Annobón es una isla. Los personajes que componen la historia, también. Islas. Todos ellos. Incluso los personajes secundarios son islas. Como nosotros, los humanos. Destacaría, sobre todo, la imparcialidad del autor. Más que una novela, parece una historia real.
La primera mitad de la obra es impecable. La segunda mitad, humana. Los personajes son fieles a su carácter hasta el final. Se podría pensar que, de alguna manera, consiguen su objetivo, pues en todo momento siguen los dictados de su corazón.
Luis Leante se apoya sobre un hecho real. En 1932, Restituto Castilla, sargento de la Guardia Civil destinado en Annobón, degüella a Gustavo de Sostoa, gobernador general de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea. «Ni reyes, ni tiranos».
Un narrador imparcial. Dos mujeres. Pilar. Cesárea. Las hijas de dos idealistas. De dos locos, quizá. Una España que se desangra. Unas gentes que sufren la cotidianidad más gris. Luis Leante se sumerge en el realismo frío para contarnos una historia ficticia que sabe a cruda realidad.
La historia nos la cuentan Pilar, Cesárea y el narrador imparcial. Las mujeres, a través de sus entrevistas con Enrique (que dedicó dos años a recopilar el material que sustenta esta historia). El narrador imparcial, rellenando cada hueco con meticulosidad.
«Me llevó a un rincón y me mostró una torre de archivadores alineados y rotulados con pegatinas. Ahí lo tienes, me dijo, llévatelo todo. Leí algunas etiquetas. Aquellos archivadores contenían la obsesión de Enrique de los últimos años, antes de quedarse sin trabajo. No lo he tirado porque pienso que algún día le puede interesar a alguien, por ejemplo a ti. ¿También tienes las grabaciones? Por supuesto, me respondió. Y hay algunas que no has oído aún.»
Cuatro años después, el narrador imparcial, a modo de preámbulo, nos dice: «A estas alturas conozco al dedillo cada documento. No creo que vuelva abrir nunca más esos archivadores. No lo necesito. Ya sé casi todo lo que quería saber. Y lo que aún ignoro ha dejado de quitarme el sueño, aunque confieso que durante los últimos años me lo ha quitado. Esta es la historia que Enrique Herrero no pudo o no quiso escribir».
Luis Leante ha escrito una novela que podría no serlo. Su realismo frío se parece demasiado a la realidad. No hay romanticismo. No hay magia. No hay final feliz. Tampoco hay morbo. Ni excesos. Ni siquiera hay autor.
Annobón es una novela ambiciosa que ve cumplida su ambición. Incluso los personajes secundarios rozan la perfección. Pruden, por ejemplo. En cuanto a las dos narradoras, es fácil distinguirlas, pues Pilar es de noble cuna mientras que Cesárea, probablemente, ni siquiera tuvo cuna. Y cada una habla como debe. El autor (desaparecido [como corresponde]) ha sabido desdoblarse, encarnarse en dos mujeres opuestas. Y a través de ellas nos arrastra a un mundo absurdo como la vida misma.
Pensemos en la vida. ¿Existen los ganadores? ¿Existen los perdedores? En las novelas sí existen y el narrador nos cuenta su éxito o su derrota. Pero ¿cómo saber realmente si alguien ganó o perdió su partida mundana? En la realidad, solo el interesado lo sabe. Las auténticas victorias/derrotas siempre son íntimas.
Por eso Annobón es realismo frío ―imparcial― en estado puro, porque sus personajes no son héroes ni antihéroes sino personas que beben de su esplendor y de su decadencia, como todos nosotros, pues el ser humano, por su condición, no puede vivir sin gozar, no puede vivir sin sufrir.
Luis Leante ha escrito la novela de la vida.