue extraída del siguiente link: http://colegioamerica.edu.uy/LIBROS/Letra.N/N/Niven,%20Larry%20-%20Hombre%20de%20Acero.pdf
[4] La cita fue extraída de la edición de Alianza editorial reimpresa en el 2007.